¿Quién conoce su época?
David Mamet, gran renovador de la dramaturgia, expresa sus dudas sobre lo “políticamente correcto”
La primera vez que oí la expresión “políticamente correcto” fue cuando substituí a comienzos de la década de 1990 a Ivan Tubau en la facultad de Comunicación de la Universitat Autònoma donde el hombre había sido sancionado por excederse dialécticamente con las alumnas. Me extrañó que todo su despacho estuviera lleno de recortes y documentación sobre el tema. Lo consideré una extravagancia más del poeta y profesor sin llegar a auscultar lo que se nos venía encima.
En medio de condenas y persecuciones, incluso por los motivos más baladíes, nos llega Himno de retirada del gran dramaturgo y guionista David Mamet (Chicago, 1947). En su currículum algunas de las obras más revolucionarias de la escena, por ejemplo el guion del filme Veredicto final, con extraordinaria interpretación de Paul Newman, y entre muchas otras, Glengarry Glen Ross, por la que obtuvo el Pulitzer de 1984 con adaptación al cine de James Foley y duelos insuperables de actores como Jack Lemmon, Al Pacino, Alec Balwin, Ed Harris y Kevin Spacey en el reparto. Forjado en la exultante contracultura de los sesenta, Mamet no es ningún advenedizo que pueda horrorizarse ante las conductas puritanas o los deseos de censurar de los inquisidores modernos. Ha visto con asombro la transformación de la sociedad, que vio avanzar, en una pacata caricatura derivada de los excesos de celo y del infantilismo. Publicados en el National Review, este interesante conjunto de artículos son una reflexión en voz alta de un estado de cosas insostenible: la ascensión de la represión sobre formas insospechadas, tanto de la derecha de siempre como de la nueva izquierda. No es la primera vez que el escritor penetra en los jardines de lo correcto y lo incorrecto. Me gustó mucho su libro Verdad y mentira en el que afrontaba para los actores la rutina de los ensayos y del trabajo diario y repetitivo con la misma obra. En Himno de retirada convierte toda la sociedad en un gran escenario de actores, acuciados por la verdad suprema.
Asociado rápidamente a Donald Trump –a quien no defiende sino que denuncia % el linchamiento público–, Mamet demuestra tener criterio propio. Su denuncia es contundente sin ser histérica. El mismo subtítulo resulta suficientemente explícito, La muerte de la libertad de expresión y por qué nos saldrá cara. La lectura está salpicada de referencias personales, incluso de aspectos autobiográficos, que son estimulantes para el lector que ha seguido la espléndida carrera del escritor. Cuando aborda el papel de los guionistas y dramaturgos de los años 1920 y 1930 opina sobre: “Las sentidas bobadas de Walt Whitman nos han legado la basura poética de hoy”, y llega a la conclusión de sus dudas con un explícito “¿Quién conoce la época en que vive?”.
Las dudas de este artista revolucionario nos deberían hacer pensar en el clima de deterioro moral que comporta la censura política o la corrección para supuestamente no dañar sensibilidades. Libro para abrir los ojos, lo recomiendo a los que les gusta subrayar: no dejarán ni un capítulo sin ensuciar. David Mamet siempreesúnico.