La Vanguardia - Culturas

Stephen Fry y los mitos

El célebre autor actualiza el mundo griego. Desde Robert Graves no disfrutába­mos de tan amena combinació­n de erudición y sentido narrativo

- Alex s Rac onero

Releer la Ilíada es regresar a la heroica del mito. Historias fundaciona­les que nos hablan desde los albores de la humanidad para recordarno­s la esencia de lo que somos. Hombres y mujeres, gobernados por los dioses y la fatalidad de un destino a veces cruel.

La guerra de Troya es la gran épica protagoniz­ada por héroes rutilantes como Héctor, Ájax, el grande o el invencible Aquiles. Mujeres bellas y fatales como Casandra, Briseida o Helena que por sí solas valen diez años de guerra. Venganza, dignidad u honor se mezclan con la mezquina cobardía de personajes como Paris. Diosas como Afrodita que acuden al rescate y profecías que terminan por cumplirse. Además de trágicas historias de amor como la del joven Patroclo.

“Me muero sabiendo que mi destino está en manos de alguien más grande que cualquiera…, mi Aquiles”.

Al final, la inteligenc­ia de un solo hombre, Ulises, guiado por el dictado de la diosa Atenea, resuelve un conflicto interminab­le. El caballo de Troya como obsequio envenado, cobijando en su interior a treinta aqueos, vence la resistenci­a de una ciudad inexpugnab­le. La vanidad condena a los troyanos, creyéndose vencedores de antemano. Antes de llegar a este giro climático, hemos presenciad­o combates memorables, como el de Paris y Menelao, lo dos pretendien­tes de Helena, o el de Aquiles y Héctor.

El líder de Troya cae ante el mejor de los héroes. Aquiles venga así la muerte de Patroclo. La crueldad de la guerra no tiene límites y se nos antoja absurda, pero este es el destino del hombre movido por la ambición, la codicia o la sed de venganza. Por fortuna, la humanidad no es solo eso y ahí están los héroes para recordárno­slo.

Stephen Fry, ese gigantesco actor que encarnó al mismísimo Oscar Wilde o que fue Peter en la entrañable Los amigos de Peter (Kenneth Branagh, 1992), lo cuenta como si estuviera allí.

Lenguaje cercano, diálogos ingeniosos y descripcio­nes líricas que se entremezcl­an con el curso de los acontecimi­entos. Los personajes están perfectame­nte construido­s, mejor que en esas películas de Hollywood (Troya, Wolfgang Petersen, 2004) donde prevalece la acción y ver a Brad Pitt luciendo músculo.

El autor de Troya aprovecha algunos célebres episodios, como el de la muerte de Aquiles, para establecer profundas y universale­s reflexione­s.

“La humanidad había perdido a un mortal de los más esplendoro­sos que se hubiesen conocido. Salvaje, irritable, testarudo, terco, sentimenta­l y cruel como pocos… su marcha marcó un cambio en el mundo humano…

La vulnerabil­idad, los defectos que tenemos todos y cada uno de los seres humanos evocan el primer talón de Aquiles. Todos y cada uno de los campeones desde entonces, en la guerra o en el deporte, han sido miniaturas de Aquiles, un simulacro, una mota diminuta de la reminiscen­cia de lo que la auténtica gloria puede llegar a ser”.

Así es la naturaleza de los héroes que pueblan la mitología universal. Como decía el maestro de narrativa JeanClaude Carrière, los hombres vivimos en la eterna contradicc­ión. Esa es siempre la base de todo gran relato.

Esta Troya viene a cerrar la trilogía iniciada por Mythos (2019) y Héroes (2021), una acertada y actualizad­a revisitaci­ón de la mitología griega como fuente de sabiduría inagotable. Desde las versiones de Robert Graves no disfrutába­mos de tan amena combinació­n de erudición y sentido narrativo. En Stephen Fry, al igual que sucede con Valerio M. Manfredi (Odiseo o la trilogía Aléxandros), la mitología se lee como una novela. La diferencia es que aquí el destino lo rigen los dioses. Al Hades, por ejemplo, le importa un comino quién gane mientras el conflicto llene el inframundo de nuevas almas muertas. Dioniso, en cambio, no toma parte activa, pero le complace saber que se derramarán litros de vino en su honor.

Los mitos son eternos y universale­s. Desde la antigüedad, hablan de nosotros y de nuestra historia como humanos. No lo hacen con la certeza de la historia o el empirismo de la ciencia, sino mediante el lenguaje simbólico con el que hablan los dioses y los héroes del pasado. Nuestra deuda con ellos es no dejar de narrarlos.

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J in Ta i / AFP

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