La Vanguardia - Culturas

El novelesco diario ‘Pueblo’

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⁄ Fernández Úbeda recoge exclusivas, timbas y trifulcas, a medio camino entre Wilder y Pedro Lazaga

Los buenos libros sobre periodismo suelen aportar un saco de anécdotas. Los imperfecci­onistas de Tom Rachman o Historias de la canallesca de Màrius Carol muestran hasta qué punto lo anecdótico puede sustentar una reflexión de calado sobre el oficio. Lo mismo ocurre con la recién aparecida y muy novelesca obra de no-ficción Nido de piratas. La fascinante historia del diario ‘Pueblo’ (1965-1984), que publica en Debate Jesús Fernández Úbeda: tras un formidable acopio de pequeñas historias brinda un agudo y muy ágil panorama de un medio y una época.

Pueblo era el diario de la organizaci­ón sindical española, y por tanto uno de los rotativos oficiales del régimen

franquista. Bajo la batuta de Emilio Romero, abre en los años 60 una línea de periodismo popular y guerrero, muy abocado a los temas de interés humano y a las grandes exclusivas , sin abandonar el columnismo político: atento a las esencias del franquismo pero también buscando sus límites.

Mi padre, que visitó algunas veces el edificio, siempre comentaba la peculiarid­ad de su ascensor, una caja de subida y bajada sin puertas que no se detenía nunca y de la que había que saltar en marcha al llegar al piso requerido. Descubro en Nido de piratas que le llamaban “el paternóste­r” y finalmente lo retiraron por motivos de seguridad.

El periodista de sucesos Julio Camarero viaja a Dallas para entrevista­r, sin saber inglés, al condenado a muerte Caryl Chessman. Tico Medina se coloca una bata de médico para entrar en la clínica donde trasplanta un corazón el marqués de Villaverde; también presta su hombro a Pablo VI para que no se caiga, y experiment­a con LSD bajo control médico. Raúl del Pozo y el fotógrafo Raúl Cancio se disfrazan de hippies para cubrir el festival de Wight, a donde han llegado con traje y corbata. José María García aparca el periodismo deportivo para relatar desde primera fila la matanza de la plaza de las Tres Culturas; el cura Aradillas se la juega con su opinión posconcili­ar...

Hay timbas , juergas y trifulcas pistola en mano o tijeras en el aire, atemperada­s por el conserje Paco el

Pata. Sin duda hay mucha pasión por el oficio, a medio camino entre Primera plana de Billy Wilder y una película picaresca de Pedro Lazaga.

A Fernández Úbeda, que nació cinco años después del cierre del rotativo, la empatía le lleva a alguna exageració­n: aunque en 1975 Pueblo vendiera 220.000 ejemplares, no era “el diario más influyente de España”. No podía serlo: lo eran entonces algunos medios de propiedad privada de enfoque menos popular, que sin embargo tiraban más ejemplares y no estaban tan sujetos, desde luego no tan directamen­te, a las arbitrarie­dades del poder.

El personaje de Emilio Romero (aunque cesado en 1975, es la figura decisiva) tiene luces y muchas sombras. Queda claro que fue un potenciado­r de talentos, protector de su gente; impulsó un periodismo vibrante –sin control económico–, y supo navegar las aguas del franquismo. En lo personal, su fórmula de intercambi­ar con folklórica­s promoción periodísti­ca por sexo, según atestigua un subordinad­o, dibuja la siniestra figura de un depredador.

De Pueblo surge una cantera de conocidos informador­es: Yale, Antonio D. Olano, Felipe Mellizo, José María Carrascal, Jesús Hermida, Rosa Villascast­ín, Carmen Rigalt...; fotógrafos como César Lucas, Joana Biarnés o Queca Campillo. Una célebre novelista, Julia Navarro. Y la figura mayor de Arturo Pérez-Reverte, prologuist­a, fuente clave y sospecho que uno de los inspirador­es de este volumen. Al impulsivo veinteañer­o que esquiva a Romero, su whiskería y su club social, que desaparece meses en el Sáhara o Eritrea, volviendo con disentería e informacio­nes increíbles, Pueblo le brinda el acceso inicial a una mochila de experienci­as que, reelaborad­as y trascendie­ndo la anécdota, contribuir­ían a hacerdeélu­ngranescri­torespañol.

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Garrigues Walker, Tierno Galván y Verstrynge en el club ‘Pueblo’
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