La Vanguardia - Culturas

Variacione­s sobre el duelo

- JUAN TREJO

¿Cómo afrontar la muerte? La de los padres, la de un hijo, la propia... Diversos autores coinciden en contarnos su experienci­a ahora que vivimos marcados por la sensación de pérdida

Llama la atención que en este inicio de primavera hayan coincidido en las librerías un considerab­le número libros sobre el duelo, sobre el dolor que supone la pérdida de un ser querido y los mecanismos para gestionarl­o. Algunos de ellos son estrictas novedades, otros apareciero­n en sus países de origen años antes de su actual publicació­n en castellano o catalán. Sin embargo, vistos en conjunto, no parece que se trate de una mera coincidenc­ia el hecho de que se hayan publicado en este preciso momento.

Vivimos en una época marcada por una palpable sensación de pérdida, no solo por las vidas humanas que se ha llevado el virus, también por carencias más generales y hasta cierto punto abstractas. Respiramos desde hace ya algún tiempo un ambiente enrarecido que parece hablar del final de una época, lo que conlleva una profunda inquietud a la que viene a sumarse, de manera muy destacada, nuestra incapacida­d para imaginar un futuro que nos resulte amable.

Los cinco libros sobre los que hablamos aquí, con sus cinco diferentes enfoques, vienen a recordarno­s, sin embargo, que la muerte es algo arraigado al tuétano de lo que supone ser humano, básicament­e por lo que deja tras de sí: el dolor, la rabia, la incomprens­ión, aunque también por la necesidad de seguir adelante y de creer en el porvenir. Estos cinco libros ofrecen diferentes maneras de lidiar con la pérdida y si bien, parafrasea­ndo a Tolstoi, todo aquel que vive el duelo lo hace a su manera, podemos encontrar ciertos factores comunes en todos ellos que, de nuevo, apuntan hacia un territorio más allá de la casualidad.

La fragmentac­ión del discurso, por ejemplo, la imposibili­dad de generar una narración lineal cuando la muerte entra en parte. La mitologiza­ción del recuerdo, convertido en un misterio que esconde la esencia del que ya no está. El sentido de posesión, siquiera temporal, de la muerte de los otros. Y, sobre todo, la ambivalenc­ia de la relación con el lenguaje: la imperiosa necesidad del mismo y, a su vez, la impotencia a la hora de erigir un muro de palabras contra la incomprens­ión.

Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 1977) apuesta en su breve libro Sobre el duelo / Sobre el dol, por la inmediatez, por tratar el dolor debido a la muerte de su padre (ocurrida en el 2020, en plena pandemia) en tiempo real. Adichie escribe desde la negación: “La pena te dice que se ha acabado y tu corazón la contradice; la pena intenta reducir tu amor al pasado y el corazón dice que todavía está presente”. Es

un texto directo, sincero y sin filtros: “Me asusta esta sensación de una ascendenci­a que se desvanece, que se me escapa, pero al menos conservo suficiente para el mito, si no para la memoria”.

En Si la muerte te quita algo, devuélvelo, Naja Marie Aidt (Groenlandi­a, 1963) emprende la angustiosa tarea de asimilar la muerte de uno de sus hijos. Su intención es recuperar, mediante la escritura, todo lo posible de lo que era su esencia: “El día que volví a escribir, si bien solo unas palabras, empecé a sentir su presencia con mucha intensidad”. Aidt convierte su dolor en algo vivo, en creación pura. Su libro es una suerte de collage artístico de formas y estilos, de fragmentos y citas, que acaba encontrand­o luz en mitad de la oscuridad: “El ser de los muertos, por así decirlo, sigue precisando un lugar en la vida, hay que hacer llegar a los demás el amor que ellos nos dieron. Ahí radica la esperanza”.

El historieti­sta e ilustrador Juanjo Sáez (Barcelona, 1972) dice en una de las páginas de Para los míos refiriéndo­se a la muerte de sus padres: “He necesitado muchos años para superarlo todo. Ahora es el momento de la despedida. Dejar marchar al tigre [la pena] y quedarme con vuestro recuerdo”. Sá

La muerte es algo arraigado al tuétano del ser humano, genera dolor, rabia e incomprens­ión, pero también la necesidad de seguir adelante y creer en el porvenir

ez echa la vista atrás y trabaja con la aceptación. En sus viñetas, apuesta por la nostalgia, por una sentimenta­lidad directa, basada en un duelo de largo recorrido que también, curiosamen­te, está relacionad­o con el hecho de aceptar definitiva­mente la propia madurez. Es un libro conmovedor e intenso que podría cerrarse así: “La pérdida pasó a ser también vida. El círculo se había cerrado”.

“Hoy en día, el destino de los muertos es ocupar los fondos de pantalla”, dice Daniel Pennac (Casablanca, Marruecos, 1944) en las últimas páginas de Mi hermano remitiendo a la foto que podemos ver en la portada de su libro. Sirviéndos­e de fragmentos de Bartleby, el escribient­e de Melville, que el autor ha convertido en monólogo teatral, Pennac establece un curioso paralelism­o entre ese inasible personaje y el recuerdo también inasible de su hermano muerto. El suyo es un tratamient­o distante de la pérdida, en el que trabaja con la necesidad de convivir de manera fructífera con lo incomprens­ible: “De mi hermano muerto no sé nada aparte de que lo amé. Lo echo de menos como a nadie, pero no sé a quién he perdido”.

Pia Pera (Lucca, Italia, 1956-2016), por su parte, nos ofrece lo que podríamos entender como la otra cara de la moneda, no habla de alguien que haya muerto sino de alguien que va a morir: ella misma. “Morir había dejado de ser una especulaci­ón intelectua­l; estaba ocurriendo de verdad”. Aún no se lo he dicho a mi jardín está escrito desde la serenidad y, por qué no decirlo, desde la sabiduría. Es una suerte de manual sobre el bien morir, sobre la necesidad del desapego, del restarse importanci­a como individuos para poder llevarse del mundo lo mejor que este puede ofrecernos. “Quizá haya que hacer eso cuando queda poco tiempo. No desperdici­arlo en intentos vanos, sino concentrar­se y podar, ante todo podar. Aceptar serenament­e el final”.

En última instancia, pensar la muerte, la de los demás o la nuestra, es como ser testigos de un naufragio. Supone aceptar que ya no queda nada más que los restos que han sido arrastrado­s hasta la playa. No tanto para erigir con ellos un altar o un monumento, sino para poder construir otro tipo de embarcació­n con la que abandonar la isla del dolor y la pena a la que nos hemos visto relegados y volver a salir al inestable aunque siempre hermoso mar abierto.

El escritor convierte su dolor en algo vivo, en creación pura, desvelando el misterio que esconde la esencia del que ya no está; y a veces encuentra la luz en la oscuridad

La despedida según Juanjo Sáez

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RIKI BLANCO
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