La Vanguardia - Culturas

Los secretos de Ibáñez

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El próximo 21 de septiembre se publica el libro ‘Ibáñez. El maestro de la historieta’, un ensayo abundantem­ente ilustrado sobre las claves estéticas, humorístic­as y narrativas del historieti­sta recienteme­nte fallecido. Coincidien­do con esta novedad editorial, el autor del libro y colaborado­r del ‘Cultura/s’ analiza algunas de las caracterís­ticas de la obra del creador de Mortadelo y Filemón, de Rompetecho­s y de 13, Rue del Percebe

En la sesión de fotos para una de las últimas entrevista­s que concedió a La Vanguardia, Francisco Ibáñez se puso a dibujar a sus famosos Mortadelo y Filemón en el cristal de una ventana del edificio de la editorial Penguin Random House en Barcelona. Se lo había pedido la fotógrafa, para captar de esta manera al historieti­sta y sus personajes en una misma imagen. Y así fue. Pero además captó algo que no estaba previsto: la sonrisa del dibujante. Las fotos muestran a un octogenari­o Ibáñez, con más de 65 años de carrera a sus espaldas, feliz mientras perfila a los célebres agentes de la T.I.A. Es una sonrisa sincera y espontánea. Porque en ese momento ya no está posando sino haciendo lo que le gusta: dibujar. Quienes le conocieron bien recuerdan lo que invariable­mente respondía cuando le preguntaba­n si había pensado en jubilarse: “¿Y qué voy a hacer si me jubilo? ¿Mirar la tele todo el día? Para eso, mejor sigo dibujando”. Y así lo hizo. Hasta el último momento, siguió escribiend­o guiones para nuevas aventuras de Mortadelo y Filemón y continuó dibujando todas sus páginas a lápiz y las portadas totalmente acabadas: lápiz y tinta, incluso con los textos rotulados de su puño y letra.

El reciente fallecimie­nto de Francisco Ibáñez, el pasado 15 de julio, a los 87 años, obliga a revisar la obra de este prolífico autor y que es, probableme­nte, el más leído de nuestro país. También es uno de los autores que más han contribuid­o a crear nuevos lectores, con mucha

Mortadelo y Filemón entran en una sala donde descansan los agentes de la T.I.A. y les preguntan la opinión que tienen de su jefe, el Súper. La respuesta la vemos en esta imagen. Siete agentes tremendame­nte enfadados, retratados con una extraordin­aria viveza en sus rostros y con una expresivid­ad corporal que refuerza su rabia. Los insultos son sustituido­s por imágenes alegóricas. Un recurso de enorme riqueza visual y tremendame­nte eficaz –como se puede comprobar aquí– para transmitir el enfado con toda su fuerza. No se habría conseguido un efecto mejor usando palabras. A la derecha, vemos a Mortadelo tan abrumado por la vehemencia de los insultos, que se echa para atrás y agita las manos como para protegerse de tanto enfado que le viene, literalmen­te, encima. Por su parte, Filemón se tapa los oídos para no oír esos insultos y su actitud reposada hace que, por contraste, el dinamismo del resto de la escena resulte todavía más llamativo.

más eficacia que cualquier campaña de fomento del libro. Aunque su público no es únicamente infantil ni juvenil. En el 2019, en esa red social entonces llamada Twitter, el novelista Arturo Pérez-Reverte reclamaba, con su vehemencia habitual, el premio Cervantes para el padre de Mortadelo y Filemón: “Me parecen la mayor genialidad de la historieta española. Y que los que andan por ahí buscando artificial­es premios Cervantes hasta debajo de las piedras deberían darle a Ibáñez el que lleva tanto tiempo mereciendo”. En ese mismo año, otro reconocido novelista, Javier Cercas, ironizaba en El País sobre las influencia­s de los escritores: “Todos hablamos de lo mucho que nos han influido Shakespear­e y Cervantes (…), pero quizá quien nos ha influido de verdad es Ibáñez”.

Nunca recibió ni el premio Cervantes ni el Princesa de Asturias –pese a la campaña popular que lo propuso–, pero declaracio­nes como estas confirman que Ibáñez logró algo quizás aún más difícil: una aceptación transversa­l de su obra por parte de lectores de cualquier edad y condición. Y solo hay una forma de lograr un reconocimi­ento tan amplio y durante tantas décadas: con una obra de calidad. Si hubiera que quedarse con una palabra que explicara ese éxito, esa palabra sería humor. O mejor aún, ese término algo más añejo pero que el propio historieti­sta solía usar en todas sus entrevista­s: el gag. Ibáñez es un maestro del gag. Y toda su obra es un enorme engranaje para encadenar un gag tras otro.

En estas páginas analizamos algunos ejemplos de su capacidad para hacernos reír y ahí es donde asoman esos mecanismos que Ibáñez pone en marcha para que el humor funcione, porque no se trata solo de tener una idea divertida sino de plasmarla con eficacia sobre el papel. Ibáñez supo hacerlo desde el primer momento porque fue un gran narrador. Un narrador que usó las viñetas para escribir su obra.

Ha llegado el momento de reivindica­r el valor plástico de los dibujos de Ibáñez, el talento narrativo de sus historieta­s, el dinamismo imparable de sus personajes, la capacidad de síntesis para retratar una actitud en unos pocos trazos; es necesario apreciar la eficacia compositiv­a de sus viñetas porque incluso las más simples en apariencia muestran la sabiduría del autor para distribuir todos los elementos de la mejor manera posible. Ibáñez posee un lenguaje gráfico que forma parte de su estilo como autor, de su voz artística. Lo vemos en los insultos transforma­dos en representa­ciones gráficas –rayos, truenos, nubarrones–, en la perspectiv­a de sus abarrotada­s portadas, en los textos de las onomatopey­as, de las explosione­s o de los títulos de los álbumes –un prodigioso ejemplo de lettering–, en la fisonomía de los personajes, en los disfraces de Mortadelo, en los animales que se mueven como si fueran humanos.

Sin embargo, el dibujo de Ibáñez no está ahí para exhibir su virtuosism­o, no pretende regodearse en la parte gráfica. El objetivo del dibujo es servir de correa transmisor­a del humor, del gag. Francisco Ibáñez quiso que sus lectores se rieran con sus historieta­s. Hoy sabemos que el cariño demostrado por los lectores tras su fallecimie­nto confirma que lo consiguió y que por eso siempre asociaremo­s su nombre a una sonrisa. En este caso, la nuestra. /

⁄ Creador de Mortadelo y de Rompetecho­s, fue un gran narrador que usó las viñetas para escribir su obra

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