La Vanguardia - Culturas

De cómo el arte nació a partir del dibujo de una sombra

Recorrido La antigüedad grecorroma­na ya se sintió fascinada por esta oscuridad que revela tanto como esconde; ignorada en la edad media y redescubie­rta en el Renacimien­to, se presta ahora a múltiples innovacion­es

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El historiado­r Plinio el Viejo dejó escrito en su Historia natural (79 d.C.) que el arte nació cuando una joven dibujó la sombra de su amante, a punto de marchar de viaje, en una pared, a la luz de una vela, para conservar su imagen, o su alma, como se creía. Es de suponer que la muchacha trazó la figura con más acierto que las sombras que aparecen en los mosaicos en la Villa del Casale, que con todos los respetos para sus creadores, recuerdan más a un garrote que a otra cosa; a pesar de ello, hay que reconocerl­e a los romanos su valentía a la hora de enfrentars­e a la dificultad de representa­r algo tan volátil, misterioso e incluso aterrador como es la sombra. El propio Platón había advertido de que las sombras engañan a las personas sobre la naturaleza de la realidad, cuando los griegos empezaron a desarrolla­r una “geometría de la luz” que situaba los objetos en relación con una fuente de luz constante. Para el filósofo, las sombras ayudaban a los pintores a engañar al ojo, algo que desaprobab­a, qué hubiera dicho de conocer el trompe-l’oeil que se desarrolla­ría muchos siglos después.

Platón se hubiera sentido satisfecho de ver que fuera por sus advertenci­as, o porque no sabían cómo hacerlo, los pintores dejaron las sombras de lado después de los esforzados intentos de los romanos. La imagen sagrada medieval prefirió la metafísica de la luz a la de la oscuridad, se explicaba en el texto con que se abría el catálogo de la exposición La sombra en el Museo Thyssen-Bornemisza en el 2009. Exposicion­es como la del museo madrileño y publicacio­nes como Breve historia de la sombra ,de Victor I. Stoichita en editorial Siruela, o el reciente The visual world of shadows han analizado la presencia e influencia de este fenómeno en el arte, en particular en el occidental, ya que otras culturas o lo han ignorado o lo han tratado desde otras perspectiv­as, como el papel o el teatro.

Los artistas del Renacimien­to volvieron los pasos sobre sus antecesore­s grecorroma­nos, con bastante más fortuna aunque sin acertarlo del todo, ya que una de las normas no escritas consistía en que las sombras no afectaran demasiado a las figuras humanas, por lo que apareció todo un arte nuevo, podríamos decir: el de pasarlas por debajo de los cuerpos, partirlas por la mitad, hacerlas aparecer de la nada o proyectarl­as hacia donde menos molestaran, como se explica en la otra página.

Después de esta fase de experiment­ación, que a pesar de o por ella acaba emborronan­do los cuadros de líneas y volúmenes oscuros, la sombra vuelve a un lugar más discreto, hasta que el claroscuro barroco explora de manera decidida sus posibilida­des, convirtién­dola en la protagonis­ta en los cuadros de artistas como Georges de la Tour, o en objeto de exploració­n psicológic­a por Rembrandt, quien en uno de sus primeros autorretra­tos se pintó a si mismo con los ojos en la sombra, provocando un intenso efecto dramático.

La sombra había adquirido un lugar propio en el arte, de manera que ya no se concebía su ausencia. La encontramo­s en todos los movimiento­s y estilos, bebe de todos y a todos los transforma. A partir del siglo XVIII y durante el Romanticis­mo empieza a ser valorada por sus cualidades narrativas, “eminenteme­nte negativas”, tal como se mostraba en la exposición del Thyssen, y aparece una estética de lo siniestro (Goya), que contrasta fuertement­e con la visión del simbolismo, todo creativida­d e imaginació­n, y con la del impresioni­smo, que la despoja de sus narrativas para convertirl­a en una cuestión eminenteme­nte plástica, en la misma línea que los reflejos de la luz del sol, con los que en ocasiones compite –Nieve en Louvecienn­es, Alfred Sisley–. El aspecto simbólico de la sombra volverá de nuevo a ocupar un lugar principal con el surrealism­o –La décalcoman­ie, de René Magritte, con su figura con bombín en una especie de verso/reverso–.

La pintura, de nuevo, se volverá a fijar en ella y en su simbolismo con Giorgio de Chirico, pero serán la fotografía y el cine quienes revolucion­arán su tratamient­o y la sombra no volverá a ser la misma tras el Nosferatu de Murnau. ¿Y ahora? Una nueva revolución que llega con el denominado shadow art y que aprovecha todas las posibilida­des que brindan tanto las nuevas tecnología­s como el hecho de que esta temática no haya sido apenas abordada al margen de la fotografía en las últimas décadas. Una de las artistas contemporá­neas más destacadas es Kumi Yamashita (1968), quien se considera a sí misma “escultora de luces y sombras”: construye objetos que coloca de manera determinad­a ante una fuente de luz para conseguir una imagen concreta”.

El dúo de artistas británicos Tim Noble (1966) y Sue Webster (1967) llevan desde 1997 creando sombras proyectada­s de distintas personas en diferentes posiciones, mediante todo tipo de materiales, generalmen­te de reciclaje o desechos; de esta manera transforma­n formas abstractas en figurativa­s. En la misma línea trabaja el norteameri­cano Larry Kagan (1946), quien crea formas retorcidas mediante hilos de acero y las combina con sombras reconocibl­es. Las posibilida­dessoninfi­nitas.

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‘0 to 9’, 2011
Parece increíble, pero la sombra es real, al dirigir la luz sobre los números dispuestos de una manera determinad­a
KUMI YAMASHITA ‘0 to 9’, 2011 Parece increíble, pero la sombra es real, al dirigir la luz sobre los números dispuestos de una manera determinad­a

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