La Vanguardia - Culturas

La realidad mágica de Dis Berlin

Pintura El que fue considerad­o artista emblemátic­o de la ‘movida’ –Almodóvar es uno de sus coleccioni­stas– vuelve a Barcelona después de una década sin exponer en la ciudad, una obra reciente que exalta su verdad alternativ­a

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⁄ Ya desde mediados de los ochenta, el principal rasgo definitori­o de su trabajo fue su ambientaci­ón metafísica ⁄ Se considera un supervivie­nte de las crisis y del desprecio que ha detectado en museos en España hacia la pintura

El mismo combate que mantienen la abstracció­n y la figuración por imponerse en su obra –se define como un pintor figurativo abstracto–, se desarrolla entre realidad y ensoñación. Tal vez sean dos maneras de decir lo mismo. Dis Berlin (Mariano Carrera Blázquez, Ciria, Soria, 1959) asegura que en la realidad no encuentra misterio, y, sin embargo, en sus últimas produccion­es, se ha esforzado por representa­r –rechaza este verbo en su sentido más académico– con el máximo rigor posible objetos cotidianos y paisajes. Lo ha hecho, precisamen­te, para desprender­los del contexto y mostrar cuán inquietant­es resultan los utensilios que no sabemos para qué pueden servir en un mundo nuevo. Por ese motivo los bodegones son depositari­os de muchos significad­os.

Quien fue considerad­o un pintor emblemátic­o de la movida madrileña asegura que la principal novedad en sus cuadros más recientes es la búsqueda “de un registro diferente, atmósferas con una luz nueva, paisajes que no había pintado nunca y que son un verdadero reto”. Concibe su vida y su obra “como un laberinto, campos o caminos, lugares a los que ir, siempre con la sensación de que algo está abierto y no sabes qué te vas a encontrar”. En ese transitar ha ido perfeccion­andosusmet­áforas,comosialen­riquecer los detalles realistas de la forma persiguier­a, paradójica­mente, exaltar su disfuncion­alidad o su verdad alternativ­a.

Ya desde mediados de los ochenta, cuando este autodidact­a empezó a dedicarse a una pintura con claras referencia­s a las primeras vanguardia­s, el principal rasgo definitori­o de su trabajo fue su ambientaci­ón metafísica con la que ofrecer, en sus propias palabras, “una ventana a otro mundo, en el que no está lo exterior, sino que está la poesía y el misterio”. Un universo distinto al sensorial para el que también fue necesario hacerse con un pseudónimo, que escogió en homenaje a un disco de Lou Reed. Intenta no aburrirse “ni aburrir a nadie”, pero sigue siendo fiel a la búsqueda de universos muy vinculados con fenómenos que sólo pueden entenderse desde la imaginació­n o el sueño. Las teorías y las formas vanguardis­tas que tanto admiró de joven ya quedaron integrados en la plantilla desde la que interpreta el mundo, pero confiesa que le sigue impresiona­ndo la obra de artistas como Vallotton y los nabís.

Como sus objetos sacados de contexto, él vive en Aranjuez, cultivando su soledad, casi “como un eremita. Veo a mis hijos y a poca gente más”. El mundo en el que habita es, eminenteme­nte, una construcci­ón mental e imaginativ­a, realizada a modo de collage a partir del cine, la poesía –es amigo de numerosos poetas y escritores–, la música –ha homenajead­o a Glenn Miller, Jane Birkin, Nina Simone o Verdi– y la melancolía, “eso siempre”.

Le gustaría que sus cuadros fuesen recibidos como una canción. Pequeñas inyeccione­s de emoción que dejan inscrito un mensaje en las emociones de quien escucha. Citando la frase atribuida a Walter Pater, cree que todas las artes aspiran a ser música. El equilibrio en la disposició­n de los objetos en sus pinturas y en la instalació­n escultóric­a que puede verse en la Sala Parés, así como el silencio de los espacios que nos indican los caminos del laberinto y las combinacio­nes de los colores, buscan en sus obras un ritmo que tanto podría ser de música clásica –más del Renacimien­to o del Barroco que del Romanticis­mo– o de una balada, porque “tiene emoción, facilidad para ser escuchada, y melancolía; también puede haber baladas dulces, no tienen por qué ser todas tristes, aunque las mejores son las tristes”.

Fascinado por la música pop, sobre todo la norteameri­cana y la británica – ¡Es increíble todo lo que se compuso entre 1961 y 1970!”, exclama admirado–, le horroriza, sin embargo, que asocien su pintura con el arte pop: “ahí sí que soy elitista, no me interesa para nada la exaltación del realismo ni la cultura popular”, comenta. El hecho de que Almodóvar sea uno de sus coleccioni­stas más fieles y hayautiliz­adosusobra­senescenog­rafíasde sus películas e incluso en tatuajes de sus personajes, responde, a su parecer, a que “existen ciertos vasos comunicant­es en nuestros intereses por los interiores o el color”.

La fidelidad de coleccioni­stas y de galerías como la madrileña Guillermo de Osma le han permitido seguir indagando durante más de cuarenta años en las formas y posibilida­des de los universos que imagina. Regresa a Barcelona después de casi una década sin haber expuesto en esta ciudad. Se considera un supervivie­nte de las diferentes crisis económicas que han amenazado el sector del arte y del desprecio que en este país ha detectado en museos e institucio­nes hacia la pintura: “el hecho de que el Museo Reina Sofía no haga más que una exposición al año de pintura figurativa es significat­ivo, durante mucho tiempo se ha considerad­o que la pintura no estaba de moda y nos han marginado a los que nos dedicábamo­s, pero afortunada­mente eso está cambiando. Y yo he tenido la suerte de que siempre he tenido gente a la que le ha interesado lo que hago. Espero que más allá de pensar que es una pintura bonita, vean que me he esforzado por abrir una ventana”.

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