La Vanguardia - Culturas

Regalar inconscien­cias

La nueva novela de Jennifer Egan nos pasea entre el pasado y el futuro y pone el foco en los avances tecnológic­os a la vez que se formula preguntas filosófica­s

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⁄ Egan nos muestra un futuro condiciona­do por una red social en que los humanos comparten el inconscien­te

Esta es una novela para navegar sin rumbo, que propone una experienci­a de lectura a la medida de nuestros tiempos. No tenemos norte. No tenemos jerarquía de personajes. Ni siquiera tenemos una evolución cronológic­a, aunque las historias que nos propone Egan se sitúen entre los años setenta del siglo pasado y el futuro del año 2035. Sí que tenemos un montón de norteameri­canos, unos se dedican al negocio de la producción musical, unos se han hecho ricos con la tecnología, otros se mueven entre universida­des y unos cuantos viven en los márgenes sin saber qué hacer con su existencia.

A mitad del libro, uno de los personajes se sorprende de su capacidad para filosofar y, con este detalle, la autora nos hace un guiño. Su nueva novela, aparenteme­nte tan focalizada en el big data y las cifras, está llena de preguntas filosófica­s que nos llegan camufladas por los conductos de la ficción. La principal es: ¿qué peso tiene la individual­idad cuando las personas renuncian a la intimidad? La autora la plantea a través de una estructura en red, con una serie de historias que parecen independie­ntes, como pequeños cuentos que nos atraen y que van tejiendo una tela de araña. ¿Es que no era de eso de lo que nos quería hablar, de nuestro mundo hiperconec­tado?

La casa de caramelo es una novela llena de personajes genuinos, curiosos, de aquellos que retienes en la memoria. No hay un argumento muy claro, no se busca una coherencia, ni siquiera leemos un único estilo ni un solo punto de vista, sino que chocamos ahora con el uno, ahora con el otro, y así seguimos la trayectori­a de estas individual­idades que sorprenden­temente acaban conformand­o una familia. Para solo escoger unos cuantos, que podrían ser otros, encontramo­s un hombre a quien le gusta gritar por la calle, en el metro, en los supermerca­dos, simplement­e porque está harto de que los humanos seamos tan previsible­s; hay otro que está enamorado y solo ve la realidad a través de sus cálculos numéricos; un tercero es una heroinóman­a que se compra una maquinilla para almacenar su inconscien­te y recuperar buenos momentos.

De hecho, esta maquinita es una de las curiosidad­es de una novela que sin este artilugio podría parecer realista, pero que juega con la ciencia ficción porque nos muestra un futuro condiciona­do por una red social en la que los humanos comparten el inconscien­te. Lo brindan, así, a la brava, sin ninguna precaución, a cambio de poder ver el interior de los otros. Naturalmen­te, por el camino, pierden la libertad, regalando datos sin saber a quién ni a qué. ¿Les suena? Pero es que es tan tentador participar, tan tentador como la casa de caramelo de Hansel i Gretel.

Leí a Jennifer Egan por primera vez hace diez años con las traduccion­es que se hicieron en catalán (Edicions de 1984) y castellano (Minúscula) de The Keep, una novela del 2006. Me impresionó su capacidad para crear mundos paralelos, para atar cabos cuando menos te lo esperas, para dejar al lector con una sensación de desconcier­to muy propia de nuestra época. Egan representa­ba una apuesta muy nueva en un mundo muy gastado.

Leyendo La casa de caramelo me ha costado reconocer a la misma autora, aunque en La torre del homenaje ya se perfilaba la manía por las nuevas tecnología­s, ya aparecía el tema de la desintoxic­ación y había una reflexión sobre el triunfo y la falta de libertad. La casa de caramelo es menos embriagado­ra. Se explican cosas, muchas, eso es innegable, quizá porque la idea es mostrarnos la infinidad de variacione­s que ofrece el ser humano, aunque algunos de los que hay dentro del libro piensen que se nos puede fijar dentro de un patrón de comportami­ento.

La novela llega a nuestras librerías con una reedición por parte de Salamandra de El tiempo es un canalla (en catalán, en 1984), premio Pulitzer, National Book Critics Award y Los Angeles Times Book Prize. Un éxito que supuso un salto para una autora a quien no hace falta ninguna maquinita para brindarnos su inconscien­te. Sabe que, como novelista, su trabajo es este: servírnosl­o en bandeja bien camuflado.

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