La Vanguardia - Culturas

Trabajar para vivir o vivir para trabajar

La ocupación laboral centra los libros de Thierry Metz y Azahara Alonso, que reflexiona­n en diferente clave sobre cómo encajar productivi­dad y ocio

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La escritura hermana los libros y establece sus vínculos. Estos dos volúmenes coinciden en librerías y dialogan sobre cómo capturar la vida más allá de un horario establecid­o. Desde un andamio o desde una isla, estos títulos coinciden en la búsqueda de sentido al día a día.

Uno empieza a leer Diario de un peón, de Thierry Metz (París, 1956-1997), con el alma encogida tras revisar la solapa de presentaci­ón del autor. En ella aparece su imagen en blanco y negro con las manos en los bolsillos y una flor en un ojal de la camisa. Su rostro, moreno y curtido, paretamien­to ce esbozar una sonrisa. El que fuera poeta autodidact­a se ganó la vida trabajando en fábricas, mataderos y en la construcci­ón. La muerte de un hijo cuando este tenía ocho años lo llevó a un lugar del que no saldría –alcoholism­o, ingresos psiquiátri­cos y suicidio–. En un internamie­nto escribió el último de sus catorce poemarios, L’homme qui penche.

El libro que tenemos entre las manos es el dietario de un individuo a pie de obra, la adaptación de una antigua fábrica en viviendas de lujo. Ese hombre trabaja de sol a sol con otros seres de los que apenas conoce el nombre. Porque en la obra “todo se queda dentro de nosotros. Sin decir”. Así, en medio de muchos silencios, irá relatando con las palabras justas y mínimas una historia donde los objetos son protagonis­tas: excavadora, pala, mortero, hormigón, piqueta o martillo. En pequeñas entradas –del 16 de junio al 20 de noviembre– Metz nos ubica en esa burbuja laboral. Fuera de ella, le queda la noche y los fines de semana, donde lastrado por el ago

⁄ El trabajo en la construcci­ón de Metz no acalla una voz poética que busca la belleza más allá de la jornada laboral ⁄ Alonso ahonda desde una isla sobre el tiempo que dedicamos a la vida, y cómo nos relacionam­os con el frenesí imperante

acumulado solo se permite algún paseo (“Apartarme un instante de esas tareas que no escuchan lo que somos”) o un vaso de vino. El obrero Metz cumple su cometido pero no puede evitar volar más allá. Quizá por eso “pájaro” es el vocablo que más se repite en estas páginas. También abunda “simiente”, “tierra” o “agua”. La narrativa de la rutina obrera –“el dialecto del peón”– no acalla la voz interior de un ser que aspira a otro lenguaje (“Puede que haya una obra en lo que escribes”, se dice a sí mismo), que piensa sobre el sentido del tiempo y sobre su condición (“Escribo dentro de una ortiga, no dentro de una rosa”). La alienante vida del trabajador de la construcci­ón centra este libro en el que Metz consigue plasmar su inquietud y su mirada introspect­iva y en el que deja entrever el deseo de contemplar el ancho mundo de otra manera.

Tres décadas separan esta historia de la de la ovetense Azahara Alonso (1988) que decide a una edad poco habitual –en la treintena– poner el freno de mano y parar laboralmen­te. Lo hace con unos ingresos mínimos asegurados –de una ayuda institucio­nal– y con la opción del regreso. En Gozo explica su experienci­a de tomar distancia. Se va con su pareja a la pequeña isla de Malta que lleva ese nombre tan inspirador y que da título al libro.

Sus páginas nos llevan a aterrizar en un entorno desconocid­o y en el proceso de adaptación que implica: conocer las peculiarid­ades locales, las costumbres, el idioma, los mitos… una fe de trayecto que ha dado pie a diferentes obras literarias. Pero esta va más allá. La autora, que había publicado un libro de poemas (Gestar un tópico) y uno de aforismos (Bajas presiones), pone algo de ellos en estas páginas llenas de sentencias y frases elaboradas. La formación en Filosofía también se nota.

Este es un volumen con muchas preguntas que nos interpelan. Hay una mirada analítica y crítica frente a tantas aspectos integrados en la vida diaria como la comida rápida, el hecho de hacer cola o el turismo y su forma de apropiarse la mirada. Deambula desde la experienci­a personal a la dimensión social arropada por análisis brillantes de otros autores. Están George Perec, Emily Dickinson, Paul Lafargue, Bertarnd Rusell, Susan Sontang, Roland Barthes, Dean MacCannell, Rodolphe Christin, Donna Stoneciphe­r y muchos más.

La reflexión sobre la ociosidad la lleva a revisar el modo de vida imperante marcada por los índices de productivi­dad y las horas trabajadas. La elección de una isla actúa como metáfora. Para Alonso, “es un paréntesis de tierra firme”, un refugio, un lugar donde volver a la plenitud de los sentidos (a la percepción de los colores, al sonido de las campanas, a la forma de hablar de la gente, a la mirada al horizonte). La niña que a los cinco años quería integrar consciente­mente la respiració­n busca ahora seguir haciéndolo.

Este libro se lee con sumo interés, pensando en la vida que llevamos, en cómo encajamos el trabajo en la existencia. Azahara Alonso ha urdido un libro híbrido de testimonio, de viaje, de ensayo… un libro corajudo y profundo que invita a que cada uno busque el propio marco en el mundo donde hacerse la foto. Y al final, como hiciera Metz con sus jornadas en el andamio, la asturiana pone por escrito aquella isla y su viaje interior.

La mirada interior de ambos autores les lleva por encima de sus circunstan­cias del momento –a pie de obra o junto al mar– a dibujar con palabras los espacios que quieren habitar más allá de una jornada pautada, para disfrutar de la existencia. /

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! Trabajador­es en una fábrica de Sheffield, Gran Bretaña

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