La lectura como sacrificio bíblico
Marilynne Robinson no permite distracción
Después de unas ochenta páginas acompañando a un vagabundo de raza blanca y a una maestra afroamericana por un cementerio, y procurando descifrar el sentido de su intercambio dialéctico, que saltaba de forma continuada de la seducción a la ofensa, y de penetrar en las erráticas reflexiones de él sobre cómo iba evolucionando el encuentro en marcha, me sentía naufragando en un mar de confusión y perplejidad. Sin embargo, el problema debía ser mío: delante estaba Marilynne Robinson (Idaho, 1943), premio Pen/ Hemingway con su ópera prima, Vida hogareña, receptora del Pulitzer, el National Book Critics Circle Award y el premio Orange con los tres títulos que precedían a esta novela dentro del ciclo conocido como Gilead, y una autora favorita de Barack Obama.
Aunque en todo momento resultaba evidente que la autora no tenía en la transparencia y la fluidez sus prioridades, la unión de algunos puntos al progresar con la lectura desbrozó el camino. Jack, que se inscribe en el proyecto literario que arrancó con las confesiones epistolares de un pastor metodista en Gilead (2004), es la historia del amor prohibido entre un expresidiario y muerto de hambre, Jack, y una profesora de raza negra, Della, cuya danza de cortejo y separación se ejecuta, a finales de los años cuarenta del siglo pasado, por las calles de St. Louis.
Pero nada más lejos de la intención de Robinson que transitar por los códigos del romanticismo amenazado, pues, como nos avanza su título, es Jack quien sostiene la narración, un individuo encerrado en una psique angustiada, insegura y temerosa. En una decisión de riesgo –y prueba de las dotes técnicas de la escritora– la novela se alimenta en gran medida de las tribulaciones de un personaje incómodo, un ser atormentado, muy a la manera raskolnikoviana, por su capacidad innata para herir al prójimo y atraer la desgracia hacia sí mismo. Jack exige rendirse a Jack, lo que encierra algo de sacrificio bíblico: padece determinados rigores y tu esfuerzo será recompensado de un modo tan providencial como ambiguo.
No es por tanto Jack lectura que permita la menor distracción, densa y reconcentrada, indiferente a cualquiera que no entienda cierta exigencia como un peaje inevitable hacia la discusión de temas graves, de algún modo intrincada como los arabescos mentales que asaltan en todo momento al protagonista, un ser doliente y dubitativo que exige paciencia y comprensión, a ratos infantil, a ratos victimista. Justificada por el peso que la religión tiene no solo en el conjunto del ciclo novelístico sino en la educación de la pareja, obligada a contrastar cada idea o impulso libres con las lecciones y principios de los textos sagrados, Robinson recurre a citas o parábolas bíblicas, decisión que no por entendible deja de lanzar el mensaje que no piensa desplegar atajos a la comprensibilidad. Con todo, este marco de influencias espirituales, que define y limita a los protagonistas, se ve contrarrestado por la querencia por la poesía, repositorio de sus sentimientos y aspiraciones, el lenguaje del corazón y del deseo. En cierto modo, Jack puede verse como un enfrentamiento entre la palabra divina (que es también la paterna y la castradora) y la palabra literaria (la que nos despierta a lo que de verdad somos). Quien crea en lo segundo, perseverará.
Marilynne Robinson Jack
La premiada autora norteamericana plantea el enfrentamiento entre la palabra divina (paterna y castradora) y la literaria
GALAXIA GUTENBERG/EDICIONS DE 1984.TRADUCCIÓN: V. CAMPOS/A. DEDEU. 336/416 PÁGINAS. 19,90 EUROS