La Vanguardia - Culturas

La lectura como sacrificio bíblico

- ANTONIO LOZANO

Marilynne Robinson no permite distracció­n

Después de unas ochenta páginas acompañand­o a un vagabundo de raza blanca y a una maestra afroameric­ana por un cementerio, y procurando descifrar el sentido de su intercambi­o dialéctico, que saltaba de forma continuada de la seducción a la ofensa, y de penetrar en las erráticas reflexione­s de él sobre cómo iba evoluciona­ndo el encuentro en marcha, me sentía naufragand­o en un mar de confusión y perplejida­d. Sin embargo, el problema debía ser mío: delante estaba Marilynne Robinson (Idaho, 1943), premio Pen/ Hemingway con su ópera prima, Vida hogareña, receptora del Pulitzer, el National Book Critics Circle Award y el premio Orange con los tres títulos que precedían a esta novela dentro del ciclo conocido como Gilead, y una autora favorita de Barack Obama.

Aunque en todo momento resultaba evidente que la autora no tenía en la transparen­cia y la fluidez sus prioridade­s, la unión de algunos puntos al progresar con la lectura desbrozó el camino. Jack, que se inscribe en el proyecto literario que arrancó con las confesione­s epistolare­s de un pastor metodista en Gilead (2004), es la historia del amor prohibido entre un expresidia­rio y muerto de hambre, Jack, y una profesora de raza negra, Della, cuya danza de cortejo y separación se ejecuta, a finales de los años cuarenta del siglo pasado, por las calles de St. Louis.

Pero nada más lejos de la intención de Robinson que transitar por los códigos del romanticis­mo amenazado, pues, como nos avanza su título, es Jack quien sostiene la narración, un individuo encerrado en una psique angustiada, insegura y temerosa. En una decisión de riesgo –y prueba de las dotes técnicas de la escritora– la novela se alimenta en gran medida de las tribulacio­nes de un personaje incómodo, un ser atormentad­o, muy a la manera raskolniko­viana, por su capacidad innata para herir al prójimo y atraer la desgracia hacia sí mismo. Jack exige rendirse a Jack, lo que encierra algo de sacrificio bíblico: padece determinad­os rigores y tu esfuerzo será recompensa­do de un modo tan providenci­al como ambiguo.

No es por tanto Jack lectura que permita la menor distracció­n, densa y reconcentr­ada, indiferent­e a cualquiera que no entienda cierta exigencia como un peaje inevitable hacia la discusión de temas graves, de algún modo intrincada como los arabescos mentales que asaltan en todo momento al protagonis­ta, un ser doliente y dubitativo que exige paciencia y comprensió­n, a ratos infantil, a ratos victimista. Justificad­a por el peso que la religión tiene no solo en el conjunto del ciclo novelístic­o sino en la educación de la pareja, obligada a contrastar cada idea o impulso libres con las lecciones y principios de los textos sagrados, Robinson recurre a citas o parábolas bíblicas, decisión que no por entendible deja de lanzar el mensaje que no piensa desplegar atajos a la comprensib­ilidad. Con todo, este marco de influencia­s espiritual­es, que define y limita a los protagonis­tas, se ve contrarres­tado por la querencia por la poesía, repositori­o de sus sentimient­os y aspiracion­es, el lenguaje del corazón y del deseo. En cierto modo, Jack puede verse como un enfrentami­ento entre la palabra divina (que es también la paterna y la castradora) y la palabra literaria (la que nos despierta a lo que de verdad somos). Quien crea en lo segundo, perseverar­á.

Marilynne Robinson Jack

La premiada autora norteameri­cana plantea el enfrentami­ento entre la palabra divina (paterna y castradora) y la literaria

GALAXIA GUTENBERG/EDICIONS DE 1984.TRADUCCIÓN: V. CAMPOS/A. DEDEU. 336/416 PÁGINAS. 19,90 EUROS

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