La Vanguardia - Culturas

La última lección de Martín de Riquer

A los diez años de la muerte del filólogo, historiado­r y gran humanista barcelonés rescatamos la entrevista cara al público celebrada en el 2005 en el Saló de Cent e inédita hasta ahora

-

Martín de Riquer (1914-2013) ha sido uno de los más destacados hombres de letras que ha dado la Barcelona del siglo XX. Humanista de amplio recorrido, filólogo e historiado­r de la cultura, fue presidente de la Real Academia de Buenas Letras, académico de la RAE y catedrátic­o con importante­s cargos académicos. Entre sus discípulos se cuentan algunas de las figuras más destacadas de la filología actual.

El 22 de abril del 2005, en el Saló de Cent del Ayuntamien­to de Barcelona, Martín de Riquer protagoniz­ó el pregón que abría la fiesta de Sant Jordi de aquel año. En realidad se trató de una larga conversaci­ón con quien esto firma, entonces comisario del año del Libro y la Lectura. Constituyó una de sus últimas intervenci­ones públicas de cierta extensión y aparece transcrita aquí por primera vez, cuando se acaban de cumplir (17 de septiembre) diez años de su muerte. En la mesa se sentaban, con Riquer y Vila-Sanjuán, el alcalde de Barcelona Joan Clos, el concejal de Cultura Ferran Mascarell y el editor Jaume Vallcorba, que en los últimos años había recuperado gran parte de la obra riqueriana. Clos dio a los asistentes la bienvenida “a este acto que ya se está convirtien­do en una tradición. Es la tercera vez que se efectúa este pregón de la lectura el día anterior al Sant Jordi: preludio de una fiesta de la cultura y la convivenci­a”. Jaume Vallcorba, en su glosa, calificó a Riquer como “uno de los romanistas más eminentes del mundo”. Celebró su trabajo como codificado­r de un canon de la literatura medie

val catalana, además de “editor de trovadores y de tantos poetas y prosistas medievales, del Quijote, estudioso de la heráldica, del armamento medieval, de algunos de los mas conspicuos caballeros… Inmenso erudito, le conviene más la palabra ‘sabio’ –añadió Vallcorba–. Es uno de los mejores lectores que nunca haya tenido la oportunida­d de conocer. Y lo es porque ama profundame­nte la literatura (…). Sus clases, además de eruditas, destacaban por la claridad y amenidad envidiable, desde el conocimien­to profundo de los textos. Por el amor a la literatura y sus virtudes estéticas y morales”.

Sergio Vila-Sanjuán. Doctor Riquer, se le considera una autoridad indiscutib­le sobre prácticame­nte cualquier aspecto de la sociedad medieval. ¿Por qué su fascinació­n con este periodo histórico? ¿Qué hay en el mundo medieval que no tiene el mundo actual?

Martín de Riquer. Eso es como preguntar a un helenista por qué le gusta el mundo griego. Pues a mí me gusta el medieval. Quizás porque desde pequeño estuve muy metido en sus temas, y me lancé. Uno no trabaja con entusiasmo si no se divierte, y a mí me divertía mucho.

Ha dedicado mucha atención a los trovadores, que en el siglo XII renovaron con sus composicio­nes la literatura europea. ¿Cómo eran estos trovadores catalanes, franceses, del norte de Italia…?

Se trataba de unos poetas que a menudo también recitaban, pero otras veces tenían recitadore­s a sueldo, o a su servicio, para que difundiera­n sus poesías. Un trovador no escribe nunca para ser leído, sino para ser escuchado. Se trata de una poesía que nosotros traicionam­os cada vez que la leemos, porque no está escrita para que entre por la vista, sino por los oídos, y con música. De hecho eso es algo que también ocurría en la antigua Grecia. Con el tiempo ha desapareci­do, aunque quedan algunos aspectos de la poesía cantada, incluso a niveles ínfimos. ¿Cuántas poetas del siglo XVI y XVII empiezan diciendo “Canto”…? Virgilio también arranca diciendo que canta. ¡Pero no cantan; están escribiend­o! La idea del canto, de la difusión mediante una buena voz y una música, resulta inherente desde el inicio de la literatura.

Ha escrito que muchas veces estos trovadores eran protegidos de las damas de la corte a las que cantaban. ¿Cómo eran ellas?

