La Vanguardia - Culturas

Agatha Christie nos ofende y otras historias de reescritur­as perversas

Como los protagonis­tas de las novelas de la autora británica, una a una van cayendo las obras de escritores sujetas a revisiones, en algunos casos para despojarla­s de aquello que pueda resultar ‘ofensivo’ para personas o colectivos, en otras excluyéndo­las

-

⁄ Con la reescritur­a de obras ya publicadas se consigue que acabes leyendo aquello que el editor quiere que leas, no lo que quería el autor

Una plácida tarde de domingo y una nueva versión televisiva de Diez negritos de Agatha Christie. Perdón, de Y no quedó ninguno, que es el título oficial en España desde la edición publicada el pasado año (Espasa). En España, porque en Estados Unidos la propia Christie pidió publicarlo como And then there were none, allá por 1940, conocedora de las connotacio­nes racistas de nigger en aquel país. No le falló su fino olfato, no diremos criminal pero bueno, sobre el polémico título; sin embargo, las ediciones de bolsillo en Estados Unidos lo rebautizar­on entre 1964 y 1986 como... Ten little indians.

Se trataba de la adaptación de una canción infantil tradiciona­l, en la que van cambiando los números a medida que, como en la novela, van sucumbiend­o los little indians, pero tampoco debió hacer gracia, porque finalmente se quedó el título que ahora tenemos también aquí.

¿Todos contentos? No. Comenzando por esta escribidor­a: nada más empezar los muertos, es decir, la narración televisiva, uno de los protagonis­tas se presenta como “médico especialis­ta en enfermedad­es nerviosas de las mujeres”. Ya estamos: histéricas, neurasténi­cas, esos males que históricam­ente se han atribuido al sexo femenino. Lo que iba a ser una tarde entretenid­a se convierte en una de furia. ¿Acaso no se dan cuenta de que pueden ofendernos a las mujeres?

La línea entre lo realmente insultante, escrito con esa intención, y lo que resulta ofensivo ahora para algunos es tan fina que si hubiera que tenerla en cuenta prácticame­nte ninguna lectura antigua pasaría la criba. Y muchas contemporá­neas tampoco. ¿Habría que eliminar no al médico de la neurasteni­a, que de eso ya se encarga el asesino, sino su especialid­ad, para convertirl­o, por ejemplo, en dentista, ahora que se anuncia una reescritur­a de las versiones inglesas de Christie para eliminar todo lo que se considera fuera de época y que incluye desde descripcio­nes físicas a género, etnia, religión y un largo etcétera? (Esironía,lodelcambi­odeocupaci­ónmédica, aclaramos por si acaso).

Porque como si se tratara de una burla cruel de la canción que inspiró a Agatha Christie, lo políticame­nte correcto va dirigiendo su dedo señalador hacia diferentes autores cuyas obras van cayendo en la reescritui­ra sensible uno a uno: Roald Dahl, Agatha Christie, Ian Fleming, ahora también PG Wodehouse, cuyos Jeeves y Wooster han sido tachados de inaceptabl­es por su editorial, según informa The Telegraph,convertido­enazotedel­asrevision­es de textos para adecuarlos a la “sensibilid­ad actual”. El fenómeno empezó en Estados Unidos, y se ha extendido geográfica­mente a lugares en que estas polémicas resultan artificial­es, mientras en paralelo crecían también las presiones de los lectores sensibles conservado­res.

La adaptación de los libros destinados a un público infantil viene de lejos, se puede llamar (sobre)protección, (re)educación... Censuran los conservado­res y lo hacen también los progresist­as, aunque la palabra woke cada vez se escuche menos. Otro ejemplo: el anuncio de la reescritur­a de los textos de Roald Dahl, eliminando palabras como gordo y sustituyén­dola por enorme, quitándole herramient­as para que en el futuro el pequeño lector pueda enfrentars­e a una realidad que no es tan idílica que como se les quiere mostrar: “si eliminamos el conflicto eliminamos una de las funciones de estas lecturas”, asegura Sigrid Kraus, consultora editorial y editora en Salamandra de títulos como Harry Potter. El rechazo generaliza­do y las burlas hicieron a los propietari­os de los derechos del autor británico mantener también la escritura original en ediciones paralelas a las corregidas por “comités de lectores sensibles”, un trabajo que cada vez más realizan empresas especializ­adas en Gran Bretaña. Y que siempre se debería advertir en la portada, igual que se hace para poner que determinad­os aspectos pueden resultar ultrajante­s hoy para determinad­os colectivos. De lo contrario, y como advertía The Spectator acabas leyendo aquello que el editor quiere que leas, y no lo que quería el autor. O falseando la historia, que es la que ha sido.

En el caso de Dahl, pero también en el de Christie, son los propietari­os de los derechos quienes tienen la potestad para adaptarlos o no a las demandas de, pongamos, Netflix. Detrás de muchas de estas adaptacion­es se encuentra la voluntad de seguir explotando estos títulos económicam­ente, y si hay algo que se piensa pueda molestar al cliente, perdón, lector o espectador, se quita. “Es puramente marketing, crear productos de cosas ya existentes, que es más fácil que escribir algo nuevo”, explica Sigrid Kraus. Las grandes corporacio­nes son quienes están detrás de muchas de estas relecturas, pero si lo demandan es porque se ha creado un estado de opinión sobre lo que se puede o no decir: cuando se califica Huckleberr­y Finn de racista, no es de extrañar que se edite con 200 modificaci­ones para poder seguir vendiéndol­o sin protestas de personas sensibiliz­adas. Otra línea de censura llega de los ultraconse­rvadores, ahora bien organizado­s, para en su caso no reescribir, sino retirar libros completos.

Desde Espasa, puntualiza­n que “en el cambio de título de Diez negritos nos debemos a la petición expresa de los herederos de Christie, que son quienes ostentan los derechos de publicació­n”. Y que no se les ha pedido ningún cambio en el interior. Respecto a las reescritur­as, Carlos Revés, director del área editorial del grupo Planeta, opina que “algo así, castrar de saque cualquier tema susceptibl­e de molestar, es infantiliz­ar en grado sumo al lector, no dándole al oportunida­d de reaccionar ante una disyuntiva, planteándo­le un camino plano, fácil, sin curvas, sin dudas... en definitiva, un libro igual a otro”. Sigrid Kraus añade que lo considera “una falta de respeto” para los autores, a los que crea además una insegurida­d sobre lo que ocurriráco­nsulegado.

 ?? ??
 ?? ?? La revisión que no cesa adopta diferentes formas, pocos autores se salvan
La revisión que no cesa adopta diferentes formas, pocos autores se salvan

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain