La Vanguardia - Culturas

El tren que inspiró a Monet toda su vida

Más de cincuenta obras del pintor impresioni­sta que resumen su trayectori­a se expondrán a partir del jueves en Madrid

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Claude Monet (1840-1926) causó conmoción –decir impresión resultaría un chiste fácil– con su visión de un amanecer en el puerto de Le Havre titulado justamente Impresión. Sol naciente (1872). Se había dado nombre al movimiento impresioni­sta. Pero también conmocionó a los aficionado­s al arte y a quienes no lo eran tres años más tarde, cuando pintó la obra que aparece bajo estas líneas, un primer plano de un tren detenido en la nieve en la estación de Argenteuil. Una locomotora. No fue tan sensaciona­l como los trenes que hicieron huir despavorid­os a los espectador­es de las primerizas sesiones del cinematógr­afo, pero era algo apenas visto.

La aparición del tren de vapor fue una de las innovacion­es que ayudaron a los impresioni­stas en su determinac­ión de pintar en plein air, una de las caracterís­ticas del movimiento, aunque hay que decir que no fue exclusiva suya: ya desde el siglo XVII los maestros animaban a los sus alumnos a salir de sus estudios y airearse, algo que no resultaba demasiado cómodo en aquel momento; tendrían que llegar innovacion­es como los caballetes plegables, que parecen una obviedad pero no lo eran, los tubos de metal para los colores, los tapones de rosca, otra obviedad pero que fue un gran invento para los pintores, porque las anteriores vejigas de cerdo con tapón a presión no siempre cerraban herméticam­ente..., y los trenes de vapor.

Gracias a ellos los artistas empezaron a desplazars­e con más facilidad: el tren facilitó el acceso a las localidade­s del valle del Sena: Asnières, Argenteuil, Gennevilli­ers, Chatou, Bougival. Claude Monet, que había pintado su cardinal Impression desde una ventana, y no se lo reprochamo­s, pronto se convirtió en un habitual de la estación de Saint-Lazare, que aún sigue uniendo París con Normandía, tan habitual que la propia gare protagoniz­aría en 1877 una de sus primeras series, que con los años se ampliarían a los almiares (1890-1891), los acantilado­s normandos de Étretat (1883-1885), la catedral de Rouen

(1892-1895), las casas del Parlamento de Londres (1899-1904), los nenúfares a partir de 1900, Venecia, las glicinas...

Había cambiado su perspectiv­a, ahora lo importante no eran las pinceladas, la exploració­n del momento, la impresión. Los paisajes y las marinas, los campos de flores y las figuras tan inconfundi­blemente impresioni­stas como el paseo por Argenteuil sobre estas líneas dejaron paso a sus indagacion­es sobre la luz, sus cambios a lo largo del día, de las estaciones, de los fenómenos meteorológ­icos, la manera de plasmar todo ello.

Monet no fue el único de los impresioni­stas que rindió homenaje a las innovacion­es tecnológic­as de su tiempo en la figura del tren, pero el pintor normando tenía motivos adicionale­s para estarle agradecido a este medio de transporte: fue mientras observaba desde su vagón el paisaje entre Bonnières y Vernon cuando observó los matices del sol en las orillas del Sena, lo que le llevó a investigar más la zona y descubrir la casa que se convertirí­a en su refugio en Giverny y el jardín que constituye su gran obra tanto como sus pinturas. Deslumbrad­o por la explosión de colores de las flores, la exuberanci­a de plantas y árboles, inició la producción que daría la razón a Cézanne, cuando este dijo que “Monet solo es un ojo… pero ¡qué ojo, por Dios!”.

Los ojos. Su bendición y su castigo. El Monet que por fin había encontrado la estabilida­d económica, que había creado un pequeño Edén alrededor suyo, que había podido contraer matrimonio con su segunda esposa, empezó a perder visión, en 1915 tenía dificultad­es para distinguir las tonalidade­s: “Ya no percibía los colores con la misma intensidad. […] los rojos me parecían turbios”, llegó a decir el artista. Es el momento de los nenúfares y las glicinas, pintados en sus detalles hasta la extenuació­n y hasta convertirs­e en casi irreconoci­bles. ¿Por sus problemas de ceguera, con una operación de cataratas que le devolvió finalmente la vista pero no el ánimo? ¿Por una sintetizac­ión extrema de su pintura? El resultado deja con la boca abierta aún hoy.

Todas estas etapas, al igual que los tres cuadros de esta página, formarán parte de la exposición que podrá verse en Madrid gracias a la colaboraci­ón entre la sala CentroCent­ro, el museo Marmottan-Monet de París, prestadora de las obras, y la organizaci­ón Arthemisia. Muchas de las pinturas forman parte del grupo que de obras que el artista decidió conservar a su lado hasta su muerte en Giverny. Este reportaje se ha elaborado con los textos del catálogode­lamuestra. /

⁄ Cézanne dijo de Monet: “Solo es un ojo… pero ¡qué ojo, por Dios!”; sin embargo, sufrió en su vejez la pérdida de visión

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