De la sobreinformación
Hay que poner límite al deseo de saberlo todo. No es necesario acumular de forma maníaca el conocimiento, sostiene en este libro el investigador Xavier Nueno
Vivimosenlaeradelexcesodelainformación. Las bibliotecas fueron acumulando volúmenes desde el saber enciclopédico y elacademicismo.Hoy,elproblemadeuna biblioteca inmaterial e incontrolable es algo que nos afecta a todos. Por eso, como propone Xavier Nueno, doctor por la Universidad de Harvard y prestigioso investigador en múltiples materias, es preciso adentrarnos en la senda del saber ligero. Debemos aprender a filtrar la información y contemplar el exceso de información como un hecho que forma parte de nuestra historia. La tesis de este libro es que la sobreinformación no es nueva. Viene de lejos, tanto como el periodo clásico. La legendaria biblioteca de Alejandría pudo ser ya un despropósito de acumulación. La idea de que el libro contiene el saber, nos ha hecho esclavos de ellos. Petrarca decía que por eso, durante la Edad Media, se cuarteó o descuartizó la herencia clásica. Siguiendo el régimen compulsivo de acumulación, pronto el hombre deberá pasear, dormir y sentarse entre libros, sentenciaba Joys Le Roy.
Nueno, siguiendo las enseñanzas de Montaigne, propone abjurar de la pulsión universalista en favor del arte del saber ligero. Hay que poner límite al deseo de saberlo todo. No es necesario acumular de forma maníaca el conocimiento. La barbarie puede ser causada tanto por la falta como por el exceso de libros. Debemos aprender a soltar y en todo caso, reducir nuestras bibliotecas a pocas estanterías con libros de cabecera que releer continuamente. Montaigne, cuyos Ensayos (1580) son una cima de la literatura universal, hacía elogio de la discontinuidad y la interrupción. Es preciso leer, pero también hay que vivir y ser activo. El erudito o ilustrado abandona su cuerpo, sin poder exorcizar el fantasma de la exhaustividad. Montaigne deviene el modelo de la sencillez, la espontaneidad y naturalidad en la lectura. Su opuesto es el pedante, cuya jerga está plagada de neologismos, tecnicismos y argumentos rebuscados. El saber ligero de Montaigne pasa por concentrarse en esos libros de cabecera, abrirlos de forma aleatoria, al azar, por cualquier página, y meditar sobre ellos cada día. Estas lecturas breves pueden orientar nuestro día a día. La consigna es reducir la biblioteca a una serie de libros amuleto que volver a leer una y otra vez, sin agotar el sentido.
El resto de lecturas son de uso y consumo. Sin acumular ni dispersarse en el conocimiento. Esto es algo que pasó en la historia y sigue acechándonos hoy en día. Las posturas se radicalizan porque o no se lee nada o se hace compulsivamente. En cuanto a la acumulación, el tema no son las estanterías sino las redes y la sobreabundancia de información. Si caemos en ella, la mente se dispersa. Si nos enfocamos en el saber ligero, estaremos centrados.
De alguna forma hay que reducir la abundancia del saber, sin que ello implique una forma de censura. Hubo épocas de piras de libros como en la oscura Edad Media tan bien descrita por Umberto Eco en El nombre de la rosa (1980). La Revolución Francesa permitió el vandalismo, el pillaje y el mercadeo de libros. Luis XIV había creado la mayor biblioteca del mundo que finalmente pasó a ser la biblioteca nacional francesa. El siglo XVIII es el de la Encyclopédie (1751-1772) donde empieza a condensarse el saber de una forma todavía muy extensa. Nada menos que diecisiete volúmenes, algo parecido a lo que sucedió con la Enciclopedia Británica a inicios del siglo XX. Hoy, un microchip permite condensar gigas de información en un botón, pero no se trata de eso, sino de avanzar hacia un saber ligero. Saber filtrar es una de las claves de nuestro tiempo.
Como propone Xavier Nueno en este libro que se lee de forma fácil, pese a la riqueza de sus referencias y amplia estructura, “el exceso de información es el resultado de un tipo de relación con el saber que aspira a la totalidad, al enciclopedismo, a la unidad.” Creíamos que cuanto más tiempo se dedicara al estudio, más cerca estaríamos de la sabiduría. Sin embargo, en la culta ligereza y el equilibro entre la erudición y la experiencia, puede residir esa cultura de la alegría de la que nos hablabaMontaigne.