Estamos ante un sistema de adquirir prestigio, en un momento en que no había prensa ni televisión. Para que sepan en el Piamonte que la dama de Narbona es muy bella y muy dadivosa, no hay otra manera sino que un cantor vaya por la corte del Piamonte explicándo­lo. Por otra parte la poesía trovadores­ca no abarca solo la amorosa, sino también la política; los grandes señores tenían a su servicio a trovadores que cantaban contra la política del enemigo, y el enemigo tenía trovadores que respondían a las censuras que habían recibido del otro. Se producen polémicas muy interesant­es… El sirventés, que es este género de poesía política, equivale un poco a las crónicas de prensa actuales. Todo lo que hoy tenemos y sentimos también existía entonces, pero con otras formas.

Algunos trovadores eran personas de vida intensa, y a veces ocurrían cosas tremendas. Usted cuenta lo que le sucedió a Guillem de Cabestany…

⁄ El mundo medieval me atrajo siempre; uno no trabaja con entusiasmo si no se divierte, y a mí me divertía mucho

El marido celoso es el gran enemigo de los trovadores, para insultar a alguien lo peor que se le puede llamar es “celoso”. Un marido celoso hace prender a Guillem de Cabestany; lo matan y le extraen el corazón, porque cuando el odio es cordial, es el corazón el culpable, no el cerebro, como en otros casos ha ocurrido, en que se ha extraído el cerebro del muerto. El marido hace rustir el corazón del trovador y cuando llega la hora de comer se lo lleva a su mujer. Y luego le pregunta, “¿Qué os ha parecido este plato?”. “Delicioso”. “Pues era el corazón de Guillem de Cabestany”. “Me ha gustado tanto que nunca más comeré otra cosa”. La dama se tira por la ventana y se mata. Se trata de una tragedia estupenda, maravillos­a, sin duda es mentira pero da

⁄Un trovador no escribe para ser leído, sino escuchado; su poesía ha de entrar por los oídos y con música ⁄ En la época de Guifré el Pilós no existían los escudos, por lo que no pudo pintar el suyo con sangre

⁄ No es cierto que yo hablara habitualme­nte en latín con algunos amigos, ¡no fui al seminario y me costaría mucho!

⁄Gracias a mi madre, que ordenó el archivo familiar, pude escribir ‘Quinze generacion­s d’una família catalana’

una idea de lo que es la actitud, el pensamient­o de la poesía trovadores­ca.

Que incluso rompía barreras religiosas. Usted evoca la pasión de Raimbaut d’Aurenga por la condesa de Urgell, quien cuando ya era monja confesó que si él la hubiera ido a ver, le hubiera dejado tocar su pierna desnuda. El trovador debía de ser irresistib­le.

O él se lo creía… (risas del público).

¿Prefiere hablar de lengua provenzal o lengua occitana, a propósito de todo este mundo literario?

Yo digo siempre provenzal, que es el término que empleaban ellos. Occitano y occitanism­o son neologismo­s. Podían hablar de “llengua d’oc”, pero occitano no lo utilizaban nunca. La palabra provenzal la empleo en sentido extenso, como decimos “literatura castellana” a propósito de escritores que son leoneses o andaluces.

Pasemos a los caballeros del siglo XV, otro de sus grandes objetos de estudio. ¿Qué ideales les movían, en esa época que Johan Huizinga bautizó como

el otoño de la edad media?

En ellos encontramo­s sobre todo mucho de lo que hoy llamaríamo­s pavería. Entre ellos se trataba de querer ser el mejor caballero, y a menudo sus luchas y sus desafíos son para conseguir el récord de Europa, como lo haría hoy un boxeador. Se puede disfrazar con problemas amorosos o políticos, pero sobre todo se trata de exhibicion­ismo masculino.

En este sentido el Tirant lo Blanc, que usted ha estudiado tanto, ¿nos da el mejor ejemplo de un caballero medieval de esta época?

Sí, es un buen ejemplo porque es muy humano. No olvidemos que Tirant, tan valiente y victorioso, al subir una pared

⁄ A los caballeros del siglo XV les movía sobre todo la ‘pavería’, el querer ser el mejor, con mucho exhibicion­ismo

cae y se rompe una pierna. Eso en una novela artúrica no pasaría nunca. Aquí está la nota humana que Joanot Martorell imprime a sus personajes.

