Stalin, intimidador
Un breve y singular libro sobre el totalitarismo, de un sempiterno candidato al premio Nobel que ya obtuvo en el 2009 el Príncipe de Asturias de las Letras
Allá por 1994, nos llegaba la traducción al español de una investigación muy necesaria de Vitali Chentalinski, titulada De los archivos literarios del KGB, concebida en paralelo al cambio histórico que impulsó Gorbachov en la URSS. El autor había desempolvado papeles secretos trayendo del pasado a escritores represaliados y haciendo de ello un estudio que proporcionaba datos escalofriantes: “Durante el periodo soviético fueron detenidos unos dos mil escritores. Cerca de mil quinientos perecieron en cárceles y campos de concentración mientras esperaban en vano que se los pusiera en libertad”
El caso de Osip Mandelstam, desaparecido en el gulag de Vladivostok en 1938, es el más representativo de cuantos examinó. El delito había consistido en escribir un poema satírico sobre Stalin, lo que le haría padecer cinco años de cárcel. Uno de sus amigos, Borís Pasternak, tuvo la gallardía de defenderlo, a él y otros artistas, y a manifestarse en contra de la línea editorial del Pravda. De hecho, el creador de El doctor Zhivago –novela prohibida por “difamatoria”– tenía la consideración, por parte del dictador, del poeta mayor de la nación.
Huelga decir que tal cosa se difuminó en cuanto Pasternak, en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, en 1934, se posicionó en contra de las ideas que el gobierno imponía en lo literario. Lo expulsaron de la Unión de Escritores y el resto de su vida fue una pesadilla absoluta por culpa del acoso y derribo que le endosaron las autoridades, que le obligaron a rechazar el premio Nobel en 1958. Pues bien, Ismaíl Kadaré (1936) reúne a este par de autores y al político georgiano en Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak, en un texto breve y singular que es mitad narración, mitad ensayo.
En él, el autor albanés radicado en París desde que se exilió en 1990, para huir del régimen dictatorial que sufría su país, documenta, e imagina, lo que pudo haber pasado, en junio de 1934, a raíz de una llamada telefónica que generó un sinfín de elucubraciones. Esta no es otra que la que Stalin hizo a Pasternak para preguntarle su opinión sobre Mandelstam, al que ya tendría en el punto de mira para defenestrarlo.
Kadaré, a partir de un personaje que le sirve de alter ego, también candidato al premio sueco e interesado en la obra de Pasternak, crea un libro inclasificable que nos acaba acercando al posible contenido de esa llamada, de la que corrían cinco o seisversiones,hastaqueelpasodeltiempo añadió media docena más. En principio, Pasternaksequedaríaabrumadoantelafigura que tenía al otro lado de la línea telefónica, y apenas dijo nada de lo que pensabasobreMaldelstam.DetalmodoqueStalin le colgó malhumorado, todo lo cual nos conduce a conocer lo verdaderamente importante: cómo la maquinaria paranoica del Estado soviético interpretaba la obra y vida de determinados literatos como una gran amenaza a la que había que controlar, silenciar, encarcelar o asesinar.
Por eso, en Tres minutos, también se aborda el sistema censor típico de los totalitarismos, que conoció en primera persona Kadaré y que extiende a su personaje, que en la trama, si puede llamarse así, ha escrito una novela sobre Pasternak, justamente, y teme cortes o reproches en su texto. El ejercicio del albanés es meritorio y estimulante, sin la menor duda, y su parte de imaginación novelesca y estilo retórico en las secciones donde comenta las posibles llamadas nos recuerda lo gran escritor que es. Pero, también, el texto exige un lector que tenga curiosidad en este contextoespecífico,entornoauntiranoal que habían vilipendiado cada uno a su manera: Mandelstam, llamándolo “el montañés del Kremlin”; Pasternak, describiéndolo “como un enano con el cuerpo de adolescente de catorce años y el rostrodehombreavejentado”.