Una noche de invierno un viajero
‘El boxeador’ se propone reconstruir lo más fielmente posible lo ocurrido en un pueblo de la Serranía de Valencia durante la interminable posguerra
J.A. M s liver Róden s
⁄ Autor de más de veinte novelas, Cervera es un pionero de la recuperación de la memoria histórica
En El boxeador, de Alfons Cervera, el viajero es Román, que camina con su padre hacia el exilio; y, si En una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, hay varios lectores, aquí hay varios narradores, controlados por la voz del poeta, narrador y periodista nacido en la aldea de Gestalgar, en la Serranía de Valencia en 1947. Autor de más de veinte novelas, Cervera es un pionero de la recuperación de la memoria histórica y de la exhumación de los cadáveres de las víctimas de la guerra civil, de la emigración y del exilio, temas dominantes en la mayoría de sus novelas, como lo vuelve a ser ahora en El boxeador. Nunca se ha sentido urbano y “siempre ha habido pueblos importantes en mi itinerario intelectual”. Es inevitable remitirse a la película de Patricia Font El maestro que prometió el mar, en torno al asesinato del maestro republicano Antoni Benaiges, ambientada en Bañuelos de Bureba, pequeño pueblo de Burgos. Uno de los muchos motivos recurrentes en la novela es el de que las guerras empiezan y nadie sabe cuándo acabarán; y lo peor no fue la guerra, sino la victoria. Por eso es importante la memoria, porque “si no se recuerda lo que pasó, qué nos queda”. Pero – y este es otro de los motivos recurrentes– la memoria es una mezcla de realidad e invención, y cuando se inventa es para rellenar los vacíos que crea el olvido.
Para reconstruir lo más fielmente posible lo ocurrido durante la interminable posguerra, es preciso acudir a varios testigos: “este relato son muchos relatos a la vez”, “seguro que Román y Sunta le darán la vuelta a todas [las historias] y lo que salga será como uno de esos coros que cantan en las iglesias o en las catedrales”; una coralidad elevada a intensa poesía en las novelas de Elio Vittorini y que aquí explica un fraseo que nos acompaña a lo largo de la lectura.
Si cada personaje contribuye al tejido de la narración, el que juega un papel más destacado es Román –al que identificamos fácilmente con el propio Cervera– es un niño camino del exilio con su padre a la ciudad de Montpellier y, finalmente, su ansiado regreso, que ocurre a los ochenta años, cuando ya la memoria se diluye en el olvido. Si ha podido reconstruir aquellos años, que en la novela son también estos, es gracias a las cartas que le enviaba Sunta, “la memoria andante de nuestro pueblo”, hija del hornero Manuel –Cervera trabajó muchos años en el horno de su padre– cuando él se fue de Los Yesares, pequeña aldea en la Serranía de Valencia.
Por su parte, a Román le gustaría contarle la historia que él vivió cuando aún no se había ido a Francia, sobre un boxeador, Esteban Ventura, que enseñaba a los críos las mejores técnicas para los combates, y para el que sólo existía Joe Louis, que era negro y que derrotó a Paulino Uzcudum y que ganaba todos los campeonatos del mundo. Un perfecto modelo del luchador victorioso y al que, sin embargo, lo llevaron preso después de la guerra.
Otro personaje con un importante protagonismo es Pitera, que ya de pequeño se pasaba el tiempo en el monte porque no le gustaba la escuela, y que un día desaparece del pueblo y del que se dice que se ha ido al Cerro de los Curas con la cuadrilla de Ojos Azules, es decir, los maquis, para convertirse en una leyenda, como lo es Royopellejas, que vivía en una cueva donde estaba la momia de una mujer, y que también desapareció.
Los Yesares es la vida de sus habitantes, con el felliniano payaso Charly, homenaje a Charlie Rivel, y con un cine, el Musical, que, como el Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, hoy es un descampado ruinoso. No es necesario concluir lo inmensamente impactante que es El boxeador que, sí, nos golpea y cómo. /