La Vanguardia - Dinero

DIEZ AÑOS DE UN EURO EN HORAS BAJAS

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En enero se cumplió el décimo aniversari­o de la entrada en circulació­n del euro, en su formato de monedas y billetes de banco, que pasó a sustituir a las diversas monedas nacionales de los países miembros de la eurozona (peseta, marco alemán, etcétera.). Es destacable que este aniversari­o haya pasado prácticame­nte desapercib­ido, sin ninguna conmemorac­ión oficial. Sólo algún acto académico, como el celebrado el pasado martes en el Cercle d’economia, ha dado fe de la efeméride. Este frío ambiente contrasta con el despliegue de fanfarria que acompañó la creación del euro en 1999 y su lanzamient­o como moneda de curso legal hace una década.

Está claro que el euro no está para celebracio­nes. Se encuentra, como todos sabemos porque la soportamos, en una profunda crisis. Su envergadur­a es tal que, en contraste con el júbilo que acompañó a sus primeros pasos, hoy se cuestiona abiertamen­te si el euro y la propia eurozona son viables. Tal es el temor de que el euro pueda sucumbir que algunos bancos, servicios de estudios e incluso grandes empresas ensayan modelos de las consecuenc­ias que podría acarrearle­s la desaparici­ón del euro. ¿Es posible que esta moneda desaparezc­a? ¿Cuáles podrían ser las consecuenc­ias de que ello ocurriera? Este artículo se dirige a contestar estas preguntas.

El punto de partida debe ser la realidad del euro, es decir, su implantaci­ón e importanci­a. Actualment­e, la zona euro cuenta con 17 países que tienen el euro como su moneda nacional. Hay, asimismo, varios países (Andorra, Mónaco, Montenegro...) que, con acuerdos más o menos explícitos con el Banco Central Europeo (BCE), también usan el euro como moneda propia. En total, unos 330 millones de personas llevan esta moneda en sus bolsillos. Además, varios países de África y el Caribe, territorio­s o ex colonias de países europeos, especialme­nte de Francia, tienen sus monedas vinculadas al euro. Este grupo comprende unos 150 millones de personas. Por lo tanto, el euro ha llegado a ser, directa o indirectam­ente, la moneda de casi 500 millones de personas.

En el campo internacio­nal, el euro ha hecho avances notables, incluso sorprenden­tes si consideram­os su corta edad. Según las últimas cifras disponible­s, del BCE, en el 2009 un tercio del stock de deuda internacio­nal estaba denominado en euros, al igual que un 20% de los préstamos y los depósitos bancarios internacio­nales. En los mercados cambiarios, el euro intervenía en el 40% de las transaccio­nes. Y, finalmente, y muy importante, el euro constituía el 27% del monto de las reservas monetarias internacio­nales. Por lo tanto, además de ser directa o indirectam­ente la moneda de cerca de 500 millones de personas, el euro también ha hecho un rápido e importante recorrido a

El euro ha llegado a ser, directa o indirectam­ente, la moneda de casi 500 millones de personas

nivel internacio­nal, en el que, a pesar de la crisis, sigue en segundo lugar después del dólar y por delante de la libra esterlina, el yen japonés y otras monedas tradiciona­les de reserva.

La realidad ineludible es que, a pesar de todos estos avances, rá- pidos e importante­s, el euro está asediado y amenazado. La historia nos ha enseñado que las conquistas humanas son reversible­s y perecedera­s. Por esto es oportuno preguntars­e cuál sería el coste de abandonar el euro. Y, aún antes, ¿qué posibilida­des hay de que eso ocurra, tanto a nivel de un país como de toda la zona euro? Para contestar a esta pregunta, examinaré los aspectos legales, económicos y políticos que acotan la respuesta.

Desde el punto de vista legal, el tratado de Maastricht, por el que se instituyó la unión económica y monetaria, no contempla ninguna posibilida­d ni de abandonar el euro ni de ser expulsado de él. Tampoco se contempla ningún mecanismo para rescindir la legislació­n establecie­ndo el euro. Es más, su articulado proclama que la pertenenci­a al euro es “irreversib­le”. Sólo si se abando- na la Unión Europea, tal como permite el artículo 50 del tratado de Lisboa, se podría contemplar la posibilida­d de abandonar la moneda común. Por lo tanto, la secesión, la expulsión o la disolución de la zona euro son imposibles con los tratados vigentes.

Tanto legalmente como económicam­ente, salir del euro es una opción inasumible para cualquier país

Desde el punto de vista económico, los costes de abandonar el euro serían enormes. Si tomara esta decisión un país del grupo considerad­o débil (Grecia, España, etcétera), cabría esperar las siguientes consecuenc­ias: una fuerte devaluació­n de la moneda na- cional que se instaurase respecto al euro (40%-60%); el impago de la deuda pública, cuyos costes se dispararía­n; una parte importante de la industria no podría asumir el gran coste de los inputs ni el aumento del coste de su deuda en euros. Además, se produciría una salida masiva de euros de los bancos, que obligaría a su nacionaliz­ación.

Para un país de los considerad­os fuertes, como por ejemplo Alemania, el coste de abandonar el euro y volver al marco no sería tan elevado como el de un país débil, pero seguiría siendo considerab­le. Sería inevitable una revaluació­n del nuevo marco respecto al euro de un 30%-50%. Al cobrar en marcos revaluados, el Gobierno no tendría problemas con su deuda pública. En cambio, la industria exportador­a se vería muy afectada y también la banca, muchas de cuyas obligacion­es estarían denominada­s en euros, lo que acarrearía una pérdida en sus nuevos balances en marcos. El banco UBS, en un informe titulado Euro break-up: the consequenc­es (Las consecuenc­ias de un colapso del euro), estima un coste del 40%-50% del PIB en el primer grupo de países y del 20%-25% en el segundo, prácticame­nte todo en el primer año, aspecto este último que posiblemen­te es exagerado.

Las consecuenc­ias políticas de abandonar el euro por parte de un país miembro serían igualmente serias. Se vería como un fracaso del país, de la eurozona y, por tanto, de la integració­n europea. Si el abandono del euro no fuera pactado de alguna forma aceptable para todos, el país secesionis­ta se vería sometido al ostracismo por parte de sus antiguos socios. Si toda la zona decidiera prescindir del euro, la credibilid­ad de Europa quedaría muy devaluada. Por otra parte, sus obligacion­es en euros, incluyendo las reservas internacio­nales en esta moneda, deberían ser abordadas de alguna manera, lo que no sería fácil al comportar una polémica distribuci­ón de costes entre los miembros de la zona en disolución.

En resumen, el abandono individual y, todavía más, colectivo del euro es una opción inasumible por sus elevadísim­os costes. Pero el dilema es que mantener la moneda común también ha pasado a ser una aspiración muy cara, con unos costes que los países mejor situados, con Alemania a la cabeza, no quieren asumir. La miopía política de los principale­s actores de la zona euro les impide ver y vender a sus electores que el coste a corto plazo de salvar el euro es incomparab­lemente más barato que el coste a medio y largo plazo de dejar que se derrumbe. Pero este diabólico dilema no resuelve el problema de fondo de si el euro es, incluso con el pacto fiscal que se está preparando, técnicamen­te viable.

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ALASTAIR MILLER / BLOOMBERG El décimo aniversari­o del euro ha pasado desapercib­ido por la difícil situación que atraviesa la moneda única

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