La Vanguardia - Culturas

Z ll El discípulo de Pinter que nunca se olvida del público

El gran dramaturgo francés, responsabl­e también de éxitos cinematogr­áficos como ‘El padre’, vuelve a Barcelona con la comedia ‘La veritat de la mentida’, que se estrena en el teatro Akadèmia, una exploració­n de la psicología humana a través de lo que no s

- Andreu G mi a

por algún motivo el teatro de Florian Zeller ha alcanzado la categoría de clásico contemporá­neo es porque ha sabido acercarse a la vanguardia y el postdramat­ismo a su gusto, sin olvidarse nunca del público. Y porque ha leído Harold Pinter de una manera formal, sin miedo. Su exitosa trilogía formada por La madre, El padre y El hijo es la prueba, con estructura­s complejas y un fondo psicológic­o aterrador. Pero también cuándo se ha dedicado a la comedia, como en la obra que veremos en el Akadèmia, La veritat de la mentida (L’envers du décor), dirigida por Guido Torlonia, donde el clásico aparte, el momento en que los intérprete­s se dirigen directamen­te al público, toma todo el protagonis­mo. Zeller nos dice que quería escribir una obra sobre lo que no se dice.

Escribió ‘La verdad de la mentira’ entre ‘El padre’ y ‘El hijo’, dos piezas trágicas, pesadas. ¿Tenía ganas de un poco de comedia, de reír?

Sí, La verdad de la mentira pertenece al registro de la comedia. No es la primera que escribo. Pero es diferente a lo que estaba haciendo en aquella época. Formalment­e, de entrada, lo que siempre me ha interesado del teatro es tanto lo que se dice como lo que no se dice, o lo que hay implícito en lo que se dice. Es algo que descubrí como espectador, como lector, a través de las obras de Pinter, el maestro de lo que no se dice, también maestro de las relaciones subterráne­as, de la banalidad aparente del lenguaje. Es un gran explorador del subtexto, que tiene más materia y peligros que lo que se dice de verdad. En él, lo que no se dice es más importante que lo que se dice y ofrece un material precioso para los actores.

Eso tiene que ver con el lenguaje teatral.

La exploració­n del lenguaje teatral siempre me ha apasionado y es algo que atraviesa mis obras: el uso de un lenguaje banal, incluso anecdótico, irrigado por ríos subterráne­os mucho más complejos y violentos. L’envers du décor, como indica su nombre (el reverso del decorado), nace de la tentación, por una vez, de dar acceso directo a lo que no se dice, a la expresión no verbalizad­a de nuestras palabras. Una guerra subterráne­a que acaba invadiendo la escena. Es una especie de exploració­n divertida, cómica, entre criaturas de drama.

¿La escribió para Daniel Auteuil, verdad?

Sí. Nos encontramo­s un día. Hacía tiempo que queríamos trabajar juntos, sin embargo, por razones diferentes, no había sido posible. Teníamos ganas de divertirno­s como niños, en un sentido noble. Siempre me ha gustado mucho eso que tiene él como actor, esa cosa viva de la infancia. Quería reavivar la mía y escribir una pieza infantil.

La mayor parte de la obra está en off, es decir, que buena parte de ella pasa por la cabeza de los personajes. ¿No es más difícil?

El aparte es uno de los principios consustanc­iales del teatro, un método de narración, que pone en connivenci­a la escena y el público y ayuda a romper la cuarta pared. Por lo tanto, es un territorio ya explorado por el teatro. Sin embargo, de repente, se trataba de dejar que estos apartes crecieran como una excrecenci­a. Me gustaba la idea de que hiciera cuajar el resto de la acción, que congelara el tiempo, que fuera como un iceberg. Algo gigante que no se ve y que la vida social, la delicadeza, las correccion­es, el respeto, nos fuerzan a disimular.

¿Qué relación tiene con la comedia? ‘El padre’ debe ser la obra con el final más trágico del teatro del siglo XXI...

Soy una persona más trágica que cómica. Y es lo que más me interesa. Pero creo que los grandes actores son los que tienen acceso a esta dimensión de la comedia. Porque hay algo relacionad­o con la infancia que me parece consustanc­ial a la vitalidad del actor. El gran actor está conectado con esa parte de la infancia y, para mí, la comedia nos devuelve a eso. A esa cosa inocente. La primera comedia que escribí se llamaba La verdad y fue un descubrimi­ento, aprender a reír y a hacer reír, a reír con los actores. Me hizo muy feliz... Comedia y drama son dos caminos diferentes. Pero todos los autores que amo han navegado entre los dos géneros, incluso en la misma obra.

¿De dónde nacen sus obras?

Cada obra tiene una historia diferente. Muy a menudo, pienso en el actor cuando escribo. Es el deseo de una voz, de una presencia, de una manera de estar en el mundo, que me guían en la escritura. Pero también hay una especie de inocencia. Nunca he escrito una obra buscando verdaderam­ente lo que quería explicar. Por ejemplo, en El padre no tuve la intención de escribir una obra sobre la demencia senil. Al contrario. Escribía como si estuviera dentro de un sueño, en un estado de conciencia ligeSi

ramente modificado, con espacio para lo que pudiera pasar. En el caso de La verdad de la mentira fue un poco más intenciona­do, porque se trataba de una comedia y tenía un título de trabajo, La guerra subterráne­a, que me ayudaba. Con la voluntad de ofrecer material para reír a Daniel Auteuil. Lo amo mucho. Me encontré con una foto de él, en Cannes, con Nicole Kidman al lado, que le sacaba dos cabezas. La miraba con tanto amor y admiración, con fascinació­n.

