Entre el aplauso y el recelo
Las élites de Estados Unidos han recibido con los brazos abiertos a Christine Lagarde, pero la polarización y el temor al rescate europeo también salpican al FMI
Christine Lallouette se instaló por primera vez en Washington en el 1974. Había terminado la educación secundaria en Francia y pasó un año en la Horton-arms School, una escuela femenina de élite en Bethesda, una población residencial en las afueras de la capital federal. Además de asistir a las clases y perfeccionar su inglés, la joven Lallouette trabajó como becaria para el entonces congresista William Cohen, que después fue secretario de Defensa. Aquel, declaró años después al diario The Washington Post, fue un momento decisivo en su vida. “Aprendí más, y fue más importante para mí, probablemente, que cualquier otro año en mi vida”, dijo.
En el 2011, Christine Lallouette regresó a Washington. Con otro apellido: Lagarde, el de su primer marido. Y con un cargo que la convirtió en una de las mujeres más poderosas del mundo: directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), adonde llegó para reemplazar a su compatriota Dominique Strauss-kahn, caído en desgracia por un escándalo sexual. En su primera rueda de prensa, el 6 de julio, Christine Lagarde se metió a los periodistas en el bolsillo. ¿Cómo? Con su inglés exquisito y con su sentido del humor. Lagarde domina el lenguaje de las élites de este país, sus códigos. Los aprendió en Horton-arms y, más tarde, al frente del bufete Baker and Mckenzie en Chicago. Y las élites le corresponden. En su segunda etapa washingtoniana, la han recibido con los brazos abiertos.
“Mientras el futuro del euro pende de un hilo, ella emerge como la europea con voluntad de hablar sin tapujos de los problemas de Europa”, escribió en sep-
Los republicanos presionan a Barack Obama para que no entregue ni un céntimo a Europa
tiembre The New York Times. El artículo recogía opiniones laudatorias de algunos de los economistas más destacados del país. Después de que, en agosto, Lagarde desatase las críticas en Europa por declarar que los bancos europeos necesitaban una recapitalización “urgente”, Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, dijo: “Ya era hora de que el FMI llamase al pan pan cuando se tra- ta del sector bancario. Saben que hay un problema y no quieren reconocerlo”.
En el mismo diario, Larry Summers, ex consejero del presidente Barack Obama, elogiaba el coraje de Lagarde para reorientar el fondo de una institución que aconsejaba –o forzaba– la austeridad en los países en dificultades a una institución que recomendaba a Europa y EE.UU. estimular el crecimiento y la creación de empleo. “En el 2012 su estilo –influyente, humilde y pragmático– podría ser el que saque a Europa de sus crisis financiera”, vaticinó a fin de año, en un editorial, el periódico The Christian Science Monitor. De momento, los recelos que provocó el hecho de que fuese europea –resultado del arbitrario reparto de poder en las instituciones financieras internacionales en la posguerra mundial entre EE.UU. y Europa– y que fuese abogada y no economista, parecen haberse disipado.
Todo esto no significa que la relación entre Washington y Lagarde sea fluida. La Administración Obama ha dicho que no piensa aportar más dinero al FMI en el caso de que sea necesario para rescatar a España o Italia. Estados Unidos es el primer contribuyente del Fondo, y la posibilidad de que acabe pagando la factura de la crisis europea preocupa a la Casa Blanca y a la oposición. “Estados Unidos no la apoyará en es- te esfuerzo”, ha escrito, en una carta abierta a Christine Lagarde, el economista Arvind Subramanian, del Peterson Institute for International Economics, laboratorio de ideas de referencia en cuestiones económicas en Washington. Subramanian alude al “esfuerzo” por “movilizar recursos internacionales para ayudar a afrontar el problema de Europa” y “minimizar los riesgos para el resto del mundo”. “EE.UU. tiene un incentivo para creer que el FMI no necesita más pólvora por- que sabe que, al encontrarse el país en una situación fiscal comprometida, no puede aportar más recursos. Por tanto, creerá correctamente que la iniciativa de usted conduce a una reducción de su poder e influencia”, escribe.
El clima político en Washington es hostil a Lagarde. La polarización y la campaña permanente salpican al FMI. Los republicanos en la Cámara de Representantes se han movilizado para impedir que EE.UU. participe en el rescate europeo. Esta semana,