La luz que nunca se apaga
Un ejercicio de autoconocimiento con la mirada en quienes un día nos acompañaron
En su conmovedora y agudísima combinación de elegía, memorias y reflexión vitalista Un home de paraula (Un hombre de palabra), Imma Monsó afirmaba que el duelo que nos dejan los difuntos está en íntima sintonía con el tipo de personas que fueron en vida, su carácter define el recuerdo, de modo que entre el terrible frío de la ausencia siempre hay resquicios por los que se filtra el calor. El libro de Monsó parecía reclamar su propio derecho a ser recordado mientras avanzaba por las páginas, igual de serenas y lúcidas, de Los detalles, con el que dialoga tan involuntaria como profusamente.
Primera novela traducida de la escritora y periodista Ia Genberg, por la que ha merecido el premio August, la más alta distinción de las letras suecas, su punto de partida es también el vacío, el desconcierto y las incógnitas que nos legan aquellas personas que ya no están a nuestro lado pero con las que antaño trazamos una órbita que se hubiera dicho indestructible. La narradora atraviesa por un proceso febril que invita a mirar atrás a cuatro relaciones –en sus respectivos cuatro capítulos– que en cierto modo supusieron igualmente picos de fiebre sentimental y emocional.
Dos relaciones de pareja –con una mujer que devino estrella del periodismo y con un hombre que luchaba por abrirse camino en el mundo de la música–, una relación de amistad y la relación con la madre invitan a un ejercicio de reconstrucción y recalibrado que, entre muchas otras cosas, brinda una suerte de autoconocimiento retrospectivo. Hay algo muy luminoso en la mirada y la prosa de Genberg, que incluso al abordar las heridas causadas –el daño, la traición, el abandono, las personalidades dominantes, la enfermedad mental…– lo hace sin ápice de acritud, desde el convencimiento de que casi toda experiencia –y no digo toda porque el libro rebate explícitamente esa falacia de que “lo que no te mata te hace más fuerte”– es capaz de brindar una lección que si no impulsa hacia delante por lo menos aleja un poco del autoengaño.
El recordatorio del modo en que los libros modelan nuestra existencia en un momento concreto, y crean vínculos entre las personas que siguen en pie mucho después de cualquier separación, y la posibilidad de echar la vista atrás a unos tiempos en que la tecnología no definía como hoy la naturaleza de una relación (por ejemplo, haciendo de la desaparición algo mucho más factible) son otros de los encantos de una novela que abre continuamente espacios para el reconocimiento del lector. Para entender nuestra vida hay que fijarse en los detalles, dirigir la atención hacia fuera, apunta la narradora en un momento dado. Leerte también nos haayudado,podríamosconfesarle.