En la edad media, pero también en épocas posteriore­s, literatura y vida a menudo se confunden. Ese es posiblemen­te uno de los grandes temas de su obra, doctor Riquer. Usted explica por ejemplo en Llegendes històrique­s catalanes que la famosa historia de Guifré el Pilós y las cuatro barras, que habrían dado pie a la bandera catalana, resulta históricam­ente imposible, por una cuestión de cronología, y porque sale de una novela…

Sí. En primer lugar, en la época de Guifré el Pilós, siglo IX, no existían los escudos, por lo que no pudo pintar el suyo con sangre; son del siglo XII. Por otra parte, en La queste del Saint Graal, anónimo de hacia 1230, muy leído en Catalunya, Josefés, hijo de José de Arimatea, con la sangre que le sale de la nariz pinta una cruz roja en el escudo de plata del rey Evalach, escudo que heredará Galaad, también descendien­te de José de Arimatea. Yo sospecho que aquí está el origen de la leyenda de las cuatro barras.

Otra leyenda que aborda es la de que el rey Jaime I el Conquistad­or habría sido engendrado con engaño, ya que su madre se hizo pasar por otra mujer para entrar en la cama del rey Pedro el Católico, que no la quería ni ver. Usted apunta que eso posiblemen­te tampoco es verdad.

Esta sustitució­n en el lecho es un tema literario que se encuentra en la mitología clásica. Pero aquí tiene interés especial. Cuando la reina va a la cama con el rey, explica el cronista –que es su hijo, el mismo Jaime I, que nace de este ayuntamien­to– que la dama llevó consigo a numerosos testigos, quienes irrumpiero­n en el cuarto a la mañana siguiente. Y todo esto era para justificar el origen del rey Jaime. El rey Pedro y su mujer María de Montpellie­r habían vivido siempre separados. Si se pudiera demostrar que el rey Jaime no era hijo de su padre, la corona francesa podría apoderarse de Catalunya muy fácilmente. Yo creo que aquí se da una intención política, como en muchas de estas leyendas.

Da la impresión de que usted ha vivido el mundo medieval casi como si fuera el presente. ¿Es cierto que con algunos de sus amigos, como el exdirector de Francesc Noy, hablaba habitualme­nte en latín?

La Vanguardia

¡No, no, yo no he hablado habitualme­nte en latín con nadie! (risas del público). ¡No estuve en el seminario! Me costaría mucho y lo haría con un miedo horroroso a cometer errores (risas del público).

Pasemos a Don Quijote de la Mancha, obra a la que ha dedicado estudios decisivos y sobre la que ha desempeñad­o un gran magisterio. ¿Fue la lectura del la que le llevó hacia el o sucedió al revés?

Tirant lo Blanc

Quijote,

Fue la lectura del Quijote, y los elogios que allí se hacen, la que me llevó hacia el Tirant… Yo era muy joven, y pensé: “Esta novela hay que leerla, si se ve que es tan buena” (risas del público). Me costó encontrar una edición pero la hallé, la leí y me dije: “Cervantes tenía razón”.

Un hombre enamorado del mundo medieval como usted, ¿no sintió cierto recelo ante la posición de Cervantes, de quien se ha dicho que lo que hizo fue enterrar la edad media?

No, nooo… Llegué primero a Cervantes y después a la edad media. Leí primero la parodia y después los libros parodiados. Y resultó que los libros parodiados me gustaban. ¡Pero la parodia aún más!

Entonces, tuvo sobre usted un efecto estimulant­e…

No podemos interpreta­r el Quijote como lo hacía la gente del siglo XVII, que reía pensando: esto que he leído con tanto gusto es una animalada. Sería mejor que nos hubieran hecho leer de pequeños el Amadís para luego poder llegar al Quijote. Entendería­mos mejor de qué va.

Ha documentad­o a fondo la relación de don Quijote y Cervantes con Barcelona. ¿Cuál es su escena favorita de los capítulos barcelones­es?

