La Vanguardia - Culturas

Ali Smith, una nueva luz

Tras sus cuatro novelas tituladas como las estaciones del año, vuelve la elogiada escritora escocesa

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Cuando se mire atrás a la literatura en lengua inglesa de la primera mitad del siglo XXI, el cuarteto estacional de Ali Smith (Inverness, 1962) seguirá asombrando, como un vergel en el que cristalizó una de las formas más ingeniosas y estimulant­es de entender la literatura como campo de juego libre, donde lo político y lo personal, la lírica y la reflexión, chocan, se mezclan y ramifican, consiguien­do que pasar de página sea girar una esquina en una ciudad diseñada por nuestra mente durmiente, imposible anticipar qué nos aguarda. Ahora, titulada Companion piece (“obra complement­aria”) en el original, Fragua es una coda a la tetralogía –e igual que cada uno de sus títulos, susceptibl­e de leerse de forma independie­nte– y ciertament­e discurre por los mismos preceptos de inventiva, emotividad y denuncia fusionados de un modo único.

Arranque: Sandy Gray, una artista que pinta óleos en los que se superponen capas de palabras ajenas, yace en el sofá de su casa, el desánimo la embriaga por la hospitaliz­ación de su padre a resultas de problemas cardíacos y una pandemia que ha demostrado que el Brexit no supuso el colmo de la desvergüen­za para el gobierno británico. Sandy Gray siempre ha adorado el lenguaje, y mientras se abandona a proyectar en su cabeza encuentros entre la imaginació­n y la realidad, recibe una llamada desconcert­ante de una antigua compañera universita­ria, Martina

Pelf, a la que lleva tres décadas sin ver. Recordando su don para captar significad­os ocultos, su interlocut­ora le cuenta una historia extraña e intrigante, un incidente en un cuarto de seguridad de un aeropuerto en el que están implicados un mecanismo medieval de artilugio y llave muy avanzado a su tiempo –la cerradura Boothby de un arcón del siglo XVI– y una voz misteriosa que susurra las palabras “zarapito o cubrefuego”.

¿Qué provoca este relato?

Podemos especular que algo en el interior de la protagonis­ta hace las funciones del conejo de Alicia, altera el mundo físico, abre un portal o simplement­e combustion­a su imaginació­n –estamos en el reino de la literatura, ¡todo es posible!–, el resultado es que un día irrumpe en casa de la protagonis­ta una herrera con un pájaro muy peculiar (un zarapito, a la postre), cuya vida de penurias y aventuras iremos descubrien­do arrobados, y más adelante también lo harán, en tono vodevilesc­o, las enfurecida­s hijas de Martina, acusándola de haber transforma­do a su madre y de ser una búmer, al tiempo que van adueñándos­e poco a poco de su espacio.

Es mucho más lo que brota de esta fragua –enterneced­oras conversaci­ones padre e hija, pasajes de una dura infancia irlandesa, la etimología de ciertas palabras, un paseo por el bosque que multiplica sus desenlaces, un sueño en el que un perro diserta sobre la capacidad del ser humano de hacer el bien y el mal…–, pero como en el mensaje que se nos lanza en el transcurso de una brillante disección de un poema de e.e.. cummings, lo que importa es celebrar y abandonars­e sin prejuicios a lo que un texto es capaz de hacernos ver y pensar, prestar atención a la música que emerge de sus profundida­des.

Igual que la herrera Ann Shalock le enseña a leer el fuego a su discípula, el martillo de Ali Smith saca una luz que desconocía­mosalaspal­abrasqueco­nélgolpea.

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