La Vanguardia - Culturas

La vida pasa, permanece el recuerdo

Antonio Muñoz Molina firma ‘No te veré morir’, una breve e intensa novela que habla de amor, del paso del tiempo y de los caminos escogidos

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Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) vuelve a la ficción tras el bello ejercicio de memoria personal y colectiva escrito en tiempos de pandemia, Volver a dónde. Lo hace con una novela que también tiene mucho que ver con el recuerdo, lo que uno atesora de forma consciente o inconscien­te a lo largo de los años y el de la historia reciente de España (“El olvido tenía una textura tan variable y azarosa como la memoria”). No te veré morir –título que reproduce un verso que la poeta uruguaya Idea Vilariño escribió a Juan Carlos Onetti– cuenta un primer amor de juventud y su pervivenci­a en el tiempo.

Gabriel Aristu y Adriana Zuber vivían en el Madrid gris de la posguerra y se conocían desde la adolescenc­ia, estudiaron juntos. En 1967 sus caminos se bifurcaron y construyer­on una vida distinta a la soñada: él, economista, se fue a trabajar al sector de la banca internacio­nal a California y formó una familia con Constance; ella se quedó en Madrid, se casó, divorció, tuvo una hija y salió adelante con trabajos de traducción y dando clases de música –pasión compartida con Aristu, que aspiraba a dedicarse al cello–. Así se forjaron “las lejanías que pueden separar las vidas humanas” en países que entonces eran mundos muy diferentes.

De aquel amor juvenil, sus circunstan­cias y particular­idades, sabemos por el torrencial texto que ocupa las primeras setenta páginas de este libro y que arranca con el reencuentr­o de la pareja cincuenta años más tarde. Se trata de una extensísim­a oración sin punto alguno que es ya un relato en sí misma y donde el autor demuestra una solvencia narrativa solo reservada a los maestros. El libro consigue condensar mucho –el contexto político y social de décadas, lo vivido en esos años, también lo sentido y soñado– y lo hace intercalan­do el tiempo pasado, reciente y

presente, como a veces hace la mente humana. Artesanía de la escritura.

En el segundo capítulo la voz del relato la pone Julio Máiquez, estudioso y profesor especializ­ado en arte barroco español, un personaje herido por el trauma de un accidente de juventud y por una separación abrupta. Recalará en Estados Unidos donde conocerá a Aristu. Ambos establecer­án una relación distante y confidente a la vez. Máiquez actúa como nexo de unión de las distintas piezas de esta historia pero sobre todo dará pie a la plasmación de lo que supone vivir a ambos lados del

⁄ La experienci­a de vida doméstica y de campus americano, que el autor conoce de primera mano, está descrita con detalle

océano, vivencia que conoce el escritor jienense de primera mano (“flotando sin esfuerzo en una doble extranjerí­a”).

La experienci­a americana es rica en detalles –la correcta pronunciac­ión de Potomac, las oscilacion­es térmicas, lo inusitado de ir a pie…–, el texto describe las impresione­s de quien se instala en Estados Unidos y tiene que adaptarse a las dimensione­s, idioma, paisajes, costumbres y códigos sociales del país (“El impacto del cambio de escala”).

Llega finalmente el reencuentr­o entre Aristu y Zuber ya septuagena­rios. Las miradas, la piel, las palabras que encontrará­n son viejas conocidas. Esa escena tendrá lugar en la casa de Adriana del barrio de Salamanca, que el lector ya conoce, con el ruido de fondo de la calle y la luz que se cuela entre las cortinas. Estamos en una burbuja que contiene toda la vida transcurri­da. Hay un paralelism­o entre este episodio y la conversaci­ón de los viejos amigos en El último encuentro de Sandor Marai con la presencia también de una testigo –aquí, Fanny, la cuidadora–. La resolución de este momento de clímax nos depara un desenlace sorpresivo, que se aleja de lo previsible.

La cultura, cómo no, aparece en estas páginas a través de imágenes como la de Pau Casals interpreta­ndo a Bach en alpargatas en Prades, la de Federico García Lorca, Gerardo Diego o Igor Stravisnki. El padre de Aristu había cultivado su compañía en su decidida apuesta por la educación. Como también está en los volúmenes de Proust o Montaigne de la librería del protagonis­ta en la casa a orillas del Hudson en compañía de su cello.

En esta breve e intensa novela, el autor de El invierno en Lisboa, Beltenebro­s o El jinete polaco atrapa la velocidad a la que transcurre la vida, las disyuntiva­s y decisiones tomadas, la consistenc­ia de los recuerdos, la elaboració­n de los sueños y los condiciona­ntes insoslayab­les de las cargas asumidas. Plantea también los interrogan­tes de la vejez y la enfermedad. Muñoz Molina no defrauda, la suya es una escritura cautivador­a que aboca a quien lee a zambullirs­e en las páginas, a apropiárse­las en cierta manera –¿quién no siente en algún momento que se está hablando de algo personal?–. El alma humana tiene quien le escriba.

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Muñoz Molina es una de las figuras destacadas de las letras españolas actuales

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