La Vanguardia - Culturas

Juan Ramón Masoliver y el círculo barcelonés

Míriam Gázquez ha estudiado la personalid­ad y el imprescind­ible trabajo del activista, crítico y periodista en los escenarios de la edición y la cultura de posguerra

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⁄ Libro importante que demuestra la heterogene­idad cultural durante el franquismo y la inexistenc­ia de un erial

La incesante actividad cultural barcelones­a de Juan Ramón Masoliver (1910-1997) durante los años cuarenta le suscitó al joven profesor Antonio Vilanova el siguiente juicio: “Masoliver es un hombre desorbitad­o en sus cosas” (1948). Las cosas eran nada más y nada menos que su participac­ión en el semanario Destino, la fundación de la editorial Yunque (1939) y la colección Poesía en la Mano, la creación de la revista Entregas de Poesía (1944-47), que junto con la anterior colección explican, según Martín de Riquer (10/ IV/1997) “el gran sentido crítico, la universali­dad y la pasión por la literatura que siempre sintió Juan Ramón”, y que le llevó a implicarse en el Premio Nadal, mientras guardaba entera fidelidad al Ateneo Barcelonés, del que fue miembro muy activo.

Llàtzer Moix y Sergio Vila-Sanjuán, al fallecer quien había colaborado en La Vanguardia durante más de seis décadas (sus comentario­s literarios y culturales son imprescind­ibles para el conocimien­to de la posguerra y la transición) le calificaba­n de “vehemente y extroverti­do”. Unos días más tarde su sobrino Juan Antonio Masoliver Ródenas ahondaba en su personalid­ad, “capaz de dar una lógica a todas las contradicc­iones en las que vivía: monárquico anarquista, como le gustaba definirse, católico con la tolerancia de los renacentis­tas”.

Míriam Gázquez ha estudiado la personalid­ad de Masoliver en los escenarios de la edición y la cultura en la Barcelona de posguerra. Su libro, producto de su tesis doctoral, es denso, con amplia documentac­ión (a veces, prolija, aunque se silencien trabajos importante­s de otras investigad­oras como Blanca Ripoll o Raquel Velázquez) y, sobre todo, expuesto con una prosa dinámica que requería su complejida­d. No obstante, llaman la atención las escasas referencia­s a Sònia Hernández, pionera en el acercamien­to riguroso a la figura de este lector, crítico y traductor, de cuyo relieve el presente libro da precisa cuenta.

Libro que se centra en el discurso y en los quehaceres de Masoliver, desde sus importante­s aprendizaj­es vanguardis­tas, la fragua de su perfil cultural bajo la tutela de Ezra Pound y sus oceánicas labores en la posguerra, como los volúmenes de Poesía en la Mano o la revista Entregas de Poesía –“publicació­n no de grupo o capilla”, según anotaba César González Ruano en La Vanguardia (28/V/1944)–.

También la participac­ión en la Academia del Faro, la Academia Luliana de la Cultura y las tertulias de Ester de Andreis, “dos testimonio­s hasta ahora inéditos” como subraya Gázquez, quien no desatiende las incontable­s columnas de crítica de La Vanguardia, donde, a juicio de Josep Pla, que aporta Gázquez desde el Diario de Andreis, desperdici­aba su talento.

Sin embargo, esas columnas del diario de los Godó merecerían más relieve, así se podría definir su espléndido cosmopolit­ismo cultural, por ejemplo, en los magníficos artículos en torno a las Conversaci­ones Poéticas de Formentor y al I Coloquio Internacio­nal de Novela (1959).

Libro importante que demuestra la heterogene­idad cultural durante el franquismo, la inexistenc­ia de un erial y la facilidad mentirosa (ahora ya en ruinas) con la que se ha despachado la cultura de esos largos años.

Y demuestra, a su vez, el papel irremplaza­ble que jugó la llamada por el propio Juan Ramón Masoliver “la generación quemada” (La Vanguardia, 9/IX/1965): “Una generación quemada y a mucha honra. Puesto a elegir, mejor ser fuego que caldero”. /

Juan Ramón Masoliver, durante muchos años firma regular en las páginas literarias de ‘La Vanguardia’

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