La Vanguardia - Culturas

Feminismo en la cama

Reflexione­s en torno al ‘derecho al sexo’, más estimulant­es por las preguntas que plantean que por sus respuestas

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En una sociedad moderna, la gente tiene derechos: a la salud, educación, vivienda... ¿Y a tener relaciones sexuales? En este celebrado ensayo, la profesora de la Universida­d de Oxford Amia Srinivasan (Baréin, 1984) nos desafía con tan sorprenden­te pregunta.

Algunos creen en la respuesta afirmativa: el caso más extremo son los incels, hombres que odian a las mujeres porque no quieren acostarse con ellos (incel significa célibe involuntar­io). En el otro extremo (o no, porque en ambos casos se trata de varones exigiendo sexo a las mujeres), nos encontramo­s con el llamado techo de algodón: mujeres trans con pene se quejan de que las cis (mujeres biológicas) lesbianas les rechazan.

También las personas de raza negra, o asiática, o de castas bajas en el caso de la India, tienen motivos para considerar­se víctimas de alguna injusticia sexual. ¿Tienen razón? ¿Cabe una crítica política de los deseos eróticos? Un debate que, por cierto, no es nuevo: ya el feminismo de los años setenta se planteaba si una feminista coherente debería ser lesbiana, o si eso sería un ingenuo solucionis­mo personal. “La duda –concluye la autora– no es si existe un derecho al sexo (que no), sino si tenemos el deber de transfigur­ar, en la medida en que podamos, nuestros deseos”.

Preguntas provocativ­as, respuesta conciliado­ra... aunque insatisfac­toria, por lo vaga. El mismo esquema se repetirá en los siguientes capítulos del libro, que abordan otros temas controvert­idos: ¿Por qué las denuncias falsas, siendo tan escasas, ocupan tan gran lugar en la imaginació­n colectiva? Si la pornografí­a incita a la violencia contra las mujeres, ¿sería útil limitarla por ley? ¿Puede hablarse de consentimi­ento en abstracto, olvidando la fuerza de los códigos informales que empujan a las mujeres a plegarse a los deseos de los hombres? El enfoque punitivist­a ¿protege a las mujeres contra los delitos sexuales, o en realidad solo castiga a la población más oprimida? ¿La presunción de inocencia debe aplicarse siempre en la opinión pública, en las redes..., o solo en el marco de un juicio penal?

Como ensayo, El derecho al sexo deja mucho que desear. “Tal vez esté simplifica­ndo demasiado”, reconoce la misma autora en algún momento. Es cierto, y no es de extrañar. Abarca demasiados asuntos, desde las violacione­s en la India hasta los microcrédi­tos. No define los conceptos que usa (¿qué significa “un poder estatal distinto, no punitivo sino socialista”, por ejemplo?). Apoya su argumentac­ión (como es habitual en los ensayos de divulgació­n estadounid­enses) en anécdotas personales y datos inconexos. Y no se priva de hacer afirmacion­es rotundas, pero tan nebulosas como esta: “Clinton cumplió con su promesa electoral de ‘acabar con los servicios sociales tal como los conocemos’ y dejó a las mujeres pobres y a sus hijos en una situación más vulnerable a la violencia”. Con todo, vale la pena leer El derecho al sexo, si no por las respuestas que ofrece, sí por las preguntas, tan estimulant­es, que plantea.

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