Esplugues
Xavier Corberó y Robert Hughes; la memoria de Dalí y Obiols; Eduardo de Delás, barón de Vilagayá, Jaime Rosal, Marina Pino o Jacobo Fitz-james en el culto a Casanova
Esplugues es un somontano que desparrama sus topónimos (Can Ramoneda, Can Carbonell, Can Casanoves, Pubilla Cases o Finestrelles) sobre las estribaciones de Sant Pere Màrtir. Su centro histórico está pegado a la plaza del Ayuntamiento, que lindó en su tiempo con los balcones de Can Cortada, la antigua Baronía de Maldà, una construcción irónicamente versallesca diseñada en el setecientos por el ilustrado Rafael Amat y de Cortada, célebre autor de Calaix de sastre. En la entraña del mismo centro histórico, el escultor Xavier Corberó ha creado un templo del arte contemporáneo, Espai XC, enlazado por decenas de arcos renacentistas entre estancias, pasadizos y salas de trabajo, atravesadas en vertical por el hueco de su antiguo atélier y rematadas en una plataforma de luz que da la espalda al conjunto. Su planta se abre a un verde recóndito defendido de la calle por un portón descomunal de madera: protege a uno de los jardines escultóricos más bellos de Europa.
Las piezas de Corberó son formatos graníticos, bastiones enhiestos de cauce humano, rematados por cabezas ligeramente cóncavas y, a veces, oblongas. Podría decirse que estas piezas son en sí mismas o que son su materia: la piedra que el artista transforma en su pedrera de Castellfollit de la Roca, en la cuenca del Fluvià, a la sombra de los volcanes dormidos, bajo la Mare de
El barón de Vilagayá es un bibliófilo que reparte sus vocaciones entre historia y letras. Es uno de los suscriptores en Barcelona de la revista Déu del Mont, el santuario mítico de Verdaguer. Su abuelo, Pere Corberó, fue músico, un clarinetista que tocó con Pau Casals, y su padre, un orfebre cuyo taller era frecuentado por Pablo Gargallo, uno de los grandes, maestro del bronce y del hierro, autor de los jinetes del Estadi Olímpic de Montjuïc y del friso de los santos en la fachada principal del hospital de Sant Pau.
La escultura es la realidad del mismo modo que la pintura es su imagen. Tras los pasos de los grandes maestros, como Robin (en su obra, Balzac) o Constantin Brancusi ( El beso), Corberó se ha centrado en los elementos naturales de su oficio: el volumen, la masa y la textura. Sus figuras de tres metros de altura evitan todo intento de narrativa y reducen el gesto a la mínima expresión. En la Beirut reconstruida, tras varias décadas de guerra en el Líbano, el escultor catalán inscribió sobre la piedra (en medio de un conjunto de 15 criaturas de basalto situadas frente a los flamantes zocos de Bab Edris) este lema: “La imaginación abre las puertas de la realidad”. Una declaración de principios; una forma de culto al abstracto, al símbolo antes que al objeto, más propia de la tradición sufí, que del mundo cristiano.
Robert Hughes, amigo íntimo del escultor y morador habitual del Espai XC, definió a los seres de Corberó como primigenios, toscos y entrañables, que cami- nan y viven en medio de céntricas calles. Al escultor no le gustan los espacios museísticos, tiene una decidida vocación por la “escultura pública integrada en la arquitectura”, en palabras de Daniel Giralt-miracle. Crea humanoides semejantes a las estatuas de la Isla de Pascua; pero también menhinres o, tal vez, tótems. Da lo mismo. Su espacio en Esplugues está concebido precisamente para encumbrar al símbolo. La enorme cantidad de arcos de media punta recuerda a la pintura de Giorgio de Chirico –“¿Qué debo amar sino el enigma?”–, el hijo mórbido de un constructor de ferrocarriles. Es un laberinto recorrido por su autor con menos boato del que aplica la Fundación Moore y con más sagacidad que la del puro es-
Espai XC es un centro destinado a la divulgación del arte instalado por Corberó en Esplugues
tilo divulgativo del universo Chillida. El conjunto contiene además un tesoro en el subsuelo: una sala auditorio festoneada por enormes arcos de volta catalana, realizados al estilo del maestro de obras Guastavino, destinada a ser algún día un centro de reuniones y debates.
Debajo del antiguo mirador Pont i Torrent (el Pont d’esplugues) empieza otra Esplugues: la ciudad del llano y cara al mar. Circundada por la Ronda de Dalt y debajo de la calle Laureano Miró, (la carretera de Collblanc, la antigua vía por donde entró en Barcelona la comitiva de Carlos IV), se erige Can Clota, un imponente casalot de origen medieval con una torre renacentista coronada por una galería abierta de arcos. Es la Baronía de Vilagayá, la residencia del ingeniero y bibliófilo Eduardo de Delás, el actual barón de Vilagayá, un palazzo que en el siglo XV fue propiedad de Simó Canyet y que en el setecientos fue adquirido por Jaume Clota (reivindicó la Junta de Comercio ante Carlos III), cabeza visible de un linaje que se entroncaría después con los Delás. En su jardín destaca una alberca rodeada de galerías a modo de claustro, un lugar aparentemente devastado por la carcoma del tiempo, pero también punto de encuentro frecuentado por la sociedad de amigos de Casanova (subscriptores barceloneses de la revista Intermédiaire des Casanovistes, editada en Ginebra), en la que Delás comparte protagonismo junto a los escritores Jaime Rosal del Castillo o Marina Pino. Los casanovistas se reúnen en Can Clota el 31 de octubre de cada año, día en el que conmemoran la fuga de Giacomo Casanova de la prisión veneciana de Los Plomos, una pirueta del aventurero, escritor y espía que ha dado más juego a lo largo de la historia. El protagonista de 132 conquistas amorosas entre la realeza y el pueblo llano en la Europa del setecientos dejó la autobiografía Histoire de ma vie, en la que el autor describe con máxima precisión y franqueza sus aventuras, sus viajes y sus innumerables encuentros galantes. Esta obra, conocida también como las memorias de Casanova y escrita en francés –“J’ai écrit en français, et non pas en italien parce que la langue française est plus répandue que la mienne”–, cuenta con una reciente traducción al español, editada por Siruela, gracias al