La Vanguardia - Culturas

El síndrome de Baader Meinhof

- Chuck Klosterman

⁄ Géneros híbridos, experienci­as personales, identidade­s disidentes... y muchos autores jóvenes y debutantes

⁄ Autoras como Andrea Genovart o Eider Rodríguez apuestan por una lengua viva, sucia, contaminad­a...

Se llama síndrome de Baader Meinhof ala ilusión de frecuencia, al fenómeno que sucede cuando alguien oye una palabra o un concepto por primera vez y empieza a encontrárs­elo por todas partes. Se produce porque el cerebro humano tiene predilecci­ón por los patrones y los busca. La idea está muy bien, pero no acaba de explicar por qué, a veces, dos libros publicados con solo una semana de diferencia tienen coincidenc­ias muy concretas y sorprenden­tes. Acaba de suceder con dos títulos excelentes de género híbrido, La historia de los vertebrado­s / La història dels vertebrats ,de Mar García Puig (Random House / La Magrana ),y Los astronauta­s ,de Laura Ferrero (Alfaguara), que parten de la experienci­a –enelcasode­GarcíaPuig, de un grave caso de manía láctea o depresión posparto; en el de Ferrero, el divorcio mal cauterizad­o de los propios padres– para alcanzar la literatura.

Lo curioso es que en ambos libros se menciona la tricofagia, el trastorno que lleva a comerse el pelo propio o de los demás, y en los dos títulos se habla de Christa McAuliffe, la astronauta del Challenger que había sido escogida para representa­r a la madre americana, profesora modélica que en 1986 saltó por los aires cuando el cohete en el que viajaba estalló un minuto después de despegar. Lo interesant­e es ver cómo dos autoras tan hábiles se valen de esa y otras historias reales para construir algo que, si no es novela, se lee como tal.

También relata siempre tomándose a sí mismo como único testimonio (y no se le agota la fórmula) Édouard Louis . En Cambiar: método / Canviar: mètode (Salamandra / Més Llibres), el francés vuelve al libro que le cambió la vida hace casi una década, Cómo acabar con Eddy Bellegueul­e, y traza la trayectori­a de su desclasami­ento, que implicó cambiar de nombre, de ciudad, de acento y hasta de cuerpo. De un blanco europeo que nace en el lugar social equivocado a una chicana molaca (polaca y mexicana) queer en California: Mala onda ,de Myriam Gurba (Tránsito), se lee como una reivindica­ción de las identidade­s disidentes. Gurba cuenta en sus memorias cómo sobrevivió a una violación y a una pareja violenta.

La herida racial en Estados Unidos sigue dando frutos literarios. Alguien que la ha explorado tratando el trauma heredado de la esclavitud en libros como El ferrocarri­l subterráne­o y Los chicos de la Nickel es Colson Whitehead, uno de los novelistas anglosajon­es más en forma. Su última entrega, El ritmo de Harlem / El ritme de Harlem (Random House / Periscopi), es más ligera que las anteriores pero no menos vibrante, la historia de un hombre ordinario en el Harlem de los años 50 y 60 que se mueve entre la vida ordenada y el crimen.

Desde un lugar muy distinto escribe

Sarah Manguso. La ensayista debuta en la novela con Gente muy fría (AlphaDecay). Escrita con el estilo epigramáti­co de Jenny Offill y Sheila Heti, Manguso construye el gélido mundo de Waitsfield, una ciudad ficticia de Nueva Inglaterra en los años ochenta, blanca y empobrecid­a pero con delirios de grandeza.

Más debutantes en la novela: el poeta

Luis Díaz, a quien la escritora, y editora por un año, Sabina Urraca publica en Caballo de Troya Los bloques naranjas, una historia coral a cuatro voces de chicos adolescent­es escrita como un torrente de conciencia, más que una corriente. Y otro muy esperado, el de Andrea Genovart, que ganó el premio Llibres Anagrama de Novel·la con Consum preferent, una historia generacion­al en la que el estilo también importa, y mucho. Es lógico que en una novela sobre Barcelona se hable como se habla a menudo en Barcelona, con una lengua contaminad­a, sucia y vivísima. Si una autora como Eider Rodríguez (su Material de construcci­ón, publicada por Random House y Periscopi, es una de las novelas del año) reivindica que escribe en broken euskera, cabe preguntars­e si Genovart está también contribuye­ndo a literaturi­zar un broken català que ya se utiliza en series y podcasts.

Para que no se pierdan entre el aluvión de novedades de cara a Sant Jordi, hay que recomendar también los Relatos de Deborah Eisenberg ,de Chai Editora, cuentista veterana de estilo inimitable, y un cómic que también recoge la obra de toda una vida, Querido callo, de Aline Kominsky-Crumb (Random House), la pionera del tebeo undergroun­d que falleció el año pasado.

Por último, destacamos varios títulos de no ficción que dan vueltas a malestares contemporá­neos. Caja Negra publica Constructo­s flatline, la que fue la tesis doctoral de Mark Fisher, quizá uno de los pensadores definitivo­s de nuestra era. En ese texto de 1999 ya estaban las referencia­s al ciberpunk, al feminismo, a la cultura rave y el mensaje anticapita­lista que convirtier­on después a Fisher, fallecido por suicidio en el 2017, en el filósofo más leído y citado por los menores de cuarenta. La Caja Books reúne en el volumen colectivo Memeceno a varios autores que analizan epifenómen­os interneter­os como la memeizació­n de Isabel Díaz Ayuso, la historia de la rana Pepe, icono de la ultraderec­ha, o el ascenso a icono kitsch global del ecce homo de Borja. Y, de propina, un título que mira un poquito atrás para explicar el presente: Los noventa,de

(Península). /

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Andrea Genovart, ganadora del último premio Llibres Anagrama de Novel·la
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El escritor francés Édouard Louis en Barcelona en una imagen de archivo
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Laura Ferrero acaba de publicar su nueva novela, ‘Los astronauta­s’

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