La Vanguardia - Culturas

El paseo de Sant Gervasi y los escritores

El filósofo que firma este artículo rememora, desde la casa que está a punto de abandonar, las figuras literarias que han poblado la vía urbana de Sarrià-Sant Gervasi

- Norbert Bilbeny

Estoy en el cuarto piso del número 12 del paseo de Sant Gervasi, en Barcelona. Sentado en el escritorio, observo el paisaje ante mí. Mientras escribo, subo alguna vez la mirada. Veo la sierra de Collserola, con el Tibidabo en el medio. El color verde descansa la vista.

Hace un año que habito esta casa. Pero la tengo que dejar pronto. Pasaré a otra con un despacho sin vistas. Aprovecho, pues, el actual. Observo y estoy abierto; no puedo concentrar­me. Sin vistas y en silencio se escribe mejor. Se está por el tema y las frases crecen como ramas. Si no, tropiezan.

La ventana es grande y puedo ver buena parte de la sierra. A la derecha, hacia el extremo, está la torre Arnús, El Pinar, del arquitecto Enric Sagnier. Iluminada, de noche, parece la casa encantada del bosque. A su pie diviso los ventanales del bar Mirablau, y a la izquierda la explanada donde aparcan los coches. Desde aquí arranca el funicular hasta el Tibidabo. Ahora puedo ver el tejado modernista de la estación. Por la noche el funicular sube como una luciérnaga por la montaña. Por este lado despunta, sobre la cresta de la montaña, el hotel La Florida. En medio de la oscuridad toma un aire fantasmal.

El paisaje cambia de color según la estación y la hora. De madrugada y al anochecer el cielo se tiñe de un mágico color cobalto. En invierno todo es más contrastad­o. En verano, el paisaje se envuelve con la neblina del litoral que disuelve las distancias. Enharinado, todo parece lejano. Pero en cualquier momento el viento lo cambia todo. Se ve lo mismo con tonos y relieve diferentes, como en los célebres cuadros de Monet. El paisaje es un estado del alma, pero depende del viento.

A la izquierda se ve la cumbre del Tibidabo, con la iglesia y la parte frontal del parque de atraccione­s. En días claros, el templo parece de mármol blanco y el santo Cristo toma un color rojizo. Por las noches la gran noria se enciende con luminarias que desaparece­rán más tarde. Decepciona­do, no veo el avión del Tibidabo. En un lado resplandec­e el observator­io Fabra con su cúpula como una perla. En medio, sobresalie­ndo entre los pinos, la parte alta de la Torre de las Aigües. Y bajando la vista, la vertiente de la montaña con todo el ufano verdor. Parece una pendiente uniforme, pero cuando se pone el sol se adivina una hondonada. Más abajo cruza en horizontal la carretera de las Aigües. Sábados y domingos está llena de ciclistas y gente que corre. Más arriba, se ve traspasar algún coche por la vía que discurre de Vallvidrer­a a la cumbre del Tibidabo. Con el sol los vehículos brillan como espejos. Por la noche, con los faros encendidos, parece como si fueran hacia alguna misión secreta.

Miramos hacia el centro del panorama.Enlabajada­delacresta­emergelato­rre de comunicaci­ones de Collserola, como un ciprés gigante que desafía el cielo con su fina aguja blanca. Siguiendo el contorno de la montaña se ve el lado nordeste de la imponente casa Buenos Aires. Del pie de la torre de comunicaci­ones hacia abajo vemos unos espesos barrancos, a cuya derecha se encuentra el moderno monasterio de Sant Maties, de un blanco que deslumbra. Debajo mismo, escalonado­s, distinguim­os la escuela Sant Gregori, el tanatorio de Sant Gervasi y, más abajo, la cúpula color carbón del viejo cementerio. Está enterrado Joan Maragall, en cuya tumba se celebra cada mes de febrero la fiesta del Almendro en Flor. Están también Carles Riba, Clementina Arderiu y J.V. Foix.

Máshaciala­izquierda,sobrelasie­rra, vemos algunas casas de las afueras de Vallvidrer­a, desde donde baja un suave pinar. Ya en lo tocante a la ciudad, veo la punta de la torre de Bellesguar­d, levantada por Gaudí donde había el castillo de Martín el Humano. Aquí debía alojarse su secretario, Bernat Metge, gran humanista catalán. Al lado aparece el convento del Redemptor, del arquitecto Bernardí Martorell, actual sede de la universida­d Abat Oliba. Si saliera a la terraza vería más cosas, como la torre Castanyer, con un frontón coronado con tres estatuas.

⁄ En el viejo cementerio está enterrado Joan Maragall; allí se celebra cada febrero la fiesta del Almendro en Flor ⁄ Durante la Guerra Civil, en la torre Castanyer, con un frontón coronado por tres estatuas, vivió Antonio Machado ⁄ Cerca del paseo, en la avenida Tibidabo, transcurre la acción final de ‘La sombra del viento’ de Carlos Ruiz Zafón

Durante la Guerra Civil fue este el último lugar de España donde vivieron Antonio Machado y su madre. Estuvieron unos ocho meses, sin calefacció­n y con pocos alimentos. El poeta escribió aquí sus artículos para La Vanguardia. También, si continúo en la terraza, veo el edificio racionalis­ta, de fachada rojiza, donde vivió sus últimos años Josep Maria de Sagarra, gran escritor. Ninguna placa lo recuerda.

Tocando a esta casa está el jardín de la mencionada torre Castanyer, con un pequeño estanque presidido por la diosa Ceres, algunas palmeras, magnolios y un alto cedro. Bordea el jardín una larga e historiada valla de hierro forjado que se construyó después de la estancia aquí de la reina María Cristina y el niño Alfonso XIII a finales del siglo XIX. No veo nunca gente en este jardín, pero es seguro que Machado debía venir a leer y tomar el sol. Hace años vivía en este paseo el profesor José Manuel Blecua. Eduardo Mendoza tiene casa cerca. La acción final de La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, transcurre en esta zona, en la avenida Tibidabo.

A mano derecha, contiguo a la torre señorial, se levanta el colegio Jesús María, también con un puñado de árboles veteranos: cedros, eucaliptos, pinos y otros. El edificio, de estilo neogótico y un aire monumental, es de Enric Sagnier, comoeltemp­lodelTibid­abo.Esdeladril­lo visto y tiene multitud de ventanas, detrás de las cuales veo cada mañana a los alumnos como entran en clase. Destacan su esbelto pináculo central y un reloj de esfera blanca que hoy va siete minutos adelantado.

Hace meses que no veo planear las gaviotas por este rodal. Me resulta extraño. Esta mañana he visto volar un gavilán haciendo círculos por la parte baja de la montaña. En el cedro de la torre Castanyer las cotorras argentinas, de un verde fluorescen­te, han construido unos cuantos y enormes nidos. Estos pájaros no paran de transporta­r ramillas con el pico para reforzar estos nidos sobre ramas que mueve el viento.

Esta es mi última tarde delante de este paisaje que me atrae tanto como me distrae del trabajo. Por eso tengo a menudo la persiana medio bajada. Este mes cambiodeca­sa.

 ?? MartÍ Gelabert ?? Bilbeny, en el paseo de Sant Gervasi. Delante, el colegio Jesús Maria
MartÍ Gelabert Bilbeny, en el paseo de Sant Gervasi. Delante, el colegio Jesús Maria

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