En Pre-Textos, no todo vale
Manuel Borrás se licenció en Filología Moderna, especializándose en alemán e inglés. Ciertos trabajos de germanística habrían hecho pensar que iba para académico, pero desde los dieciocho años tenía claro que quería ser editor. En 1976 fundó en València, junto a Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba, la editorial Pre-Textos. Ser editor independiente no es sencillo, menos aún fuera del eje Madrid-Barcelona. Pero han publicado cerca de dos mil títulos –cuidadosamente escogidos– y cerca de quinientos autores; alguno de ellos ha acabado recibiendo el premio Nobel, como Louise Glück, fallecida en el 2023. Han tenido un potente cierre del 2023 con la publicación de la autora venezolana Keila Vall de la Ville y su novela Minerva. Y arrancan el 2024 de manera poética. Publican las atormentadas poesías que Marina Tsvietáyeva dedicó a la escritora y crítica de arte Sofía Parnok bajo el título La amiga. Y también a otro poeta clásico, John Keats, con un libro que podría ser un lema para Pre-Textos: Belleza y verdad. Cuando le pido a Manuel Borrás que me responda unas preguntas, lo hace no solo con amabilidad, sino con entusiasmo.
Al filo de los 18 años solicitó los permisos gubernativos para ejercer de editor. ¿Cómo surge a una edad tan temprana el afán por publicar libros?
Tuve la fortuna de nacer en el seno de una familia burguesa e ilustrada. Eso facilitó claramente mi pasión por la letra impresa. Tengo para mí que detrás de todo editor con vocación literaria debe haber un lector.
Después de publicar durante años con resultados económicos pírricos a la poeta norteamericana Louise Glück, cuando en el 2020 le concedieron el Nobel se escabulló a otra editorial. ¿Ese tipo de feas maniobras le han mermado aquella ilusión juvenil de ser editor?
Para nada. El –digamos– caso Glück vino, por el contrario, a reforzar nuestro compromiso con la realidad, con la literatura de verdad, que no con la sociedad literaria y del espectáculo, que ha venido invadiendo el ámbito de la cultura hasta suplantarla por esos sucedáneos que hoy santifican y jalean tanto muchos de los medios como bastantes de mis colegas.
Ha comentado en alguna ocasión que los principios del editor deberían ser: conocimiento, rigor y decencia. ¿Qué es ser un editor decente?
Un editor decente es lo mismo que un individuo decente. Es aquel a quien todavía le mueve en su ejercicio profesional un código deontológico y no se dedica a ir predicando una ejemplaridad con la que no va a cumplir jamás. Hoy, por poner solo un ejemplo, la lealtad o el respeto por los colegas no solo es un raro valor, sino que es hasta mal visto entre, claro, los mercaderes que se han apoderado del mundo del libro. Para nosotros, los otros, quienes seguimos creyendo en la bondad de la literatura, no todo vale.
Hay editoriales que ganan mucho dinero publicando a influencers con miles de seguidores en redes sociales. ¿Qué hacen editando ensayos como ‘Contra los influencers’ de Rodríguez-Gaona?
Es que si hay algo que falta en nuestros días es pausa, reflexión. Algo que, a mi ver, está infligiendo un daño irreparable a la cultura escrita. Se ha olvidado simplemente que la naturaleza de la literatura es lenta. Imprimirle la velocidad que le tratan de infundir los llamados agentes culturales por exclusivos intereses comerciales está teniendo unas consecuencias fatales y empeorarán con el tiempo, y más en un horizonte que apunta ya a estar condicionado por ese otro pretexto para justificar lo injustificable: la inteligencia artificial.
En un mundo tan veloz… ¿por qué detenerse a leer poesía?
Soy de los que piensan que leer poesía hace mejores a los ciudadanos. Considero que un pueblo que no lee, que ignora e incluso desdeña a sus poetas, es un pueblo incompleto; es un pueblo enfermo.