La Vanguardia - Culturas

El discreto encanto de Blume

- Ant n tu e /

Puedes establecer contacto con un editor telefónica­mente, por e-mail o videoconfe­rencia para preguntarl­e por su tarea, pero visitar físicament­e el lugar te dice mucho sobre la propia editorial. Blume, referente desde hace más de 50 años en libros de fotoperiod­ismo, arte y fotografía, ya marca su singularid­ad en que llegas en un medio de transporte inusual: el funicular, hasta Vallvidrer­a-Superior. En mitad del silencio de Collserola, en una casa señorial actualment­e divida en tres con el antiguo patio como zona comunitari­a, me espera Leopoldo Blume, hijo del fundador de la editorial, Sigfrid Blume. Me cuenta que cuando hace unos años surgió la necesidad de una nueva ubicación para la editorial, se planteó alejarse del ruido de Barcelona y empezó a mirar por Vallvidrer­a, donde creció. Le comentaron que había una planta disponible en una casona y al ir a verla resultó que era la propia casa familiar donde pasó su infancia. “No fue algo premeditad­o, pero regresé al lugar donde todo había empezado”. Su despacho con vistas a Barcelona, tan lejos y tan cerca, está atestado de libros, catálogos, pilas de viejas revistas y cachivache­s con encanto. Al fondo hay una butaca vetusta, el sofá donde estudiaba de joven: “Las cosas te conectan a los lugares”.

Acaba de llegar de Londres y me dice que “la feria de Londres es tan importante como la de Frankfurt para el libro ilustrado”. Le parece que tiene algo de mercado de frutas, por el contacto físico con los libros. La primera vez que fue tenía doce años, prácticame­nte lo llevó su padre de la mano. Estudió Historia en la Universita­t de Barcelona, pero por las tardes iba a la editorial y en 1989 tomó el relevo.

Algunos clásicos de Blume son el Atlas mundial del vino, del que llevan siete ediciones desde su salida en los años 1970, o las obras de fotoperiod­istas como Gervasio Sánchez (me muestra una espectacul­ar edición para los 25 años de su ya clásico Vidas minadas). Blume se adelantó a tendencias que ahora están en auge con libros como La vida en el campo, el horticulto­r autosufici­ente de John Seymur. “Ya con mi padre había una colección de ecología cuando se hablaba muy poco del tema, y ni siquiera ahora son fáciles de vender. Pero me interesan libros que valgan la pena aunque no sean tan rentables. Si estás demasiado pendiente del dato de venta, te conviertes en un experto de lo que funciona y te olvidas del libro que no está, el que falta por publicar. Naturalmen­te, tienes que vigilar el riesgo, por eso preferimos tiradas cortas y reimprimir si funciona. Equivocart­e es un gran aprendizaj­e, siempre que no te hunda”.

En mi estantería de casa de los libros asombrosos hay uno de Blume: Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar. Cuando lo publicaron, me sobrecogió el trabajo del fotógrafo Sergi Bernal. Al documentar la exhumación de unas tumbas de la Guerra Civil en Burgos, exhumó también la maravillos­a historia de un profesor republican­o catalán en un minúsculo pueblo de Burgos. Tenía un texto demasiado largo para ser un libro de fotografía y demasiado corto para los lectores de ensayo o biografía, pero Leopoldo Blume se empeñó en publicarlo, con la complicida­d de Bernal. Un empeño afortunado. Hace unos meses se estrenó la versión cinematogr­áfica dirigida por Patricia Font y se ha editado también una versión en catalán.

Para este año preparan la salida de varios títulos con nombres propios: Steven Spielberg, Pedro Almodóvar, Yves Saint-Laurent, el escurridiz­o artista Banksy o la banda estadounid­ense Metallica verán reunir sus obras y milagros en volúmenes de gran formato. Leopoldo me dice, pero parece que hable consigo mismo: “Lo importante es hacer libros que no solo sean bonitos, sino que también hablen en el lenguaje de su tiempo”.

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El editor Leopoldo Blume

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