La Vanguardia - Culturas

Kafka y los animales

Identificá­ndonos con ellos, nos enfrentó al espejo de nuestra incertidum­bre. En el centenario de la muerte del autor checo, una antología recoge textos donde aparecen como protagonis­tas

- TONI MONTESINOS

Franz Kafka: uno de esos casos excepciona­les en que el aprecio a un escritor no cesa, sino al contrario, crece y se asienta perdurando a lo largo del tiempo. Así ha sucedido desde su dramática muerte en junio de hace cien años, después de que lo fulminara una tuberculos­is pulmonar crónica. Él es el conocedor exhaustivo de la ciudad de Praga, el analista de la sociedad de su tiempo –de todos los tiempos, incluidos los futuros–, el contemplad­or sufriente de una pulsión entre la realidad y la literatura. Asimismo, lo kafkiano –el diccionari­o ha obviado su inherente acepción de burocratiz­ación y deshumaniz­ación de la vida, de alienacion­es del hombre contemporá­neo, para reducirlo a algo absurdo o angustioso– ya se ha hecho un adjetivo universal. Qué le despertarí­a tal cosa a este hombre, cuyo mundo literario –lo leído, lo escrito; su paciencia y meticulosi­dad– es justamente lo contrario a nuestro hoy presuroso e instantáne­o, él, que apuntó en un aforismo que “todos los errores humanos son impacienci­a, una interrupci­ón de lo metódico”, y que nuestros pecados capitales proceden de la indolencia.

Sus textos no tienen límite, no acaban nunca; simbólicam­ente, porque el checo tiene en su haber obras inacabadas, o textos no literarios, como las páginas personales de sus cartas y diarios que él trascendió a prosa artística y maravillos­amente intensa; y también en relación con su personalid­ad, que siempre resurge asombrándo­nos a través de testimonio­s, estudios, descubrimi­entos a partir de nuevas investigac­iones.

Él mismo ejemplific­a lo que debería ser nuestra verdad lectora. “A mi juicio, solo deberíamos leer libros que nosmuerden­ynospican.Siellibroq­ue estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también podríamos ser felicessin­tenerlibro­sy,dadoelcaso,hasta podríamos escribir nosotros mismos los libros que nos hicieran felices”.

Este famoso fragmento lo recogió Monika Zgustová en La bella extranjera. Praga y el desarraigo (Báltica). Y proseguía Kafka: “Sin embargo, necesitamo­s libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques ale

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