Triste aniversario para la eurozona
Europa trata de ganar tiempo con el apoyo del BCE a sus bancos para superar la crisis de deuda
Al décimo infeliz aniversario de la puesta en circulación del euro, el uno de enero del 2012, no le esperan fuegos artificiales, ni confeti ni copas de champán. Ni siquiera la ciudad de Maastricht que alumbró el tratado clave para su creación, hace 20 años, ha previsto festejo alguno. “No es que no estemos orgullosos”, se excusan en la Comisión Europea, “es que no estamos aquí para eso”.
¿Quién habría pensado en el año 2002, cuando millones de europeos recibieron con curiosidad y euforia la nueva moneda, que el euro llegaría a su décimo cumpleaños en tan baja forma? Algunos economistas lo hicieron, advirtiendo de fallos clave en su construcción, pero se les hizo muy poco caso. Sus negros presagios no entonaban con el ambiente de optimismo general y aún hoy son cuestionados, aunque la moneda única quizás haya estado cerca de cumplirlos en algún momento.
La respuesta oficial a la pregunta obligada que entonces hacíamos los periodistas (¿es posible compartir política monetaria sin tener un único gobierno económico?) era invariablemente la misma: hay mecanismos de coordinación suficientes, la unión política llegará como consecuencia de la unión monetaria, será su catalizador…
La lectura de algunas declaraciones de responsables econó- micos de la época causa sonrojo. Por ejemplo, el primer presidente del Banco Central Europeo (BCE), Wim Duisenberg, calificando de “gran activo” del euro que cada país pueda “arreglar sus asuntos” a su manera. Ese margen de maniobra nacional para dirigir la política económica es lo que ahora se pretende reducir al máximo como solución de emergencia. Es el objetivo último del pacto fiscal que proponen la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy.
La peculiar arquitectura institucional del euro ha permitido que cada país decida la cara nacional de las monedas y también que cada gobierno viva bajo la ilusión de que mantiene el control de su política presupuestaria, aunque la monetaria se decida en otro sitio. Sin embargo, en los tres años que dura la crisis del euro, todos han constatado
Duisenberg calificó de “gran activo” del euro que cada país pudiera “arreglar sus asuntos” a su manera
abruptamente que lo importante se decide en Frankfurt, ya sea el diseño de los billetes o los tipos de interés, idénticos para todos.
Todas las esperanzas de los gobiernos europeos para que la crisis de la deuda amaine están puestas en el BCE, en su plan para sostener a los bancos –ya que dice no poder ayudar más a los estados– y que estos les den oxígeno mientras ellos arreglan las cuentas. No todos los países lo ven así.