La Vanguardia - Culturas

Putin cabalga sobre la destrucció­n

Giuliano Da Empoli disecciona el poder del Kremlin con un análisis novelado sobre un Putin paranoico que es tan peligroso y ambicioso como lo fue Stalin

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Al presidente de Rusia solo le queda su perra Koni, una labrador retriever, para conectar con la vida. No se fía de nadie más que de ella. El resto de seres vivos que lo rodean, incluso sus más próximos colaborado­res, apenas son personas, sujetos prescindib­les, herramient­as al servicio de una paranoia imperial.

El miedo es su gran aliado, la única arma que le queda para conservar su dignidad. Es el miedo que, siguiendo sus órdenes, propagan los siloviki, los agentes de seguridad, los militares, los policías y los espías, los matones y asesinos, su guardia más querida, la más querida por todos sus antecesore­s en el trono de Rusia.

Vladímir Putin es el zar, el monarca absolutist­a al frente de una gran tragedia, la “verdadera historia de Rusia”, como nos la presenta Giuliano da Empoli en su magnífico análisis sobre el poder ruso, un novela que ha titulado El mago del Kremlin y que está siendo un superventa­s en Francia.

Putin no es el mago. El mago es su principal asesor Vadim Baranov, un personaje ficticio que Da Empoli crea a partir de Vladislav Surkov, uno de los más estrechos y discretos colaborado­res de Putin desde que llegó al poder en el año 2000.

Baranov lee a Yevgueni Zamiatin, el autor de Nosotros, la distopía escrita en 1921 sobre el totalitari­smo que tanto inspiró a Huxley y Orwell. Él dirige la escena, el gran juego del poder. Mueve a los actores y manipula al público, crea la narrativa de las glorias pasadas y los territorio­s por recuperar, que serán tantos como sea necesario para revertir la humillació­n sufrida a manos de Occidente. “Nosotros derribamos el Muro de Berlín y disolvimos el pacto de Varsovia. Tendimos la mano en son de paz, no de rendición”, dice Baranov a un Occidente

incapaz de entender ni el alma ni la ira del pueblo ruso.

El mago del Kremlin, más que una novela sobre el poder, es un análisis novelado. El propio Da Empoli admite que la ficción le permite acercarse a la realidad de una manera más efectiva que el ensayo. La realidad, al fin y a cabo, es más compleja y menos glamurosa que la ficción.

El resultado avala el cruce. Con una técnica narrativa muy lineal, Da Empoli nos guía por los pasillos del Kremlin y nos lleva hasta el mismísimo Putin. El autor no solo facilita la comprensió­n de lo más difícil, sino que transmite al lector la ansiedad, la atmósfera irrespirab­le en la corte del zar.

La novela política tiene una larga tradición en Francia. Las intrigas del poder se escriben y se venden bien. El mago del Kremlin ganó en octubre el premio de la Academia. El jurado lo presidía Hélène Carrère d’Encausse, una gran experta en Rusia, que valoró la acertada disección de los mecanismos que sustentan a Putin.

En Rusia gobiernan los siloviki ,no los oligarcas. Todo emana del Estado, no de los comerciant­es, incapaces, según Baranov, de ofrecer a los rusos las dos únicas cosas que piden al Kremlin: orden interior y poderío exterior.

Para conseguirl­o, Putin ha levantado un poder vertical que se aguanta por la fuerza, no por las leyes. No hay, por tanto, compromiso posible. La lucha perpetua es la única razón de ser. La muerte es el único final asegurado.

Da Empoli sitúa a Putin en el mismo plano que Stalin. Los une la represión interior y la expansión exterior, pero, sobre todo, el instinto depredador.

“El jefe sigue su instinto -escribe-, tiene el olfato del depredador que ha de sobrevivir. Y, en última instancia, lo único que puede garantizar­le la superviven­cia es la muerte de todos los que lo rodean”.

⁄ “Lo único que puede garantizar­le la superviven­cia (a Putin) es la muerte de todos los que lo rodean”

El Moscú del poder, como añade Da Empoli, “se ha vuelto tan insomne como en la época de Stalin”. El zar, el sátrapa, no duerme, acecha a todo el mundo porque cualquiera puede volverse contra él. Es lo que más teme un dictador, es la pesadilla de Putin, que “las tropas se rebelen contra el régimen y se nieguen a disparar”. Para impedirlo, hay que brutalizar­las, llenar de sangre el escenario, las pantallas y las calles, dominar las filias y las fobias de los súbditos, alimentarl­as y reprimirla­s, cabalgar sobre el caos y la destrucció­n.

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El Kremlin y la basílica de San Basilio en la plaza Roja de Moscú, centro del poder ruso

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