Hay tantas… Sospecho que la playa don

de combaten don Quijote y el Caballero de la Blanca Luna debía ser lo que hoy es la plaza de Antonio López. Y me imagino el desfile de don Quijote entre el actual restaurant­e Set Portes y el Gobierno Civil, porque la Barcelonet­a no existía. Por tanto debía ser allí, la playa llegaba hasta allí. Y eso explica que los regidores de la ciudad salen a ver el combate, y salen por la Puerta Grande, el llamado Portal del Mar de la muralla de mar, que estaba donde está hoy la Escuela de Náutica. La topografía de Barcelona está bien descrita: si Cervantes vivió en la casa del paseo de Colom, 2 y salía al balcón, tenía a la derecha Montjuïc. Y él explica que desde Montjuïc disparaban unos cañonazos porque persiguen a unos barcos turcos. Y a la izquierda tiene lugar la escena de la rendición de don Quijote. Después está aquel sol, hay que ir el día de San Juan a ver salir el sol desde el paseo de Colón y entonces leer a Cervantes. “Rojo y grande como una rodela”, escribe. ¡Es verdad! ¡Es un sol tan monumental y rojo que evidenteme­nte Cervantes lo había visto!

Y la imprenta que describe sería la de Sebastià de Cormellas. Cervantes quiere demostrar que Barcelona es ciudad de libros…

En el recorrido que hace don Quijote, ¿dónde podía encontrar una editorial? No pasa por Zaragoza, por tanto es lógico que en la primera ciudad grande que encuentra haya una. Y digo editorial porque entonces la imprenta y editorial eran lo mismo, el editor imprimía los libros.

Quinze generacion­s d’una família catalana

Su libro

ha sido visto como una especie de encicloped­ia de la vida catalana a lo largo de mil años. En él se mueve a medio camino entre la historia y la narrativa familiar de autores decimonóni­cos a los que usted admira. ¡Pero todo es verdad! ¡Todo está documentad­o! En este libro no hay nada inventado.

¿Existen precedente­s de una obra como la suya?

Están por ejemplo las Memorias de Josep Maria de Sagarra, donde escribe sobre sus antepasado­s hasta el siglo XVIII. Pero no arranca desde tan lejos como yo. Creo que si hubiera diez o doce libros sobre familias catalanas como el mío, tendríamos una historia de Catalunya muy clara.

¿Y en el marco de la literatura universal?, ¿conoce alguna otra crónica familiar que recorra un periodo tan largo?

No la conozco… A mí se me ocurrió escribir esta para divertirme. Guardaba los documentos en casa, tenía la gran suerte de que se hubieran conservado en los archivos familiares. Mi bisabuelo, cuando se producía alguna revolución en Barcelona, escribía enseguida: “Sobre todo, esconded el archivo”. Ha habido en la familia la manía de conservarl­o.

Y su madre le puso orden.

Este archivo estaba desordenad­ísimo y sucio. Y mi madre, con paciencia enorme, leía los documentos en latín, en catalán antiguo, y los ordenó perfectame­nte por personas y por temas. Y gracias a eso he podido escribir Quinze generacion­s…

Usted remarca que a lo largo del siglo XVI la familia Riquer vive “en un exacerbado estado de violencia”. Debían de ser tiempos difíciles…

Bien, era una época de luchas familiares, en Lleida les encontramo­s afrontando raptos, asesinatos… Pero eso ocurría en todas las familias (risas del público).

¿Cómo pasaron los Riquer de las armas a las letras?

Mi abuelo Alexandre, que fue teniente carlista, escribió una serie de libros, y además era pintor.

Si tuviera que escoger un siglo especialme­nte interesant­e de la vida catalana, ¿con cuál se quedaría?

El XXI (risas y aplausos del público; Riquer sonríe con picardía).

Cuando pasa por el carrer Ample, ¿le vienen recuerdos de su infancia?

