Ética, estética y economía
La Drucker Society barcelonesa de los Marcet, Balot, Martinell, Solà, Blasco, Parra, Guitart o Ricart
La economía real no consiente utopías. Y, según parece, el trabajo asalariado es una utopía del siglo XX, que se diluye a comienzos del siglo XXI. Charles Handy, el autor de Los nuevos alquimistas, ha escrito que, a lo largo de esta centuria, llegará un momento en que nadie será empleado de otro. El sabio de Putney Hill (así le llaman a Handy sus alumnos) exagera una idea lanzada mucho antes por Peter Drucker: “El trabajo se formalizará por medio de alianzas y acuerdos puntuales”. Hoy en día, ambas predicciones parecen acertadas. La era del fin del contrato ha comenzado. Se impone por la virulencia de la crisis en el campo abonado de las organizaciones empresariales, en las que el poder tradicional caduca frente a la cultura de la persuasión, mientras la jerarquía se convierte en cooperación.
Para ilustrar este mismo argumento, Guido Stein, el secretario general del Instituto de la Empresa, le anuncia metafóricamente al presidente de una gran compañía del Dow Jones que ha dejado de ser un presidente para convertirse en el anciano jefe de una tribu Cherokee, cuyos poderes emanan de la sabiduría, la capacidad y el logro. Es una forma de decir que, en las nuevas estructuras de la sociedad del conocimiento, la posición se mide por el ni- vel de responsabilidad, no solamente por el poder.
Stein recrea a Drucker, el profeta del management moderno quien, ya en la mitad del siglo pasado, llegó a una conclusión similar en su libro El concepto de corporación, nacido de su experiencia en General Motors, donde el economista vienés trabajó mientras impartía clases en el Bennington College. La Detroit que conoció Drucker debió ser muy diferente a las cadenas de montaje que han inspirado después el libro de Jeremy Rifkin
Drucker, nacido en Viena, encontró en General Motors los ejemplos para desarrollar sus teorías La recién fundada Drucker Society de Barcelona es el tercero de estos grupos de opinión en Europa
El fin del trabajo, base argumental de la reducción de horas de trabajo provocada por la alta productividad de las sociedades modernas. Rifkin diseñó el pretexto de la reducción de jornada (la Francia miope de Martine Au- bry convirtió las 35 horas en ley) instalando sus cálculos en la seguridad de un ciclo alcista permanente. Pero, los hechos han convertido en ceniza la teoría de Rifkin, al tiempo que sacralizan los argumentos de la tribu de Drucker: menos seguridad, más creatividad, cambio de paradigma y, en cualquier caso, más trabajo.
Recientemente, un grupo de seguidores del economista y humanista vienés ha fundado en Barcelona la tercera Drucker Society europea, cuyo presidente es el profesor del IDEC (UPF) y consultor de innovación Xavier Marcet, acompañado de un grupo impulsor en el que destacan Carlos Balot (Upcnet), Francesc Solà (Fira 2000), Carme Martinell (IDEC), Jordi Blasco (Bufete Blasco Sellarès), Joan Parra (Leitat), Ignasi Guitart (Esade), Francesc Solé Parellada (UPC), Àngels Ingla (UPF) o Xavier Ricart (Cambra de Comerç de Barcelona). Son teóricos de la cooperación, expertos en gestión, defensores de los nuevos alquimistas de Handy, pomposamente llamados entrepreneurs, por la literatura de gestión. Ellos están detrás de estos ciudadanos que, a partir de la nada, crean, fundan, innovan y transforman ideas en éxito.
Los emprendedores rompen, destruyen vínculos y desacralizan, como en su día anunciaron, anticipadamente, el futurista Alvin Toffler o Jack Nilles, el padre del teletrabajo. Su labora-