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SERIES Uno de los alicientes extra para los locales para ver El cuerpo en llamas, la morbosa serie de Netflix sobre el crimen de la Guardia Urbana (cuerpo que aparece como “policía de Barcelona” en la serie), consiste en adivinar localizaciones. Es divertido ir señalando, ahora el bar Andorra, ahora la noria del Tibidabo, ahora la facultad de Medicina de la UB convertida en un Palacio de Justicia rotulado solo en español. Pero, al margen de las licencias lógicas que se toma un equipo de arte en una producción así, ¿pasa la serie sobre Rosa Peral y Albert López el test de barcelonidad? El jurado lo está aún dirimiendo. La serie de Netflix se rodó hasta en 19 localidades del Barcelonès, el Garraf, el Maresme y el Baix Llobregat y eso se nota –muy creíble el salón de banquetes en el que Rosa y su exmarido celebran su boda y la mariscada de agentes, que se rodó en el restaurante El Portinyol de Arenys de Mar–, la luz y muchos interiores logran escapar a esa neutralidad internacional tan típica de Netflix de la que adolecía la anterior serie de Laura Sarmiento para la plataforma, Intimidad, rodada en un Bilbao que lo mismo podía ser Toronto que Vancouver. Aun así, la famosa casa de Cubelles de Rosa Peral no se parece en nada a la original ni recuerda a un chalet típico del Garraf. Además, y esto ya no tiene nada que ver con la dirección de arte sino con los guionistas, cada vez que Úrsula Corberó dice “lo sé”, como en una mala traducción de un “I know”, la versosimilitud se escurre entre los fotogramas.