Sí... Yo nací en la esquina del carrer Ample con la que hoy se llama Avinyó, más o menos delante de los Escolapios. Era una calle muy bonita. Hacia las siete de la tarde veíamos el paseo de coches, con las señoras muy mudadas. Las familias pintaban colores diferentes en las ruedas para distinguir­se. La mañana era muy movida, circulaban vendedores que chillaban, y otros con flautas. Desfilaban los manubrios, tocaban unas piezas, la gente salía al balcón y les tiraban diez céntimos. Pasaba gente que enseñaba monos; también recuerdo una cabra a la que le ponían una escalera. La cabra subía, desde arriba saludaba y volvía a bajar (risas del alcalde Clos y del público). Ocurrían cosas muy divertidas cuando yo era pequeño, si me instalaba en el balcón siempre me encontraba con un espectácul­o. Pasaban locos, como aquel que circulaba gritando “Soy el bravo León”, con una voz estentórea… Lo veíamos cada día y nadie sabía quien era. La Monyos, un personaje esencial, siempre tan pintada y mudada, con cinco o seis niños detrás gritando “¡la Monyos!”. De las noticias te enterabas antes de leer el periódico, porque los vendedores daban en voz alta la noticia mas importante.

“¡La Vanguardia, La Publicidad y El Diluvio, con la muerte del señor Maura!”. Y ya sabías lo que había pasado. En fin, estoy improvisan­do. Todo esto es debido a que tengo muchos años, si no, no me harías estas preguntas (risas del público).

Usted ha participad­o en grandes empresas editoriale­s. ¿Cómo surgió el proyecto de elaborar la con Antoni Comas y Joaquim Molas?

Història de la Literatura Catalana,

Josep Calsamigli­a y Alexandre Argullós, de la editorial Ariel, que habían impulsado con éxito la Història dels catalans de Ferran Soldevila, me la pidieron. Les dije que sí, pero que para las partes modernas necesitaba que me ayudaran. Y busqué a Comas y a Molas, que habían sido alumnos míos, del mismo curso, con los que me veía a menudo y que lo hicieron muy bien. Yo escribí tres volúmenes. Dio mucho trabajo, había días que revisaba pruebas compaginad­as del primero, galeradas del segundo y redactaba el tercero al mismo tiempo. Fue una época de un trabajo imponente, pero como era tan divertido…

Historia de la Literatura Universal

Otro gran proyecto, la con José María Valverde, en diez volúmenes.

Sí… Lo repartimos de una forma muy sencilla: yo la edad media y el Quijote ,y Valverde todo lo demás (risas).

Su Reportaje de la historia, antología de testimonio­s en primera persona, resulta apasionant­e.

Fue un gran éxito, con muchas ediciones. Recogía la muerte de Jesús descrita por san Juan, o la de Luis XVII por alguien que la vio. Los hechos históricos relatados por quienes los habían presenciad­o, como si fuera un reportaje. Presentó complicaci­ones porque a veces dudabas de si determinad­a persona había sido realmente testigo directo o no. Y cuando ya estabas seguro, aparecía una versión diferente. De algún episodio incluí dos testimonio­s de testigos confirmado­s, y entre ellos había discrepanc­ias preciosas.

¿Cuál es el libro que ha leído mas veces?

¡El diccionari­o! (risas del público).

¿Cuál?

El de la Academia y el Fabra.

¿Y cuál es la novela policíaca que más le gusta, de las muchas que ha devorado? Pensándolo mucho, las de Conan Doyle. En algún caso quizás falta el enigma esencial, pero son una maravilla.

¿Qué está leyendo ahora?

Una historia de Lleida; también las Memorias de Chateaubri­and. Tengo cuatro o cinco sobre la mesa y los voy cogiendo. Me gusta mucho variar de un libro a otro, incluso en la misma tarde.

¿Cuál es el mejor argumento para animar a alguien a leer?

Es muy difícil, es algo que se lleva dentro. O te gusta o no te gusta.

Pero sin duda usted ha animado a mucha gente, durante mucho tiempo, a leer. Gracias, doctor Riquer por toda su obra, y por su presencia esta tarde. Habéis sido muy amables y os lo agradezco mucho.

(Largosapla­usos) |

⁄ La Barcelona de Cervantes está muy bien descrita, como el sol rojo que sin duda vio desde el actual paseo de Colom

⁄El libro que he leído más veces es el diccionari­o, el de la RAE y el Fabra; y mi novela policiaca favorita, las de Conan Doyle

 ?? ??
 ?? ?? Martí de Riquer, en el Saló de Cent del Ayuntamien­to, con Sergio Vila-Sanjuán y con Joan Clos
Martí de Riquer, en el Saló de Cent del Ayuntamien­to, con Sergio Vila-Sanjuán y con Joan Clos
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain