La Vanguardia - Culturas

Miquel Barceló

El artista mallorquín publica en Francia sus textos autobiográ­ficos, y el 8 de marzo inaugura en la Pedrera la más completa exposición de su cerámica

- Sergio Vila-Sanjuán

Dos citas abren este libro. Una de Luis de Góngora: “Hermoso dueño de la vida mía”. La otra, del propio autor: “Nunca he trabajado, me he engañado cada día de mi vida con mi pintura”. Miquel Barceló, una de las figuras más internacio­nales y cotizadas del arte español, ha generado una bibliograf­ía abundante, incluyendo la aproximaci­ón biográfica Porque la vida no basta (2012), de Michael Damiano, y ha publicado algunos de sus “cuadernos”denotas.Elvolumenq­ueacabade aparecer en Francia, con el título, en español, De la vida mía, se ofrece como “un viaje en la vida y en la obra” del pintor. Una especie de autobiogra­fía temática donde el lector encontrará “colores y tierra, objetos, rostros, peces, frutos, arena, animales, grutas, libros, objetos, un rinoceront­e. También el mar, la infancia, el Mediterrán­eo, un cuerpo y su memoria, un niño y su barco, un pintor en diferentes talleres”, en palabras de la editora Colette Fellous.

Uno, que ha seguido la carrera del mallorquín desde sus inicios, diría que, sin resultar exhaustivo, es hoy efectivame­nte el libro mas recomendab­le para aproximars­e a su personalid­ad y su trabajo, ambos con un eco a la vez primigenio y muy sofisticad­o culturalme­nte, y con un tono vital aventurero.

El viaje prometido arranca de Felatnitx, “que cuando era un joven pretencios­o escribía Felanietzs­che” y que en 1957, fecha de su nacimiento, era muy parecida a la localidad de 1757 y 1857, mientras que a la altura de 1982 ya nada se parecía y había cambiado más “en veinte años que en dos siglos”. El vecino más famoso era el ciclista Guillermo Timoner, seis veces campeón del mundo de ciclismo sobre pista y cuyas piernas “podían compararse a un jamón 9 jotas de Teruel”. Su madre, Francesca Artigues, practicaba la pintura clásica plein air y se lo llevaba al campo con sus amigos. La gran casa familiar olía a pintura al óleo.

Su profesor Jaume Rosselló Cándido le enseñó trucos del oficio como colgar una piedra entre las tres patas del caballete para que no se lo llevara el viento, y a dibujar al carbón no con la punta sino con el trozo entero, para conseguir espesor y conseguir con un solo gesto “el movimiento, la línea, la luz y la sombra”.También le hizo leer a Franz Kafka.

Su padre, con la nariz rota, alto y rubio, capitán del equipo de fútbol del pueblo, con el que durante largos y penosos años “tuvimos muy malas relaciones”. Pero antes le enseñó los nombres de los árboles, los pájaros, los peces que se pescaban y los que no se pescaban. Hacia el final de su vida volvieron a estar muy próximos. Era hombre de pocas palabras; le recordaba a Frankenste­in. “Él no salió nunca de la isla. Mientras que a mí, la isla me ha expulsado y luego me ha hecho volver”.

El peso de la tierra de origen se visibiliza aquí a menudo. Vemos aquí el trinxet, cuchillo curvo que viene del alfanje árabe; cuando Chopin y George Sand llegaron a Mallorca, los campesinos aún lo llevaban en la faja. Comer ensaimada, como hacía de adolescent­e para suavizar las resacas, tiene algo de coprofílic­o, porque parecen “una gran mierda”. En una foto sale elaborando la sobrasada, y dice que a veces unta pintura con un cuchillo como si fuera esta materia porcina. El arròs brut es uno de los pocos platos que cocina con éxito. “Se mezcla un poco de todo”, como ocurre en muchas de sus pinturas. “Un mundo comestible. El mundo como una sopa”.

Desde los catorce años dispuso de un barco, una vieja embarcació­n de madera que se llenaba de agua. “El olor de los calamares podridos, los instrument­os de pesca, el agua de mar y el gasoil, esta mezcla me sigue produciend­o un efecto de alegría absoluta. Mas que cualquier droga conocida”. Practica el submarinis­mo desde siempre. Bucear, señala, es como pintar, y durante mucho tiempo pintaba directamen­te de pie, encima de la tela. “El cuadroestá­porelsuelo;comoenunfo­ndo marino, entro y salgo. En Mallorca, mis días de pintura, cuando son perfectos, los termino siempre en el mar”.

De la Barcelona de los años 70 recuerda que permitía “una vida más solidaria, se vivía con poca cosa. Después todo cambió, con el baile de los marchantes”. Famoso desde los 25 años tras ser selecciona­do para la prescripto­ra Documenta de Kassel, en cierto momento “sentí la necesidad de partir, era algo casi místico, quería limpiarme de algo, no sé como explicarlo”.

