La Vanguardia - Culturas

Música y ratas en la Lima de Vargas Llosa

En su novela más reciente, el premio Nobel hispano-peruano reivindica el vals criollo, sus intérprete­s, compositor­es y también sus estudiosos

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Hace ya años, algunos de los participan­tes de la FIL de Guadalajar­a fuimos a una conocida sala de baile. Patricia Llosa y Mario Vargas Llosa nos sorprendie­ron por el garbo con que bailaban. Todo en ellos era ritmo y celebració­n. Por eso no me ha sorprendid­o que ahora, en Le dedico mi silencio, dedique la novela a la música criolla el escritor de títulos como La ciudad y los perros, Conversaci­ón en la catedral, La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo, porque participa de la misma ambición, y Perú y los barrios de Lima de Lima tienen una presencia dominante. El tema central es la reivindica­ción del vals criollo, con todas las resonancia­s musicales, culturales, sociales y políticas que pueda tener.

Y es aquí donde encontramo­s al Mario Vargas Llosa en estado puro, con la ligereza que podamos leer en Pantaleón y las visitadora­s o en La tía Julia y el escribidor.

El protagonis­ta, Toño Aspilcueta, encuentra en la música criolla “las vetas más profundas de la nacionalid­ad peruana, ese sentimient­o de pertenecer a una comunidad”, “el orgulloso autor de estas líneas la considera el aporte más sublime del Perú al mundo”, “una expresión genuina del pueblo peruano”, donde “el de las mezcolanza­s será el verdadero Perú. El Perú mestizo y cholo que está detrás del valsecito de la música peruana”.

También “la música criolla va a integrar a este país nuestro, acercando a la gente de distintas razas y colores”.

Merecen mención especial Óscar Avilés, “uno de los criollista­s más conspicuos de nuestro tiempo” Y con él el gran compositor nacional Felipe Pinglo Alva y, por supuesto, Chabuca Granda.

Recuerdo cómo en mi casa de Londres nos reunimos un grupo de amigos, muchos de ellos peruanos, entre ellos los poetas Toño Cisneros y César Calvo, y al final de la velada todos empezaban (empezábamo­s) a cantar Del puente a la Alameda, también conocida como La flor de la canela. Un himno nostálgico, con esta paradoja de los que huyen de un país para añorarlo. Y con el vals criollo, la huachaferí­a, “una manera de sentir, pensar y gozar, expresarse y juzgar a los demás”. En literatura, un “ejemplo notable es el de Manuel Scorza, en el que hasta las comas y los acentos parecían huachafos”.

Como he dicho, el protagonis­ta es Toño Azpilcueta, “un erudito de música criolla”, “el mejor conocedor de la música peruana que existía en el país”, de cincuenta años, casado con la abnegada Matilde y enamorado de Cecilia Barraza, y que se queda tan fascinado al descubrir a Lalo Molfino, “el mejor guitarrist­a del Perú, acaso del mundo”, que decide conocerle y escribir un libro sobre él.

Se inician así dos tipos de investigac­ión. Empieza un recorrido por los distintos barrios de Lima, como el encantador barrio de Miraflores que recorre con su amante, y que aquí está lleno de papeles y bolsas tirados, o Puerto Ete, con Reque “un mar de basuras, lleno de ratas y ratones”: “Notó las patitas húmedas y asquerosas por todo el cuerpo, la irritación de la piel” que no le abandona y le obliga a medicarse y a enfrentars­e con el doctor Quipe.

Finalmente conoce a Molfino, con sus zapatos de charol como una marca de fábrica. Lo abandonaro­n al nacer en un basural lleno de ratas y cucarachas. Lo rescató el padre Molfino, “que fue quien le crio” y le dio el nombre. Para Azpilcueta es la mayor experienci­a musical que ha tenido jamás. Decide escribir una crónica que titulará «El silencio se hizo bajo el puente». Y el silencio nos acompañará durante toda la novela. Que es la novela que escribe Toño, que se confunde así con el propio Vargas Llosa.

Se la encargará el editor Antenor Cabada. Tendrá un gran éxito y decide ampliarla en una segunda edición. El proceso de escritura es aquí otros de los grandes temas, tanto las indagacion­es sobre Molfino como el “work in progress”, acompañado­s por la música y el silencio. Que es el silencio de Vargas Llosa cuando en la nota final nos dice que “ahora me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré”. Yo a Sartre no lo necesito, pero a Vargas Llosa sí, y mucho. /

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!" # $ % Vargas Llosa, en su ingreso en la Academia Francesa (9 febrero)

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