La Vanguardia - Culturas

Místicos: el viaje hacia dentro

- Ant ni itur e /

Hoy en día cuando te dicen que eres un místico o una mística casi siempre es en tono sarcástico. Malos tiempos para el misticismo. La palabra viene del griego mystikós, ‘cerrado’, con la connotació­n de lo misterioso o lo inaccesibl­e. La literatura ha sido el refugio de grandes místicos porque, en realidad, la materia de la que está hecho el arte en general, y la literatura en particular, es eso tan intangible e invisible que son las emociones.

El teatro Romea se convirtió este mes en un refugio para los místicos en medio de la agitación de Barcelona. Paso un día por la calle Hospital y se filtra a través de las paredes del teatro la Música callada de Frederic Mompou y la voz de Adriana Ozores y Lluís Homar hablando de un influencer del siglo XVI llamado Juan de Yepes, más conocido como San Juan de la Cruz: “Aunque nuestro instinto nos lleve a querer tenerlo todo, él nos habla de no tener, para tener; de desprender­se de todo para ser”. Lo decía un religioso católico, pero lo podría haber dicho un taoísta de los que afirman que ser es no ser, un santón sufí que se ha despojado de todo lo material o un ateo que se va a la naturaleza para fundirse con lo esencial.

Tras la obra Alma y palabra. San Juan de la Cruz, unos días después estoy montando guardia para el estreno de El templo vacío, otra iniciativa dirigida por Lluís Homar, al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), que ofrece un viaje vertical a algunos textos de grandes autores místicos como el Maestro Eckhart, Teresa de Jesús, Angelus Silesius, Ibn Arabi, Ramon Llull, Jacint Verdaguer o Miguel de Molinos, que por defender la meditación y el “quietismo” acabó torturado por la Inquisició­n y murió en una mazmorra.

Algunos escritores, como Monika Zgustova o Roser Capdevila (que fue maestra de Lluís Homar en la escuela), no han querido perdérselo. La puesta en escena es sobria: fondo negro, sillas, libros. Nos espera Lluís Homar vestido de manera sencilla junto a un coro de cuatro personas que van a ir punteando sus palabras con una interpreta­ción de algunos temas de Johann Sebastian Bach a pura voz. Lluís Homar se desnuda con la ropa puesta.

Nos dice en catalán, la lengua que le late dentro, que “los místicos afirman que todo viaje es un viaje hacia el interior. Después de muchos años de trayectori­a, me doy cuenta de que ser actor ha sido, para mí, hacer un viaje hacia dentro de mí mismo. La vida del actor es un camino de ida y vuelta. No vengo aquí para esconderme en personajes, tampoco vengo a recitar melodiosam­ente, vengo a mostrarme como la persona que soy ahora”.

Recorremos parábolas del inspirado maestro islámico Ibn Arabi, nos lleva a las tribulacio­nes de Verdaguer, a los pensamient­os del Maestro Eckhart, un dominico que fue juzgado por hereje porque pensaba que para llegar al conocimien­to divino hay que vaciarse de conocimien­to y de dogmas. Escuchas a Lluís Homar poner voz a los textos sin afectación, sin aspaviento­s, con la luz precisa, y entiendes que la literatura nació oral, que sigue siendo oral porque un libro solo deja de ser un taco de pasta de papel cuando habla dentro de la cabeza del lector.

Homar nos dice que ese Templo vacío es el silencio en medio del bullicio que nos permite escuchar el eco de nuestras pisadas y encontrarn­os a nosotros mismos.

A la salida, me encuentro con alguien muy grande, y no solo porque mide 1,95 m. Josep Maria Pou, actor, lector voraz y director artístico del Romea, me dice que “es fabuloso que en medio de la prisa podamos sentarnos durante una hora a hacer un viaje hacia dentro de nosotros mismos. El teatro también puede ser un lugar de sanación”.

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Lluís Homar en un momento de la obra

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