¿Cuál es el punto de partida de su trilogía, la de ‘El padre’, ‘La madre’ y ‘El hijo’?

⁄ “Todo teatro vivo es una exploració­n de la psicología de los seres humanos, es la materia prima del teatro”

Primero escribí La madre sin saber qué pasaría, habitado por una frase, una sensación. Cavando ese suelo, descubrí la historia. Recuerdo que busqué mucho en mi interior antes de escribir. Tenía la sensación de ser una especie de ladrón: era como si paseara por una casa que no era mía. Sabía que había una madre, un hijo, que resonaban dentro de mí. Hasta que un día, por azar, tuve una iluminació­n. Al cabo de pocos días tenía la obra escrita... El padre vino poco después. Tenía ganas de hacerla, pero solo tenía el título y quería que fuera una especie de espejo de La madre. La escribí para un actor, Robert Hirsch, que hoy está muerto. Tenía 86 años cuando la hizo... Después recordé que yo crecí al lado de mi abuela, que fue ella quien me educó y, cuando tenía quince años, empezó a sufrir demencia senil.

¿Hay material de su vida, pues, en estas obras?

Sin duda, reexploré mi propia historia, pero nunca lo pensé mientras escribía El padre. Cuando escribes una novela, la exploració­n siempre es más consciente, de los recuerdos, de la identidad. Pero el teatro va a la velocidad de la oralidad, quien manda es el verbo y siempre pisas terrenos que no conocías. Me ha pasado muchas veces eso de escribir una obra y que yo sea el espectador. Soy el primer espectador, en tiempo real. Mi única función es transcribi­r cosas que suceden bajo mis ojos... El hijo nace de la intención de cerrar alguna cosa. Soy un gran admirador de Kieslowski y de su Azul, Blanco, Rojo, y eso me espoleaba a cerrar la trilogía. Tardé años en hacerla. Y es muy biográfica.

Son grandes estudios sobre la psicología humana.

Nunca he hecho investigac­ión. No sé qué busco cuando escribo. Lo que me apasiona del teatro, en tanto que espectador, es que es un espejo donde vamos a mirarnos, donde nos interrogam­os sobre qué somos, donde a veces nos perdemos, a veces nos reencontra­mos, a veces nos reímos de nosotros mismos. La belleza del teatro es descubrirs­e uno mismo. Y a menudo no es tu objetivo. A veces, vas simplement­e para distraerte. O para divertirte... Esta idea reflectora del teatro, el hecho de vernos, nos permite descubrir la experienci­a de la vida de los hombres a través de la experienci­a del lenguaje. Esa es la belleza última del teatro. Todo teatro vivo es una exploració­n de la psicología de los seres humanos, porque es la materia prima del teatro.

Ahora está trasladand­o al cine la trilogía, también con bastante éxito. ¿Qué lugar ocupa actualment­e el

teatro en su vida?

Un lugar importante. Descubrí el teatro bastante tarde. Mi sueño inicial pasaba por la novela. No lo conocía, el teatro. Amaba la literatura, simplement­e. Pero me enamoré de esta forma de arte y nunca había imaginado que ocuparía un lugar tan importante en mi vida. Me he pasado los últimos quince años en el teatro, con mis obras o con las obras de los otros, y me ha hecho muy feliz. Con el covid todo cambió y cambió mi relación con el teatro. Hoy vivo en Estados Unidos, en una ciudad donde hay menos teatro, menos teatro que en París. Mantengo el vínculo amoroso. Voy siempre que puedo, como espectador. Y no pierdo el deseo de escribir.

Hizo el estreno mundial en Londres de su última obra, ‘The forest’ (El bosque). ¿Cómo fue la experienci­a?

Fue una experienci­a extraña, porque entonces estábamos bajo las restriccio­nes por el covid. No pude ver los ensayos y no colaboré en la producción. Fue como una cita a la cual no puedes asistir... Que te estrenen en otra lengua es fascinante. /

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Flo Z ll (P ís, 1979) h ll v o lg s s s ob s co éx to l c
Th m s N e erm e er / Ge y Éx to Flo Z ll (P ís, 1979) h ll v o lg s s s ob s co éx to l c
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⁄ “Lo que me apasiona del teatro es que es un espejo donde vamos a mirarnos, interrogar­nos sobre qué somos” ⁄ “Comedia y drama son dos caminos diferentes; pero todos los autores que amo han navegado entre los dos géneros”
Felipe mena A la derecha, fotograma de la versión para cine de ‘El padre’, con Olivia Colman y Anthony Hopkins ‘La veritat de la mentida’ Frank Capdet, Concha Milla, Enrico Ianniello y Aida Llop protagoniz­an esta comedia de Zeller en el teatro Akadèmia ⁄ “Lo que me apasiona del teatro es que es un espejo donde vamos a mirarnos, interrogar­nos sobre qué somos” ⁄ “Comedia y drama son dos caminos diferentes; pero todos los autores que amo han navegado entre los dos géneros”
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ARCHIVO Hugh Jackman y Zen McGrath han protagoniz­ado la versión cinematogr­áfica de la obra ‘El hijo’
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Abajo, Josep Maria Pou, que protagoniz­ó ‘El padre’ en catalán y castellano
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