La heroína de las mansardas de Pedralbes
Nueva novela de Luisa Castro, presentada en forma de autobiografía pero que no lo es, salvo el retrato de la burguesía y las duras experiencias de la narradora
⁄ Nos sentimos arrastrados por el humor y por la variedad de situaciones guiadas por el placer de narrar
La escritora gallega Luisa Castro es actualmente directora del Instituto Cervantes de Dublín
Luisa Castro (Foz, Lugo, 1966) es poeta, narradora y columnista. Ha vivido en Barcelona, Nueva York, Madrid y Santiago de Compostela. Es directora del Instituto Cervantes de Dublín. Escribe en lengua gallega y castellana y Galicia es una presencia constante en su obra y “no es un ente abstracto, es la familia, la educación, la formación y la lengua”. A los diecinueve años ganó el premio Hiperión de Poesía con Los versos del eunuco (1986). Como novelista es autora, entre otras, de la polémica La segunda mujer (2006), una historia de amor entre una joven y un hombre maduro y de diferente condición social. La autora acepta la coincidencia de su experiencia personal con el argumento de la obra, aunque para ella “en todo libro hay algo autobiográfico, porque el escritor, cuando trabaja, manifiesta su visión del mundo y su experiencia”; aunque, los que hemos conocido al prestigioso pensador y amigo recientemente fallecido, detectamos enseguida todo lo que hay de personal y de ajuste de cuentas. Sangre de horchata va, por suerte, en una dirección muy distinta, y nos sentimos arrastrados por el humor y por la variedad de situaciones guiadas por el placer de narrar, que se convierte en el placer de leer.
La acción ocurre en la parte alta de Barcelona. El padre de la narradora, Belén, inmovilizado a causa de un accidente de coche en el que dejó abandonada a su mujer Valeria, motivo del divorcio, vive en Pedralbes. Nos desplazamos de Vallvidrera, la avenida Pearson, la carretera de la Arrabassada o la de las Aigües a la Rambla y a la Virreina, a La Floresta, donde vive la madre, o a la Villa Romana, en los Pirineos, donde vive su medio hermano, Ricardo.
Hablar de conflictos no da la verdadera dimensión de la naturaleza de dichos conflictos. El padre es un hombre adinerado, o eso parece. La herencia que deja a sus hijos la gestiona Víctor, que “cumplía a la perfección el papel de padre por delegación, si nuestro progenitor se ponía enfermo”. Hasta que llega a la casa, en calidad de tutor, Leonardo. Se crea una tensa relación entre él y Belén, que se acentúa cuando descubre al padre y al tutor “los dos entrelazados y desnudos”. Por otro lado, a su madre sólo la conocerá cuando, tarde en la vida, se presenta en la casa del que fue su marido. Vive con su hijo Sergio. La vida de Belén cambiará radicalmente con las frecuentes visitas a La Floresta. Valeria es una mujer desequilibrada que intentó labrarse una carrera como cineasta (Castro realizó estudios de cine en Estados Unidos y conoció a Fassbinder y Cassavetes). Cowboy de medianoche, de John Schlesinger es aquí, a modo de homenaje, una presencia recurrente.
Valeria y Leonardo son los personajes mejor retratados, si bien todos tienen una poderosa presencia, que se acentúa con la acumulación de conflictos, como la presencia de Víctor en la vida de Valeria y más tarde en la de Belén. La novela está narrada en primera persona. Belén lleva un diario desde pequeña y, ya de adulta, cada vez que ocurre algo inesperado en su vida, lo único en lo que piensa es en escribirlo en su cuaderno. “¿Había alguien en Barcelona que tuviera una historia igual a la mía?”. Leonardo, que de autoritario tutor pasa a ser un buen amigo, le sugiere que “intentara reconstruir el diario perdido”. Que es, deducimos, la novela que estamos leyendo. Presentada en forma de autobiografía pero que no es autobiográfica, salvo el retrato de la burguesía y las duras experiencias de la narradora, de los dieciséis años a los casi veintidós. Estamos ante una novela que merece todos los elogios. /