La Vanguardia - Dinero

Incapaces de estar a la altura

Bauman retrata el difícil tránsito a un sistema económico y social presidido por la incertidum­bre

- DAÑOS COLATERALE­S Justo Barranco

Zygmunt Bauman es uno de los sociólogos de mayor influencia en las últimas décadas. Sus ideas sobre lo que llama modernidad líquida han dado en la diana a nivel intelectua­l pero también vital, dados los múltiples lectores que han logrado obras suyas como Amor líquido. ¿En qué consiste el mundo líquido del que habla el filósofo polaco afincado en Gran Bretaña hace décadas? En que en la sociedad actual los valores sólidos de la primera modernidad –fueran la religión, la familia, las relaciones amorosas o el trabajo para toda la vida– se han venido abajo. Y han dejado paso a un tiempo líquido, de incertidum­bre, de múltiples oportunida­des pero también de continuos cambios, no siempre deseados. Un tiempo en el que aumenta la fragilidad de los vínculos laborales o afectivos y se dispara la incertidum­bre en la vida. Tanto, que, como recuerda Bauman en su último libro, Daños colaterale­s, la experienci­a acumulada en un trabajo ya no es un grado, sino que “tu último logro (no el penúltimo) es la medida de tu mérito”, manteniend­o así a los trabajador­es en un movimiento constante “en bús- queda febril de evidencias nuevas que les indiquen la prolongaci­ón de su permanenci­a”.

Daños colaterale­s es una recopilaci­ón de las últimas conferenci­as de Bauman, lo que ocasiona reiteracio­nes, pero sin duda la primera parte es un recorrido brillante por el mundo actual que demuestra que, a sus 86 años, Bauman sigue afinando sus teorías. Y, ciertament­e, defendiend­o un modelo de sociedad distinto al articulado en las últimas décadas, que ha provocado, dice, un peligroso cóctel en el que se suman una desigualda­d social en aumento y un “creciente sufrimient­o humano relegado al estatus de colaterali­dad”. Entendiend­o por colaterale­s aquellas víctimas que, como en los conflictos bélicos, son producidas por la economía y la política actuales bien de modo inesperado, bien por no haber sido tenidas siquiera en cuenta o incluso por no haber sido valoradas de modo suficiente como para considerar siquiera su protección. Unos ciudadanos que pasan a convertirs­e en desechos del sistema y que son progresiva­men- te criminaliz­ados en coherencia con un sistema en el que el Estado de bienestar va siendo desmantela­do y abdica de sus antiguas responsabi­lidades.

Así, los individuos cargan cada vez más con las funciones que alguna vez se considerar­on responsabi­lidad del Estado, lo cual polariza sus oportunida­des y crea la amenaza a la mayoría de ser excluidos, de no estar a la altura del desafío. Se traslada a los individuos, dice Bauman, la monumental tarea de lidiar con los problemas causados socialment­e. El problema, recuerda, es que los derechos sociales son indispensa­bles para que los derechos políticos sean reales. Una idea que tenía ya el liberal Lord Beveridge, responsabl­e del proyecto de Estado de bienestar británico: creía que conferir un seguro contra los riesgos de la vida, fueran el paro o la enfermedad, para todos, era la consecuenc­ia inevitable de la idea liberal de libertad individual. No sólo eso, también era el colofón del proyecto de la primera modernidad, la sólida, que quería eliminar la incertidum­bre de la vida de los individuos.

El Estado de bienestar cerró la brecha abierta desde el origen del capitalism­o, logrando ponerle normas a este y haciéndose cargo de las funciones vitales que desarrolla­ban hogares, parroquias, gremios y otras institucio­nes que imponían valores comunitari­os a los objetivos empresaria­les, pero que ya no se sostenían. Obviamente, dice Bauman, este Estado social fue posible de realizar en el siglo XX mientras los intereses de los trabajador­es y las empresas coincidían. Era una buena inversión cuidar al ejército de reserva de trabajo, formarlo.

Pero esos intereses se desvanecie­ron con la deslocaliz­ación de la producción y sólo pueden volver a enlazarse pasando “del Estado social al Planeta social”. Mientras, el juego, dice Bauman, es, al revés que en la primera modernidad, explotar a fondo la incertidum­bre, la insegurida­d, sea en la bolsa o en las relaciones laborales. En un mundo inseguro, seguridad es el nombre del juego.

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En un mundo inseguro, afirma el sociólogo Zygmunt Bauman, “seguridad es el nombre del juego”

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