Una biblioteca cara al mar
El Museu Marítim de Barcelona, ubicado en las antiguas Reales Atarazanas, de donde salieron barcos que navegaron por todos los océanos durante siglos, fue una idea de la República. El propio Josep Tarradellas firmó su puesta en marcha en 1936, pero el desastre de la Guerra Civil retrasó su inauguración hasta 1941. Un año después, se puso en marcha su biblioteca.
En esta época en que hemos vivido un auge de la liternatura y los libros con mirada ruralista, no debemos perder de vista que el mayor espacio natural del planeta es el mar. Entrar en el Museu Marítim es zambullirse en un silencio acuático. Una escalera señorial conduce a la sala donde se ubica la biblioteca y allí me recibe su bibliotecaria, Rosa Busquets, que se maneja entre los más de 28.000 volúmenes y centenares de planos de barcos, entre otros muchos documentos. Desde la sala de lectura uno tiene vistas a los mástiles y jarcias que sobresalen en la primera sala del museo. Me explica que acaba de entrar una donación de 1.800 volúmenes que hay que catalogar. Parece un trabajo ingente, pero Busquets no se altera en absoluto, es metódica y parece que nada escapa a su ojo bibliotecario. Y es que lleva en ese mar de libros más de 30 años.
Hay un joven consultando libros enormes muy hermosos de diseño de barcos. Me dice que es un estudiante de Erasmus que quiere construir a escala un barco del siglo XIX y se ha asesorado con el mestre d’aixa que trabaja en el museo. “Existen otras bibliotecas como la de la Facultat de Nàutica o la del Institut de Ciències del Mar del CSIC, pero son más técnicas. La nuestra es más divulgativa. Es especializada pero multidisciplinar. Va de la biología a la historia marítima, puertos, comercio, literatura o la construcción naval. Es una biblioteca abierta a todo el mundo, únicamente que hay que concertar las visitas porque aquí la gente realiza consultas más especializadas”.
Sobre los usuarios, “el público es muy variado. Hay gente que busca a sus antepasados que se fueron a América y buscan los listados de pasajeros para localizarlos. No todas las compañías transatlánticas conservaron esa documentación y no es fácil encontrarla, pero se han utilizado boletines de compañías navieras en juicios como prueba de que un antepasado había llegado, por ejemplo, a Cuba en determinada fecha y eso sirve para determinar la posibilidad de otorgar papeles de nacionalidad a descendientes”.
Explica que el año anterior la traductora de Robinson Crusoe, Esther Tallada, estuvo asesorándose sobre naufragios y, posteriormente, la trajo a unas jornadas literarias en la biblioteca. Y, naturalmente, hay expertos que realizan investigaciones para tesis y ensayos históricos. “A veces piden cosas muy difíciles. Aquí vienen especialistas que saben más que yo, que tengo estudios de biblioteconomía. Pero yo sé dónde encontrar las cosas y organizarlas para que se encuentren”.
Me queda claro en el paseo por la biblioteca que conoce a los grandes autores de literatura náutica. De hecho, empuja un club de lectura de lo más salado. “La única consigna es que leemos literatura sobre el mar. Los propios participantes en verano votan los libros que serán las lecturas del año siguiente. En el club participa gente que se apunta libremente. Unos navegan y otros no. Lo único que importa son las ganas de leer”.
Me permite acompañarla al depósito donde se guardan algunos tesoros bibliográficos. Tienen tres volúmenes del siglo XVI; el libro más antiguo en catalán es de 1590. La seriedad de Rosa Busquets se convierte en sonrisa al abrir esos derroteros náuticos que nos trasladan a mares lejanos y me doy cuenta de que el oficio de bibliotecaria no consiste en archivar, sino en amar los libros.