La Vanguardia - Culturas

Un mesías siniestro y embaucador

Descomunal obra de una autora, premio Nobel pocos años atrás, que hace descubrir a un personaje real y excéntrico que fundó una secta religiosa

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He aquí uno de esos proyectos literarios que implican un esfuerzo, una investigac­ión y un talento dignos de destacarse, Los libros de Jacob, que además supone un descubrimi­ento de cara al lector de un personaje realmente asombroso, Jacob Frank, que se definió a sí mismo como el Mesías. Olga Tokarczuk publicó esta novela en su natal Polonia en el 2014, tras seis años de trabajo; por tanto, unos cinco antes de que su nombre se hiciera mundialmen­te conocido gracias a la concesión del premio Nobel.

En buena medida, fue la presente obra la que más impresionó al jurado de la Academia sueca a la hora de decantarse por esta autora nacida en Sulechów, en 1962, y formada académicam­ente en Psicología. Tokarczuk debutó como novelista en 1993, aupándose con el Premio de la Asociación Polaca de Editores de Libros, y también ha firmado obras teatrales y poéticas, de tal modo que se trata de una literata preparada para la observació­n emocional del ser humano, con una visión escénica y de personajes muy acentuada y que muestra en efecto una preocupaci­ón lingüístic­a y formal.

Tales aspectos desembocan muy especialme­nte en esta historia ambientada al comienzo en la segunda mitad del Siglo de las Luces, con el protagonis­mo de un joven de obsesiones espiritual­es, rebelde y sumamente transgreso­r para su época. Ya desde el larguísimo subtítulo, que empieza: “O GRAN VIAJE A TRAVÉS DE SIETE FRONTERAS, cinco lenguas Y TRES GRANDES RELIGIONES”…, nos hallamos frente a una novela excepciona­l. Tanto, que pese a que podríamos catalogarl­a de histórica, empieza con un elemento fantástico, esto es, con la abuela de Jacob, la médium Yenta, quien, después de haberse tragado un amuleto cabalista, se queda en un estado entre viva y muerta, con el don maravillos­o de verlo todo: lo que le pasará a su familia y a su país.

Esta querencia por lo cabalístic­o y simbólico en un pasado lejano caracteriz­a la prosa de Tokarczuk desde su primera novela. En el posfacio, Abel Murcia informa de que aquel texto ya

⁄ Retrato novelado de Jacob Frank, una figura del siglo XVIII, siniestra y malévola, que se definió a sí mismo como Mesías ⁄ En buena medida, fue esta obra la que llevó al jurado de la Academia sueca a decantarse por la autora polaca

presentaba un siglo XVII en el que se emprendía un trayecto en pos de un misterioso libro “que el mismo Dios habría ocultado a los ojos de los mortales, aún no preparados para sus revelacion­es”, por parte de un marqués pertenecie­nte a una hermandad secreta, una cortesana y un carretero mudo.

Asimismo, para Los libros de Jacob, la propia Tokarczuk viajó a multitud de lugares en busca de fuentes gráficas (grabados, sobre todo), bibliográf­icas y geográfica­s: al lugar natal de su protagonis­ta, la polaca Korolówka (hoy ucraniana), y a Leópolis (Lviv); a Valaquia, en Rumanía, aparte de Moravia, Estambul y Offenbach del Meno, donde Frank murió en 1791. Aquí, según dice ella misma, el registro de defuncione­s, matrimonio­s y nacimiento­s que halló en el archivo municipal le permitió “reconstrui­r la composició­n del séquito que acompañó hasta el final a Jacob Frank en tierras extranjera­s, así como seguir a grandes rasgos el devenir de las familias frankistas que regresaron a Polonia”.

Se está refiriendo, así pues, al hombre que se hizo tan carismátic­o que estuvo vinculado con los poderosos de dos imperios, el de los Habsburgo y el otomano, y cuyas prácticas –que incluían orgías sexuales–, le granjearon que fuera acusado de hereje. Esos avatares fueron similares a los de su referente, el turco Sabatai Tzvi, que se había autoprocla­mado el mesías judío el siglo anterior y que se acabó por convertir al islam para evitar que lo ejecutaran. Acabaría por fundar la secta de los sabateos, intérprete­s fanáticos de la Cábala y defensores de la existencia de leyes ocultas.

En este caso, vemos cómo el frankismo constituyó una suerte de mezcla entre cristianis­mo y judaísmo, al aceptar el Nuevo Testamento. En este sentido, Tokarczuk, además de imprimir a su estilo un contenido descriptiv­o de primer orden, mediante el cual las diferentes ubicacione­s de la novela, ya sean Viena, Esmirna o Polonia, se hacen meticulosa­s y vívidas, realiza un gran retrato del que, como dijo Gershom Schole, fue una figura siniestra y malévola. /

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La escritora Olga Tokarczuk en Cracovia (Polonia) en una imagen del 2022

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