Los amigos y el dictador
Desde su debut en el 2007, Hisham Matar ha puesto en el mapa narrativo las atrocidades que ha vivido Libia, algunas sufridas en su propia familia
⁄ La novela mantiene un buen equilibrio entre el vínculo emocional de los personajes y la amenaza latente sobre ellos
Un pescador en el frente marítimo de Trípoli
En el 2019 se publicaba entre nosotros un estudio que buceaba en cómo fue la niñez de algunos de los que se convertirían en tiranos: Pol Pot, Amin Dada, Stalin, Gadafi, Hitler, Franco, Mao, Mussolini, Sadam Husein y Bokassa. Lo firmaba Véronique Chalmet y se titulaba La infancia de los dictadores (editorial Gedisa). En él, se señalaban los maltratos que sufrieron algunos de esos dirigentes en su más temprana edad y el modo en que tal cosa hizo que la crueldad recibida la proyectaran en la edad adulta.
Sin embargo, uno de ellos, el líder libio que gobernó su país 42 años, tuvo otra suerte. Sus padres ansiaban un hijo después de tres niñas y cuando llegó al mundo el pequeño Muamar solo recibió mimos y ayudas para que estudiara, creciendo en él una megalomanía que “estallaría rápidamente con la borrachera del poder”, apuntaba la autora. Así, bajo su mandato, sucederían miles de ahorcamientos y mutilaciones a opositores, que se transmitirían por televisión. Tal cosa se hace palpable en Los amigos de mi vida, de Hisham Matar (Nueva York, 1970), cuando este escritor de padres libios, que creció en Trípoli y en El Cairo y es ciudadano británico, señala lo siguiente: “El gobierno libio fue uno de los pioneros de lo que se dio en llamar ‘el asesinato de la palabra’, la diabólica campaña en la que se embarcaron varios regímenes árabes en la década de 1970”.
El objetivo de ello “era deshacerse, a menudo de forma que causara sensación, de periodistas insobornables: ejecutarlos en plena calle o mientras almorzaban en un restaurante concurrido, o secuestrarlos para torturarlos y asesinarlos”. La advertencia no podía ser más intimidante, y la sufrió el propio padre de Matar, al que secuestraron y encarcelaron en 1990 y al que se dio por desaparecido.
El lector verá enseguida que el texto hace honor a su nombre original, My Friends, pues la amistad es la base del argumento, más el trasfondo de lucha política, todo lo cual es narrado por Khaled, que dejó Bengasi para estudiar en la Universidad de Edimburgo. Lo que desencadenará el drama será el hecho de que asista a una protesta contra Gadafi (que fue real, en 1984) frente a la embajada de Libia en Londres, y que acabó de modo sanguinario por parte de miembros de la policía secreta libia.
Las heridas y las secuelas que sufre este personaje, con su temor de no poder regresar a su tierra, hacen de hilo conductor de una novela que tiene, en ese trasfondo sociohistórico tan terrible, su mejor aliciente. Matar, de esta forma, continúa trasladando al campo narrativo lo que ha caracterizado toda su obra, premiada con galardones como el Pulitzer por su autobiografía El regreso. Justamente, ese deseo o imposibilidad de volver a Libia marca el tono general de Los amigos de mi vida. También, ese no saber si uno está siendo vigilado, incluso a distancia, y el vivir en una preocupación perpetua por tu pueblo, como le ocurre también a Mustafá, también presente en aquella manifestación, y al escritor Husam, que se ha mostrado crítico con la dictadura libia. El punto de inflexión será el estallido de la Primavera Árabe, que precipita la idea de regresar a Trípoli.
La novela mantiene un buen equilibrio entre el vínculo emocional de los personajes y la amenaza latente que se cierne sobre ellos, hasta que Gadafi es asesinado en el 2011. La idea de Matar nació al pensar en tres amigos que acababan en lugares diferentes y cómo se comprometían políticamente, lo cual vehiculó por medio del paseo que hace Khaled hacia su casa tras haberse despedido de Husam, de camino a París. Un paseo por las calles londinenses que a la vez constituye el recuerdo de más de treinta años de vida y de un triángulo de amigos que hacen humano y próximo el dolor de todo exilio. /