Mi profesor, el espía checo Ladislav Bittman
El debate sobre la desinformación política y sus estrategias está en pleno auge. Los movimientos de Trump y Putin, y sus efectos sobre cuestiones europeas tan cruciales como el proceso independentista catalán han dado pie a multitud de análisis y artículos. Dos libros con un planteamiento de amplio espectro vienen ahora a engrosar el debate: Guerras de la información , de Richard Stengel, en Roca Editorial, y Desinformación y guerra política, de Thomas Rid, en editorial Crítica. En este último aparece un viejo conocido mío, la primera persona a la que oí pronunciar el término allá por el lejano 1991.
Me faltaba una asignatura para completar el programa de aquel semestre en la Universidad de Boston y me fijé en una titulada “Desinformación e información diplomática”, impartida por el profesor Lawrence Martin-Bittman. El contenido me sonó exótico, las universidades estadounidenses ofrecían entonces en sus departamentos de humanidades cursos mucho más estimulantes que las españolas. Apuntarme fue un acierto. En aquellas largas clases de tres horas, el profesor Martin-Bittman dedicaba la primera a hablar él, luego proyectaba un documental y por último hacía concurrir a algún invitado. A lo largo del semestre fue relatando en pequeñas dosis, y para mi fascinado asombro, la propia historia: su verdadero nombre era Ladislav Bittman, había sido una pieza importante del espionaje checo (StB, organismo de seguridad del Estado) y cuando se produjo la invasión rusa de 1968, desengañado, optó por desertar a Estados Unidos. Allí fue convenientemente interrogado y reprogramado, y después se buscó una salida profesional en la universidad, mientras en su país era condenado a muerte in absentia por traición.
En Desinformación y guerra política, Thomas Rid detalla alguna operación que Lawrence/Ladislav mencionó o explicó solo a medias en nuestras clases (aunque amplió en sus memorias). La más destacada, la operación Neptuno, es para Rid “la operación de desinformación más cinematográfica de toda la guerra fría”. A principios de los años sesenta aún se hablaba mucho del presunto oro que los jerarcas nazis se habían llevado al acabar la guerra, y que supuestamente habrían dejado hundido en el lago austríaco de Topliz. Se comprobó que ésto no era cierto, pero la leyenda del tesoro sumergido había cobrado fuerza. En 1964, tras bucear con unos cámaras televisivos en el lago Negro de Bohemia, Bittman dijo haber hecho un importante descubrimiento a doce metros de profundidad.
Antes de dar a conocer el hallazgo se dedicó a sumergir varias cajas, envejecidas artificialmente. Unas contenían documentos nazis auténticos relativos a crímenes de guerra, otras papeles falsificados que comprometían a funcionarios de la Alemania occidental. En el engaño contó con la ayuda del KGB. El doble objetivo radicaba por un lado en recordar las tropelías hitlerianas, apoyando “tendencias antialemanas en Occidente”, y por otro crear confusión en la inteligencia de la RFA. La prensa europea y americana se hizo eco del descubrimiento, y la operación Neptuno se computó como un éxito.
Martin-Bittman era un profesor asequible y afable. Costaba asociarlo a operaciones violentas, aunque su departamento había sido responsable de algún atentado mortal. Llamado ante el senado de EE.UU., declaró que la desinformación triunfa a menudo porque “políticos y periodistas quieren creer en su mensaje ya que confirma sus opiniones”. Al final del curso nos ofreció a los alumnos un almuerzo que resultó muy festivo en su casa de Pigeon Cove, Rockport. En sus últimos años se dedicó a la pintura; falleció en 2018.