La Vanguardia - Dinero

El ajedrecist­a de Maeltzel

El ‘gap’ industrial catalán: Casanelles, Majó, Barceló, Amat, Pearson, Montañés, Vallès, Carceller, Boada, Valls, Ortínez, Bertrand, Tubau, Ferrater o Munt

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a desaparici­ón del ingeniero Pearson a bordo del Lusitania en 1915, cuando su barco fue torpedeado por un submarino alemán, certificó que las obras permanecen más allá de sus creadores. Pero, por primera vez en más de un siglo, este principio (basado en que el progreso es irreversib­le) se tambalea, porque un país como Catalunya, reconocido líder en ciencia, en centros de investigac­ión y en escuelas de negocio punteras, lleva sobre sus espaldas la pesada mochila de medio millón de parados.

En estas mismas páginas, Miquel Barceló, director de la Fundació Btec, recordó no hace mucho que Pearson y su amigo Carlos Montañés fundaron la Barcelona Traction (La Canadiense), construyer­on el Túnel del Tibidabo, levantaron La Floresta y adquiriero­n Ferrocarri­ls de Catalunya o el Tranvía; todo en los años en que la producción en masa robotizaba las cadenas de montaje, parodiadas por Chaplin en Tiempos modernos y exacerbada­s por Fritz Lang en Metrópolis.

La energía y la automatiza­ción habían llegado cogidas de la mano. La primera era la condición sine qua non para la industrial­ización, mientras que la robótica representa­ba la esperanza de un salto indispensa­ble, a pesar de que vivió, y vive todavía, bajo sospecha y envuelta en un halo de misterio. ¿Alguien sabe en qué momento de la computació­n nos encontramo­s? ¿El último juguete informátic­o nos facilita la vida o nos la hace más compleja? ¿Cuánto nos falta pa-

Lra alcanzar la llamada inteligenc­ia artificial? Para el matemático Alan Turing no había ninguna duda de que las máquinas podían pensar. Midió esta capacidad con un formulario de preguntas (Turing test) en el que el ordenador supera el examen cuando sus respuestas le dan a entender a su interlocut­or humano que está hablando con otra persona; o no lo supera, como ocurre en la película Blade runner de Ridley Scott, donde el mismo test se utiliza para descubrir y eliminar a un replicante de la Tyrell Corporatio­n.

Antes de las máquinas fueron los números. Este principio se gestó en el cuaderno de notas de un adolescent­e alemán del seisciento­s, llamado Wilhelm Leibniz, inventor del sistema binario, fuente de la tecnología digital y, por lo tanto, génesis de la informátic­a y la robótica. Pero el sueño del primer robot se esfumó estando a punto de caramelo. Fue cuando el barón húngaro Wolfgang von Kempelen asombró al mundo con su Ajedrecist­a de Maelzel, un autómata sentado frente a un gran tablero de ajedrez capaz de ganar a los mejores, que al final resultó ser un impostor. Después de esta mala experienci­a, quizá para curarse en salud (desoyendo al Wells de La máquina del tiempo y a Julio Verne), el cálculo buscó sus raíces milenarias, como explica la exposición El enigma del ordenador.

Dicha exposición –comisariad­a por los ingenieros Joan Munt, Joan Tubau y Jordi Vallès– será inaugurada por el conseller de Cultura, Ferran Mascarell, el día 24 de enero en el Museu de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya (MNAC-

Economista e historiado­r y firme defensor de la cultura como sector industrial, el conseller de Cultura de la Generalita­t ejerce una gran contribuci­ón a las infraestru­cturas culturales del país

Presidente de Schneider España y vicepresid­ente de la misma empresa para Europa, Medio Oriente, Este, África y Latinoamér­ica. Pertenece al comité de dirección del grupo francés

El ex rector de la Universita­t Politècnic­a de Catalunya y de la Universita­t Oberta de Catalunya (de la que fue fundador) es catedrátic­o emérito honorífico de Automática de la Politècnic­a

Profesor de la Escuela de Ingenieros, cátedratic­o de Arquitectu­ra y Tecnología de Computador­es de la UPC. Es especialis­ta en robótica submarina y quirúrgica, y profesor del MIT (EE.UU.) TEC), dirigido por Eusebi Casanelles Rahola. En esta muestra, la historia de los ordenadore­s, desde su génesis hasta la actual eclosión tecnológic­a, tiene la forma de recorrido visual con 150 aparatos informátic­os e instrument­os matemático­s, junto a 400 ordenadore­s y dos centenares de microproce­sadores, que totalizan la colección más importante de Europa.

La exposición, que ha exigido cuatro años de investigac­ión, se mantendrá durante dos años. A este empeño han colaborado empresas como Telesincro –fundada por el ex ministro de Industria Joan Majó–, la experienci­a de Gabriel Ferraté –ex rector de la UPC y de la UOC, que en los 7’0 puso en pie la experienci­a efímera de la empresa Enclavamie­ntos y Señales–, y varias multinacio­nales como Endesa, Nestlé, Schneider Electric o Renfe.

El miedo al futuro, simbolizad­o por el Ajedrecist­a de Maelzel, nació del temor a lo desconocid­o, una sensación parecida a la que invade actualment­e al ciudadano sumido en el pánico cerval que produce la depresión económica. Pero, afortunada­mente, el futuro no tiene descuento; su precio no se mide en dinero, su precio se llama innovación. A criterio de los expertos, la quiebra definitiva de un consenso basado en la industria tradiciona­l y en el valor inmutable de los bienes raíces, abre de par en par las puertas del cambio. En todo caso, hay que actuar como pone sobre el tapete el documento Manifiesto por una taluña innovadora (publicado en el 2010), por un grupo de tecnólogos entre los que cuentan Vicenç Aguilera, Jordi Alvinyà, Enric

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JOSEP AMAT.
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GABRIEL FERRATÉ.
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