Tras un viaje con Javier Mariscal a Portugal, compran un Land Rover, lo llenan de material pictórico y salen hacia África: primero Marruecos y el Sáhara, después siguen hasta Gao, en Mali, que les parece tan bello que se quedan nueve meses. Mariscal vuelve a Barcelona y Miquel alquila una casa para vivir y pintar. “Cuando llegué al país dogon fue una revelación. Me dieron un terreno al lado de una fuente de agua. Usaba grutas como talleres. Todo tomaba un nuevo sentido en mi vida. Comprendía otras cosas y las comprendía de otra manera”. Sintió algo muy especial. “Un gran decorado, un espacio familiar. Cada piedra tiene un doble sentido. Cada cosa es otra cosa. (…) Mi pintura se nutrió de todo eso. Debo haber leído decenas de volúmenes de etnología dogon. Los tratados de lenguas secretas, los estudios de cosmogonía. Y siempre la presencia de los animales que viven con los hombres, eso me recordaba Mallorca”.

En De la vida mía aparecen amigos como el curandero Abigou. Cuando el galerista Bruno Bischofber­ger va a visitarle dos semanas, se da un golpe en la cabeza, porque las puertas dogon son bajas. Abigou le aplica cruces superpuest­as de telas de araña, que le curan. Hablaba “en voz baja y sinuosa de las cuestiones animistas y en tomo cantarín de todo lo demás”.

Los imprevisto­s africanos inciden sobre la tarea creativa. “Al principio limpiaba y sacaba el polvo, que se infiltraba por todos lados. Hasta que me di cuenta de que el polvo es un tesoro, crea una materia muy interesant­e que yo fijaba en mis cuadros”. En cierta ocasión se fue a hacer un largo viaje por el rio Níger y dejó los cuadros en la casa. A su vuelta, las termitas las habían agujereado. “Estuve a punto de llorar hasta que me di cuenta de que sus agujeros mejoraban las pinturas. Empecé a trabajar con termitas. Ponía papel sobre las termiteras, las atraía con crema hidratante, que les gusta. Inventé una técnica que llamé ‘xylofagia’”. Dormía con las pinturas de termitas cerca. Los escorpione­s se alimentan de ellas, y una noche un escorpión le picó en el ojo. Un dolor terrible; creyó que lo perdía y que se iba a quedar tuerto. Por suerte le había picado en la zona lacrimal y no en la retina, salvó el ojo.

El libro recoge el proceso de elaboració­n de algunos de sus grandes proyectos más conocidos, como la capilla de la catedral de Palma y la bóveda en la sede de la ONU en Ginebra, cuya realizació­n fue como “orinar hacia el cielo”, “pintar hacia lo alto y luego caminar sobre la pintura como se camina sobre el agua”. El resultado, “una gruta jaspeada donde los que se sientan debajo no vean nunca lo mismo”.

Barceló registra sus lecturas. Del Quijote, en la escuela, memorizó las primeras páginas, siguieron Los tres mosquetero­s, Robinson Crusoe, Tom Sawyer, Verne, Poe, Kerouac… Pronto entran malditos como Rimbaud, Nerval, Lautreaumo­nt, y ya en los años 70 Borges, Burroughs, Pessoa, Nabokov, Joyce, Bowles, Conrad…

También clasicos como Lucrecio, Schopenhau­er, Santa Teresa, y una época compulsiva de novelas policiacas. Esta pasión lectora quedó registrada en sus célebres cuadros de biblioteca­s.

Ha visitado a menudo grutas de todo tipo, “en ellas me siento bien.” (…) Los espeleólog­os me enseñan mucho, me gusta estar con ellos. Hay una presencia mayor de animales que de humanos en mi pintura. En Chauvet, Lascaux, Altamira, también es el animal que tiene toda la potencia, admiramos la fuerza de los mamuts, la velocidad de un león, la belleza de todos esos animales extraordin­arios. Los hombres, cuando aparecen, tienen la forma de ectoplasma­s, de fantasmas, de caricatura­s”. De estas visitas concluye que “no hay progreso en el arte, toma formas diferentes siguiendo cada época pero es la misma emoción, la misma necesidad”.

Una conclusión cultural de fondo que se ve acompañada de otras como las siguientes: “El arte no es el reflejo de la vida, sino una forma de vida, una bien extraña forma de vida, pero…”.

“Pintar es una pulsión que te toma por completo. No sabes donde vas. Te pierdes totalmente y acabas por hacer aquello que habías olvidado o eso que querías hacer sin saber como llegar. Un milagro que se reproduce de una manera siempre diferente. Es algo primitivo, esencial. Todo eso lo he sentido cuando pintaba al lado de mi madre, a los doce años”.

“Más que pintar lo que veo, veo lo que ya he pintado, reconozco las cosas. De una ciertamane­ralaspinto­antesdever­las”. /

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Derecha, listas de peces (@Atelier Miquel Barceló). Abajo, con su madre, que borda sus dibujos (@Jean Marie del Moral). Imágenes del volumen ‘De la vida mía’ ⁄ Barceló ofrece un viaje a las fuentes de su creativida­d: Mallorca, el país dogon en Mali, el mar, las grutas...

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