La Vanguardia - Culturas

Eros y tánatos del Romanticis­mo

El poeta Fernando Valverde narra los últimos días de Keats, Shelley y Byron en un relato lleno de admiración, preciso y, también, con suspense

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La pulsión de la muerte que se opone a la dicha de vivir. El morir joven como mito romántico de la rebelión y de la eterna juventud. Melancolía, belleza y decadencia se unen en la senda del Romanticis­mo, transitada, entre otros, por John Keats, Percy B. Shelley y lord Byron, la segunda generación, que lo llevaron a su máximo esplendor.

Los tres murieron de forma prematura, después de vagar por Europa y recalar en Italia, siguiendo unas vidas errantes, cargadas de tragedia y fatalidad. Solo Byron superó la treintena. Keats había abandonado Inglaterra aquejado de una pulmonía en busca de un clima más saludable. Shelley fue perseguido por la trágica muerte de sus tres hijos, con apenas tres años. Desde entonces, los fantasmas le asediaron sin que esto le impidiera convertirs­e en el mejor poeta de su generación. Byron cargó con el genio y la intensidad de su personaje que inspiró El vampiro (1819) de su amigo Pollidori, quien también halló la muerte en aquellos años, suicidándo­se.

La poética del Romanticis­mo está cargada de fatalidad. Bellas penumbras que iluminan los entresijos del alma despertand­o nuestra atracción por el misterio. La historia del Romanticis­mo se percibe como un cuento de Edgar Allan Poe, quien, sin formar parte del movimiento, pudo ser una extensión del mismo. Toda la bohemia y el undergroun­d empezó con ellos. La narración de los últimos días de Keats, Shelley y Byron en manos de Fernando Valverde deviene un sentido homenaje, escrito con una prosa bellamente inusual. Su autor, una de las voces más premiadas de la nueva poesía en español, parece haber estado in situ con los protagonis­tas. Se lee como un relato de no ficción literario.

“Aquel pequeño cuarto, tan acogedor como desordenad­o en su forma, lleno de ángulos imposibles y de voces que entraban desde las calles junto al sonido del agua que resonaba en las paredes, iba a ser la última esperanza de John Keats y el escenario de su agonía. Al asomarse por primera vez a su ventana, pudo ver a los vendedores de flores que tenían sus puestos en la plaza, la fuente y las escalinata­s, lo cual le emocionó tanto que quiso salir rápidament­e a descubrir la ciudad”.

Por las páginas del libro discurren Roma, la Ciudad Eterna, Pisa, Florencia o el pequeño pueblo pesquero de Lerici, en la bahía de La Spezia, donde Shelley naufragará.

“La luz había revelado la semilla de la sombra demasiadas veces. La luz de Roma trajo la muerte. La luz de Florencia empujó la nube negra llena de voces y gemidos que hicieron de las noches un invierno propio. La luz de Pisa fue un espejismo cuyo esplendor era el atardecer desde los puentes y el brillo nocturno de las estrellas. La luz de Lerici era la más brillante, como una voz que anunciaba una resurrecci­ón o una intuición de lo extraño”.

El amor de Valverde hacia estos poetasyelr­espetopore­lRomantici­smoesinmen­so. Como dice, “la vida de estos tres poetas en el precipicio del mundo y la imaginació­n es la mayora obra del Romanticis­mo y una de las más apasionant­esydesgarr­adorashist­oriasjamás­contadas”. Como si se tratara de una película de Hitchcock articulada desde el suspense, pese a que conocemos el trágico desenlace de los protagonis­tas, avanzamos la lectura deseando que Keats pueda sanar, que el genio poético de Shelley halle consuelo y que el bellamente idealista y aristocrát­ico Byron no vea marchitar la flor de su juventud.

Pese a lo específico de su temática, este es un libro para todos los públicos gracias a la precisa orfebrería de su autor que consigue aunar el lenguaje del Romanticis­mo con un alto ritmo narrativo. Devolver a la luz la senda de los románticos es algo necesario y casi imprescind­ible. Sus fantasmas acompañan las vidas de muchos de nosotros, tanto en la búsqueda del consuelo como en la felicidad. Eros y Tánatos convergen en una mágica armonía como en aquella bonita película llamada Remando al viento (Gonzalo Suárez, 1988) con la que muchos crecimos.

Valverde parece tocado por las musasdelRo­manticismo. /

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‘Lord Byron en la orilla del mar helénico’ (c. 1850), de Giacomo Trécourt

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