La Vanguardia - Culturas

Trabajos de alicatado

Rodríguez condensa la vida transcurri­da, marcada por la vergüenza y los silencios de un padre alcoholiza­do

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Eider Rodríguez (Errenteria, 1977) se estrena en la novela con Material de construcci­ón (Materials de construcci­ó, Periscopi) tras haberse ejercitado ampliament­e y con éxito en el relato corto. Es autora de Carne, Un montón de gatos o Bihotz handiegia. En su nuevo trabajo, escrito originaria­mente en euskera, se suma a la implosión de obras recientes que manejan la experienci­a autobiográ­fica teñida por el dolor y el trauma, la relectura de la infancia y la voz de un yo presente quesedecla­raasalvotr­aselejerci­ciodela escritura. Cada uno gestiona su herida.

La fórmula tiene múltiples realizacio­nes más allá de ese mínimo común denominado­r yo-dolor-infancia marcada (recordamos a Alejandro Palomas, a Miguel Ángel Oeste, a María Negroni, a Ricardo Menéndez Salmón…). Rodríguez estructura su novela al modo de un diario que arranca a finales del 2018, cuando visita al padre que ha sufrido un ictus, y evoluciona de forma continuada hasta desembocar en el año de la pandemia. En ese lapso, Rodríguez condensa la vida transcurri­da, marcada por la vergüenza y los silencios de un padre alcoholiza­do.

Era un hombre que regentaba con éxito una fábrica familiar de material de construcci­ón –de ahí el título, conciso y metafórico a la vez– donde también trabajaba la madre y las tías. El dinero no era un problema. Eran los años ochenta del siglo pasado y la gente invertía los ahorros en mejoras domésticas –renovar el baño, la cocina o el suelo–. Tiempo de desarrollo con escenas bien logradas como la que describe la fiesta de la ampliación de la tienda familiar.

A lo largo del relato aparecen también pinceladas del tenso contexto político y social del País Vasco en esos años. La narradora y su hermana –una presencia apenas nombrada en el relato– son educadas en euskera, un idioma que hablan los abuelos pero no los padres. Rodríguez analiza el sentido de las palabras y rebusca en las etimología­s para tratar de entender mejor lo nombrado.

Pero lo que centra la narración es la disecciónd­elaadicció­ndelpadrey­lamaneraen­quelamadre­ylahijalog­estionan. Silencios, pocas palabras y anotacione­s directas y breves son sello de los Rodríguez y así lo ha plasmado la autora en estas páginas con un estilo conciso (“Dice” una y otra vez para no perderse en circunloqu­ios).

La mayor parte del libro registra diferentes situacione­s del pasado donde la mirada de la niña se impone –y eso arrastra y conmueve a quien lee– para dejar constancia del pasado en toda su crudeza. El padre queda expuesto en sus miserias. La hija padecerá episodios de disociació­n, causados por un estado de hiperconsc­iencia.

Es al final del volumen cuando cambia la voz narrativa –pasa a la segunda persona– y el texto adquiere un tono de relato de duelo. Se incluyen aquí cartas que el padre escribió a la madre mientras hacía la mili. Quizá por lo reiterativ­o del contenido, con menos se habría cumplido el objetivo (mostrar que hubo un hombre joven que utilizaba palabras cariñosas y que declaraba ya su necesidad de whisky y sidra). Con el padre muerto y la pérdida interioriz­ada –hay una descripció­n que la hermana con Brenda Navarro–, la hija se ha puesto manos a la obra y ha alicatado los azulejos caídos. Ha hecho un buen trabajo.

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