Humor, historia y libertad para contarlo todo
⁄ La sátira, el juego y el espíritu transgresor acompañan a algunos de los mejores títulos de la temporada
⁄ Otro tipo de obras observan lo pretérito desde el presente en su faceta más dolorosa, en lo general y lo particular
El pasado noviembre se presentaba en Barcelona, mediante un acto realmente divertido, Gravedad cero / Gravetat zero (Alianza), de Woody Allen, con la presencia de su traductor, que contó algunas anécdotas sobre el cineasta neoyorquino. Son diecinueve narraciones escritas con gran humor en que se mezcla la cultura popular con la burla a la pedantería.
Y es que la risa es muchas veces la mejor compañía; también en la literatura. Otro ejemplo es Francis Plug. Cómo ser un autor público (Impedimenta), del neozelandés Paul Ewen. Se trata de la historia de un jardinero alcohólico que se ha obsesionado con los autores que han recibido el Premio Booker, como Rushdie, Coetzee o McEwan. De modo que vendría a ser una sátira del mundillo literario.
También en clave humorística y metaliteraria se mueve el francés Abel Quentin en El visionario (Libros del Asteroide). Presenta ahí a un académico jubilado y divorciado que escribe un libro sobre un poeta estadounidense, lo cual provocará una inesperada polémica desatada en las redes sociales en plena fase de la cultura woke.
Igualmente con un fondo de juego literario se presenta Motor Maids: un viaje maravilloso (Firmamento), de Ron Padgett. La novela muestra a cuatro jovencitas de viaje por Estados Unidos, donde saldrán al paso anécdotas increíbles; todo ello a partir de la reescritura lúdica de un texto de 1911 de Katherine Stokes.
Asimismo, tenemos otro libro realmente ingenioso: Las tempestálidas (Fulgencio Pimentel), del búlgaro Gueorgui Gospodínov. Su protagonista es Gaustín, que inaugura en Zúrich una clínica para enfermos de alzheimer, con instalaciones que reproducen cada década del siglo XX para que los pacientes puedan revivir ambientes pasados.
Y hablando de echar un vistazo atrás, haymuybuenasnovelashistóricasquerecomendar, como La fortaleza (Automática), del bosnio Meša Selimović. Se alude en ella a matanzas cometidas en tierra rusa; de este modo su protagonista nos introduce en el Sarajevo otomano del siglo XVIII tras volver de la guerra.
No abandonemos esa centuria, pues la polaca Olga Tokarczuk ha penetrado en ella de forma voluminosa en Los libros de Jacob (Anagrama), que nos hace descubrir a Jacob Frank; este personaje real, transgresor para su época, estuvo vinculado con los poderosos de dos imperios, el de los Habsburgo y el otomano, y sus prácticas –que incluían orgías sexuales– le granjearon que fuera acusado de hereje.
De personajes heterodoxos también sabe Emilia Hart, quien en (Las mujeres Weyward / Les dones Weyward (Umbriel / Columna) nos traslada al año 1619, cuando una mujer es acusada de asesina y bruja. Pero también al 2019, con una joven que huye de su maltratador y que acabará en el mismo lugar que vio las cazas de brujas; y a 1942, con una niña que posee un medallón con una W grabada.
Estetipodeobras,quedesdeelpresente observan lo pretérito en su faceta más dolorosa, llegan mes a mes a las librerías. Es el caso de Todas las piezas rotas / Quan el món es va trencar (Salamandra / Empúries), del irlandés John Boyne: una secuela de El niño con el pijama de rayas. Por eso, se recuperan ciertos personajes para hablarnos de Gretel Fernsby, una anciana de 91 años que pretenderá salvar a un niño del ambiente violento que generan sus padres para expiar sus propios remordimientos.
Ciertamente, los tiempos marcados por la guerra o el totalitarismo generan buena literatura, como ocurre en Serenata para Nadia (Galaxia Gutenberg), del turco Zülfü Livaneli, ambientada en Estambul. En ella, una madre de un adolescente introvertido y divorciada verá cómo su vida cambia para siempre después de que, por su trabajo en la universidad, reciba a un viejo profesor de Harvard de origen alemán y víctima del nazismo.
En una línea semejante podríamos colocar El legado (Tusquets), de la japonesa Asako Serizawa. Esta nos habla de una familiaalolargodemásdecienaños,ycon ello se percibe cómo los emigrantes nipones vivieron las leyes racistas en Estados Unidos. Más de corte reflexivo es la narrativa que hallamos en el rumano Norman Manea, que de niño fue deportado junto a su familia a un campo de concentración. En La sombra exiliada (Galaxia Gutenberg) alude a un superviviente del Holocausto, y escribe sobre el papel que ejerce el exilio en la existencia de aquellos que pudieron huir de la barbarie.
En este terreno de búsqueda narrativa alejada de lo estandarizado destacaríamos a Julian Barnes, que en Elizabeth Finch (Anagrama / Angle Editorial) realiza un relato sobre una maestra que fue objeto de fascinación de un hombre; será a raíz de su muerte cuando se rememoren sus clases y se desarrolle una suerte de ficción ensayística, por cuanto el protagonista se propone escribir un ensayo a partir de las notas que dejó ella.
Otra autora que incide en asuntos de actualidad es la francesa Delphine de Vigan . En Los reyes de la casa / Els nens son reis (Anagrama / Edicions 62), cuenta los avatares de una mujer que ha triunfado en las redes sociales gracias a vídeos donde expone la vida privada de sus hijos pequeños, para sacar rédito económico, con el riesgo de provocar nefastas consecuencias para ellos en el futuro.
Por último, citemos una obra que aún estaba inédita en español, La casa de Kyoko (Alianza), del japonés Yukio Mishima. Narra la relación de cuatro hombres en Tokio, que acuden a casa de una mujer que ofrece un ambiente liberal y donde se puede hablar de cualquier cosa, por muy disparatada que sea. Como sucede en el ámbito, supremamente libre, de la literatura. /