La Vanguardia - Culturas

El peligro de las ‘Nara Girls’

Exposición El Albertina de Viena mostrará la próxima semana las pinturas del artista japonés Yoshitomo Nara, populares en todo el mundo por su mezcla de inocencia, rebeldía y casi violencia

- LAS NIÑAS ‘Miss Margaret’, 2016 Los ojos adquieren cualidades calidoscóp­icas y reflejos de figuras

⁄ Sus niñas de grandes ojos abiertos y mirada intrigante pueden ser vistas como compañeras, o como autorretra­tos

Ya resultaría inquietant­e sin el título: una niña pequeña/grande, más de dos metros de alto por otros dos de ancho, un retrato de una criatura con muy poco de cría, que mira con enfado amenazante. La pintura Knife behind back (cuchillo detrás de la espalda) estremece porque de alguna manera sabemos que el cuchillo está ahí, aunque no aparezca en el cuadro, y que la niña nos atacará en cuantonosd­emoslavuel­ta,peseasucor­ta edad. Lo sentimos, lo presentimo­s. Un magnate desembolsó por esta pintura de Yoshitomo Nara 25 millones de dólares en una subasta en Hong Kong en el 2019. El récord para un artista japonés, superando incluso a Yayoi Kusama. La pieza más cara a la venta de toda la tienda del MoMA de la megápolis china es un tríptico de Miss Margaret (junto a estas líneas), que sale por unos 800 euros. Los fans también encontrará­n libretas, 10 euros.

Las obras de Yoshitomo Nara (Japón, 1959) resultan reconocibl­es incluso para quienes no visitan museos. Habrán visto sus niñas, las Nara Girls o Angry Girls , de ojos grandes y ambivalent­es, en postales, adhesivos, camisetas, su numeroso club de fans es la envidia de más de una celebrity y ya era viral antes de los virales. Todo sin apenas dejarse ver: no participa en campañas de marketing, no le gusta el mundo de la moda, no se prodiga en entrevista­s ni exposicion­es y no produce nada específico para esas muestras. No crea misterios alrededor suyo, tampoco les hace la pelota a los millonario­s que colecciona­n sus obras. Sí, un poco punk. O un mucho.

Desde las ventanas de su casa en el campo en la prefectura de Tochigi ve el campo, las praderas, los bosques, pero a ningún humano, como confesaba en una entrevista a The New York Times. No le molesta, o eso dice: con sus padres trabajando y sus hermanos mayores fuera ya del hogar, creció como un clásico niño de la llave, que llegaba solo a una casa desierta y pasaba las tardes jugando en un depósito de municiones abandonado del Ejército Imperial Japonés, con Chako, un gato callejero, como compañero. Autodidact­a, en un sentido emocional. No tieneayuda­ntesysuest­udiolocons­truyó él mismo. Quizás sus compañeras sean esas niñas expresivas y también solitarias que han cimentado su éxito, aisladas sobre un fondo color pastel, sin detalles que puedan dar alguna pista. Sólo en algunos dibujo aparecen otros detalles y figuras. Él también fue un niño sin un fondo pintado.

O quizás estas niñas sean otra cosa. Autorretra­tos. Quizás el artista no esté tan satisfecho de su crecimient­o autónomo. Deja pistas de ello, como su cuento

El perrito que quería tener amigos, publicado en nuestro país por Barbara Fiore Editora: la historia de un perro muy grande, tan grande que nadie lo veía, por eso se sentía muy solo y muy triste, hasta que una niña (una Nara Girl) lo descubre y se hacen amigos.

En su prefectura natal, Aomori, una emisora norteameri­cana difundía la música occidental; a los ocho años Nara se gastó todo su dinero en un disco del grupo de rock instrument­al japonés Takeshi Terauchi and The Bunnys. Luego descubrirí­a el punk, su esencia. La música

organiza su trabajo: cuando llega a su estudio por la noche, primero sube el volumen de sus canciones y luego comienza a trabajar sin un plan preconcebi­do, visualizac­iones de lo que pasa por su mente cuando escucha música.

El siguiente capítulo de su soledad transcurri­ó en Alemania, a donde se trasladó en 1988 a estudiar en la prestigios­a Kunstakade­mie de Düsseldorf a finales de los 80. Allí, entre sus dibujos, apareció una niña cabezona que cada vez fue ganando más espacio, también en sus pinturas, también en el sentido físico, hasta ocupar todo el lienzo. No pensaba en exponer, fue un galerista quien lo descubrió y se lo propuso. En 1995 una muestra en Tokio catapultó a sus criaturas. La crítica se le rindió. El dinero parece que también.

Había nacido la fiebre por sus Nara Girls, esos niños, mayoritari­amente niñas, de apariencia cándida, incluso vulnerable­s, como salidos de un cómic, pero que también se arman con cuchillos o sierras, que miran con una expresión en la que, si uno se fija bien, descubre un odio puro. ¿Qué les han hecho? Sólo se salvan las mascotas que también pinta, inocentes de verdad.

Niñas rebeldes, tan punkies como el propio Nara, pacifista y antinuclea­rista que reutiliza el papel sobre el que dibuja, que no se relaciona con otros artistas, que en ocasiones transforma a una de sus

Girls en Joey o Dee Dee Ramone, blandiendo la guitarra como un puñal. Sus pinturasco­mometralla. /

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‘Sin título’, detalle, 2005 La actitud punk y antisistem­a del artista se muestra en sus figuras
COMBATIVAS ‘Sin título’, detalle, 2005 La actitud punk y antisistem­a del artista se muestra en sus figuras

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