Un centauro de narrativa y poesía
Tras obtener la Lletra d’Or con ‘Lítica’, Lucia Pietrelli regresa con una novela simbólica sobre la relación entre una madre y una hija y la muerte de los recuerdos
⁄ Es un ambiente que recuerda a ‘La mort i la primavera’, circular, con una gran carga de tristeza y dolor
En el mundo de la Fórmula 1, a los pilotos que después de triunfar en el motociclismo daban el salto a los coches –John Surtees, Mike Hailwood, Damon Hill– se les llamaba centauros. También existen los centauros de la literatura que pasan de la poesía a la novela. A veces este paso comporta un replanteamiento a fondo para afrontar las necesidades de la comunicación novelesca con fórmulas claramente narrativas: el caso de Josep M. de Sagarra, Maria-Mercè Marçal, Miquel de Palol y, hasta cierto punto, de Sebastià Alzamora. Otras veces abre la puerta a una novela lírica que amplía el mundo poético del autor por otros medios: el caso de Perucho, Sarsanedas y Blai Bonet y, últimamente, de Eva Baltasar, Irene Solà y Pol Guasch. En un momento de crisis de la narración y de la ficción –da la impresión que otros medios que no son la novela explican mejor las historias–, la narración poética tiene el prestigio de la dicción severa, el simbolismo abstracto y la opacidad transcendente.
Nacida en un pueblecito cerca de Pesaro, en Italia, en 1984, Lucia Pietrelli ha pasado también de la poesía a la novela. Lítica (2019), que ganó la Lletra d’Or, ha sido el libro que le ha dado visibilidad. Ahora regresa a la novela con Deimos, que es el nombre de una isla solitaria en un mar misterioso. “Quería entrar./Me llamo Tiempo, decía,/y por eso no pedía permiso./Yo apretaba con fuerza los muslos/y clamaba que me permitiera ser fiel./Él empujaba la llave y repetía su nombre./Tiempo, decía./Yo antes no había engañado nunca a nadie./Él deshizo la carne y rompió la cerradura./ Quería llegar./Soy el Tiempo, decía,/y por eso era arrogante,/por eso desconocía el rechazo”. Etcétera. Les he traducido unos versos de un poema del libro Esquelet (2013). A los que hayan leído este y otros poemas de Pietrelli y les haya gustado su plantamiento abstracto no tendrán que dar un gran paso para entrar en Deimos, que está escrito con la misma lógica: la Muerte, que vivía en el mar, asoló la tierra. La mar quería recuperarla. Cuando volvió a esconderse en una cueva submarina la gente de Deimos dejó de morirse. Unas pequeñas mariposas blancas (¿las almas?) van a morir al cementerio, que no se utiliza. En una casa en las afueras vive la Bosquini que reparte a los lugareños un polvo que les hace tener visiones. Existen dos mundos enfrentados –La Pedrera i La Flor–, Pietrelli dice que es como un espejo. De La Flor llega una mujer que se lleva a los viejos. En el otro lado los ciega con una aguja y se convierten en aedos que cantan melodías absorbentes. Es un ambiente que recuerda Viatges i flors y La mort i la primavera, circular, con una gran carga de tristeza y dolor. Pietrelli escribe sin florituras ni hipérbatons de cara a la galería, y te hace entrar en el relato, primero en la voz del padre y después en la de la hija.
El momento rodoreriano más potente es cuando los vecinos que salen a la calle quedan petrificados y los que se quedan en las casas los destruyen a mazazos. Los recuerdos se borran. La novela plantea también el tema de la extranjería (la madre llegó a La Pedrera de no se sabe donde) y de la libertad de escoger, del amor y de la orfandad, con lo que parece ser una clave privada. La poesía está por todas partes: “Ser huérfana de madre me clavaba tan fuerte los pies al suelo que la tierra me entraba en los zapatos y me ensuciaba” (traduzco), “los niños se durmieron, ángeles ellos también, sin alas, pero con la piel translúcida de la infancia.” Y es más efectiva cuanto más concreta, cuando el símbolo es una gabardina verde y cuando no es la Muerte quien habla sino una chiquilla de trece años que busca a su madre. Un buen libro si les gusta esta manera de entender la literatura.
Lucia Pietrelli fotografiada en la Setmana del Llibre en Català del 2019