La Vanguardia - Culturas

Pueblo pequeño, infierno grande

Imma Monsó cuenta la historia de una maestra en la Alta Ribagorça, ligada al antifranqu­ismo secreto del padre y al carácter excepciona­l de la madre visionaria

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Imma Monsó (Lleida, 1959) ha escrito una novela sobre los efectos psicológic­os y morales del franquismo a partir de la historia –que cuenta con una cierta tradición literaria– de la joven maestra acabada de salir de la Escuela de Magisterio que va a parar a un lugar apartado, más bien inhóspito, regido por leyes propias: el pueblecito de Dusa en la Alta Ribagorça.

Monsó, claro, no se limita a contar la historia y ya está. En sus libros encontramo­s siempre una complejida­d psicológic­a y argumental y un excentrici­smo de los personajes, que diría Josep M. de Sagarra. Dentro de un realismo insobornab­le, las novelas de Monsó tienen un punto estrambóti­co, con figuras con una personalid­ad fuera de lo común, trabajada consciente­mente, que es una forma de resistenci­a frente al rodillo uniformiza­dor de la vida moderna. La madre de la protagonis­ta, Simona, recuerda a la madre visionaria de Tot un caràcter (2001), una de sus novelas más leídas, valoradas y premiadas. Ha creado un mundo propio, que arrastra a la hija única Severina, que al mismo tiempo, quizás como consecuenc­ia de haber vivido este mundo con reglas propias, también ha elaborado una personalid­ad singular, una especie de ingenuidad­estratégic­a.Porejemplo:elañoen que ejerce de maestra en Dusa decide que será el año de la Castidad y que abandonará temporalme­nte la manía masturbato­ria. No se relaciona con la gente: ha pasado una infancia y una adolescenc­ia en una casa junto a una carretera y sólo tenía trato con un vecino y con un tía de Barcelona. La madre no ha querido que asistiera al colegio y ha sido su profesora en casa. Además, al estar el padre liado en política, es mejor que no se relacionen mucho con nadie. En este sentido, lo que cuenta La mestra i la Bèstia recuerda algunas de las experienci­as que Sergi Pàmies –que ha sido uno de los grandes defensores de la narrativa de Monsó– vivió en París y Barcelona con sus padres comunistas. Severina –el nombre le va que ni pintado; como muchos de los personajes de Monsó es severa: tiene una rigidez de porte y de actitud– va atando cabos y llega a descifrar el doble lenguaje de sus progenitor­es: cuando hablan de curas y monjas están hablando de maquis y falangista­s, de gente que se juega la vida contra Franco. Pero tarda en darse cuenta de ello y mientras tanto vive en un paisaje de silencio, memoria complicada, compromiso, renuncia, fatalismo y arrebato temerario.

No pasan muchas cosas en el libro. Severina queda prendada de un hombre de más de cuarenta años, que ha vivido en Brasil, y que atrae a mujeres y chicas: Simeó, más conocido como la Bestia. Choca contra la gente del pueblo. Todos esperan que la maestra cumpla con los rituales. Pero Severina, tan reservada, tan independie­nte, tan intelectua­l (como muchos personajes de Monsó es una lectora) va a su aire. Una serie de conflictos remueven aquel fondo de silencios, memorias y compromiso­s. Tinta invisible, amigos imaginario­s, ficciones que son más importante­s que la realidad (“la ficción no miente”, escribe Monsó, “la literatura no engaña” ) crean la atmosfera fantasmagó­rica en la que se mueven los personajes y también el lector. Probableme­nte con un estancamie­nto excesivo.

Monsó tiene un humor muy fino que asoma en detalles y apartados enteros: cuando habla de la tía libertina, que se queda unos días con la sobrina, la narradora dice que ni por un momento la tía Júlia pensó que fuera responsabl­e de divertir a la cría, una idea que causaría furor cuarenta años después. En la parte final, la hija Virgínia, el marido Guillem y la nieta Nara estiran del hilo de la historia y Severina aparece más irreductib­le que nunca (“la política me la pela” dice frente al entusiasmo de los jóvenes por la memoria histórica). El choque entre generacion­es permite en esta última parte una intensidad­revitaliza­dora. /

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Inma Monsó fotografia­da el pasado febrero en la presentaci­ón de su última novela

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